Lo tácito que la obviedad trae de suyo suele obtenerse de aquello que el análisis del control de la práctica ubica. Horizonte paradóxico de la experiencia y operador del analizante-practicante. Otra vuelta de tuerca en torno al losange que lo amoroso y lo analítico madejan como discursos. Puntos de torsión distintivos del absoluto y fuera del todo que una vecindad articulable volvió solidarios de lo que Freud llamó castración. En los registros de una contigüidad elucidada por Miller de lo que supone un retorno a las fuentes del objeto, que anida resistiendo las capturas del amo y del significante. En los pliegues de un asunto que «subvierte el empuje a insertar la práctica analítica en la serie de obsolescencias que produce el culto de lo nuevo.»
Continuamos en camino al “X ENAPOL Lo nuevo en el amor”. En el primer recorrido hemos abordado importantes puntos de la teoría psicoanalítica: desde la psicología del amor en Freud a los acercamientos de Lacan a los místicos. Nos hemos hecho acompañar de la orientación de Jacques-Alain Miller y algunas importantes elaboraciones de Guy Briole, Miquel Bassols, Silvia Tendlarz, Luis Dario Salamone, Araceli Fuentes, entre otros, quienes con su trabajo han ido abriendo camino a interrogantes nuevos.
Antecedido por sus estudios con la cocaína, el Freud neurólogo destacó el uso de la sustancia concebiéndola un como agente que cancela el dolor psíquico, tesis que no es abandonada en ningún momento y que le merecerá distintos comentarios a lo largo de su obra propiamente psicoanalítica. Con Lacan las referencias no son cuantiosas y sin embargo han permitido una prolífica investigación sobre las particularidades de los lazos que unen a los sujetos con determinados objetos y/o prácticas. En el trabajo de nuestra Mesa de Lectura, nos proponemos realizar un recorrido por algunas de estas referencias de Freud y Lacan, utilizando como brújula aquello que J.-A. Miller ha llama “la experiencia toxicomaniaca”.
El psicoanálisis no es una técnica, sino un discurso que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción, por lo que uno de los principios rectores del acto analítico es que no se basa en un saber ya que una interpretación es incalculable, pero si da entrada a algo nuevo ocasionando cambios subjetivos.
IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX: PRESENCIAS DEL ANALISTA
TEXTO DE ORIENTACIÓN EJE: Presencias… en la ciudad y la época
Un despertar
¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?
Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en
definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.
(Jacques-Alain Miler)
Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.
Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?
Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].
Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.
En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!
Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.
Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?
[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.
[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.
[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.
[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.