Al fundar Lacan su Escuela en el año de 1964[1], procuró inventar formas que rompieran con la tradición de los grandes públicos que se dejaban encaminar por los eruditos, incluso en el psicoanálisis. Estableció que el trabajo se sostendría en el cartel, que da pruebas actuales de que la Escuela se abre a quienes -analistas o no- se interesan en el psicoanálisis. El cartel aloja un principio de trabajo sostenido por cuatro personas como la justa medida y una más; este pequeño grupo tiene un tiempo acotado, puede durar entre uno y dos años y la periodicidad de los encuentros se define entre quienes lo componen. Después, esa conformación se diluye y permuta para volver a constituirse nuevos carteles cuantas veces decida cada persona.

Las elaboraciones producto de la investigación, encuentran un espacio propicio para la interlocución, para los cuestionamientos y la inquietud epistémica con que los interesados llegan, movilizados por un gusto en el conocimiento, que se transformará –en el mejor de los casos- en un deseo de saber. El ritmo está marcado por la constitución, la permutación y la renovada constitución de otros carteles cada vez, de tal manera que este movimiento produce transferencias de trabajo y un arrojo para exponer el saber producido que pronto se reconoce como no solo conceptual, discursivo, de semblante, sino como un “saber padecido” en tanto que en esta forma de investigación se juega algo del síntoma de cada uno de los que a esas alturas, pueden ser llamados cartelizantes.

Cuatro dijo Lacan que es la justa medida, +1; esta determinación no es arbitraria, se trata de un número, el cuatro, que para él favorece el trabajo en términos de la dialectización del yo con la propia producción y con la del otro imaginario,  llámese compañero de cartel. Se trata del establecimiento de una función lógica, lo que está hecho de palabras haciendo contorno a la sustracción de saber. El vacío de saber será resultado y motor del trabajo desde el deseo, es decir, desde lo que no se tiene. En el Seminario sobre la Carta Robada[2], Lacan juega con las posibilidades combinatorias entre cuatro letras, algo de esto podrá ocurrir en un cartel para ir más allá de las identificaciones con el saber y con los otros, y el +1 promoverá que dicho movimiento sea productivo y manifiesto en algunos puntos de llegada y sobre todo, en las preguntas que se desprendan del recorrido. 

 

Edna E. Gómez Murillo

[1] Lacan, J. (2012). “Acto de fundación”. En: Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós.

[2] Lacan, J. (1994). “El seminario sobre la carta robada”. En: Escritos I. México: Siglo XXI editores.

Actividades

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.