Comer: la enfermedad del siglo

Patrick Monribot

Viviana Berger: Inauguramos, entonces, con esta conferencia el ciclo de actividades que nuestro invitado proveniente de Francia, específicamente de la ciudad de Burdeos, Patrick Montribot, desarrollará en el seno de nuestra delegación – la NEL-México.

Como les decía, es un ciclo de actividades que está conformado por esta conferencia primera; luego le sigue por la tarde, a las 18.30 hs, en este mismo salón, el Encuentro de Biblioteca, que en este caso va a ser muy especial, por lo novedoso y vanguardista de la presentación que tendremos. Pues Patrick hará la presentación de un libro muy particular, que es el libro Vida de Lacan, de Jacques Alain Miller, que acaba de ser editado en Francia en septiembre – pero del que también ya tenemos la versión en español – y es, podemos decir, una de las «perlitas» del huracán del «septiembre lacaniano» francés – pero que también ha tenido sus repercusiones en el mundo, a propósito de cumplirse los 30 años del fallecimiento de Jacques Lacan. Ya conversaremos en detalle sobre todos estos aspectos en la tarde y seguramente, Patrick sabrá transmitirnos su vivencia in situ de todo esto, a más de su puntuación, claro está, sobre el texto.

El trabajo continúa el día de mañana, con un Seminario, en el cual PM abordará y trabajará en detalle un tema fundamental de la clínica psicoanalítica y el diagnóstico diferencial, que es La neurosis obsesiva – actividad que se llevará a cabo en el auditorio de la Casa Refugio Citlaltepetl, en la Condesa.

Patrick Montribot es médico psiquiatra, psicoanalista en Burdeos (Francia). Es miembro de l’École de la Cause Freudienne (ECF), de la New Lacanian School (NLS) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Fue AE de la ECF desde 1999 hasta 2002. Miembro del consejo de la ECF entre 2002 y 2004. Y autor de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas.

Nos va a hablar entonces, en la conferencia de hoy sobre: «Comer, la enfermedad del siglo».

El título me produjo un «choque» bastante fuerte – pues presenta el COMER como una ENFERMEDAD.

A propósito de lo que les comentaba, del septiembre lacaniano estuve en Francia recientemente para vivir de cerca algo de esos eventos y participar de las Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana – donde por cierto, tuve la oportunidad de conocer entonces, a Patrick, antes de su llegada a México. Y debo decirles que una de las cosas que me llamó muchísimo la atención, más que otras veces – y fuera de lo vivido profesionalmente -, una de las cosas que más me llamó la atención, ya más del orden de eso que uno vive como extranjero -, y que me encontré repitiendo muchas veces en mis relatos respecto del viaje, fue la pasión, el gusto, podría decir, el deleite francés con la comida. No sólo en lo exquisito, en lo gourmet del paladar, y de los manjares que se comen en los bistrots, en los locales de comida, en la forma en que presentan cada cosa, como si fueran «joyerías, las chocolaterías, etc. Sino que además, del paladar, hay un gusto también en el hablar de la comida, de las recetas, de las combinaciones de los elementos, los sazonados, los vinos que acompañan los platos, etc.

Entonces, me pregunto, ¿cómo es que eso que es, sin duda, un deleite oral, que pasa por degustar el objeto y por hablar del objeto, se transforma en una enfermedad?

Patrick propone en su título, un enfoque de todo esto en relación al siglo. O sea que habría algo del nuevo orden simbólico del siglo XXI (que será el tema del próximo congreso de la AMP, para abril del 2012 en BA) que tiene que ver con este desplazamiento del comer como un placer oral al comer como una patología. Lo cual nos lleva a una reflexión sobre las características del discurso imperante de las tecnociencias y las consecuencias del desfallecimiento del Otro como lugar de la palabra, en su dimensión de lo simbólico, a nivel del sujeto.

Veremos entonces, cuál es la propuesta del psicoanálisis en tanto respuesta al malestar de la civilización y en tanto «cura» para la anorexia.

 

Comer: la enfermedad del sigloPatrick Monribot: En nuestro siglo, el vínculo social ha cambiado por múltiples razones. De hecho, el « malestar en la cultura » descrito por Freud, ha tomado otra cara, modificando a su vez la clínica « psi ». Dicha clínica trata el malestar que, recordémoslo, no afecta sólamente a la cultura de manera universal, sino que también causa estragos en el corazón de cada sujeto.

Precisemos nuestro propósito: el sujeto, en tanto que sujeto del inconsciente, constituye una respuesta del ser hablante frente a ese estrago. En el fondo, con el sujeto, se trata de una especie de defensa, de autotratamiento subjetivo más o menos bien logrado. En efecto, tener un inconsciente, tener una subjetividad, es ya una defensa frente a lo peor… Excepto que la respuesta es también problemática. El sujeto es a la vez remedio y sufrimiento.

Nuestra sujetividad en tanto que defensa es entonces plástica: varía en función de la época para afrontar las nuevas formas de lo imposible de soportar, para afrontar lo que los analistas llaman lo « real ». He ahí por qué la clínica del sujeto evoluciona con su tiempo. Cuando el malestar cambia, la clínica es a su vez modificada. ¿Cuál es ese cambio? (o ¿En qué consiste este cambio?)

A partir de 1938, el Doctor Lacan observa una decadencia de la « imago paterna ». Dicho de otro modo, la función paterna ya no está en el cenit del orden social. El famoso significante del « Nombre-del-padre » que organizaba la sociedad desde hacía siglos –como lo hizo valer la religión católica –pierde su gran influencia. El orden simbólico ya no es lo que era antes, por ejemplo, entre otras consecuencias, tenemos la decadencia de los Ideales. Esto da el extraño sentimiento de que los valores que formaban nuestro mundo ya no son operativos.

La pertinencia del psicoanálisis
La pertinencia concreta del psicoanálisis de hoy exige comprender el punto siguiente: si la función del ideal cae, el objeto toma la delantera en la escena, principalmente el objeto de consumo. La gran ceremonia de la semana ya no es la misa del domingo sino el supermercado del sábado, e incluso en domingos señalados están abiertas las grandes superficies como «El Corte Inglés» (por lo menos en España).

En particular, el objeto oral siguió esta pendiente hasta tal punto que comer se ha convertido en la expresión de un sufrimiento moderno. En sí, el asunto no es nuevo, pero lo que sí es nuevo es la verdadera epidemia de « trastornos del comportamiento alimentario » que se convierte en un problema agudo de « Salud pública ». Aquí, empleo a propósito una serie de términos bien anclados en el discurso de la modernidad – « trastornos », « comportamiento alimentario », « Salud pública ». Se trata de desglosarlos con el fin de reintroducir una complejidad para que la falsa evidencia de un uso banalizado no termine por ocultar. ¿Qué hay detrás de un « trastorno alimentario » ? ¿No se trata más bien únicamente la dimensión simplista de un error de comportamiento? Y sobre todo, ¿qué consecuencias prácticas tiene eso sobre el tratamiento? ¿Cuál es la incidencia sobre la eficacia? Para ilustrarlo, como siempre en psicoanálisis, tomaremos un caso particular.

Voy a hablarles de una joven anoréxica que después de haber recibido una cierta variedad de asistencia médica poco eficaz, se presentó a un analista. El interés de este caso es el de permitirnos un enfoque crítico –en el sentido noble del término- del tratamiento de los trastornos alimentarios.

La propia denominación –« trastornos alimentarios »- plantea ya el problema del sujeto: no se trata un trastorno alimentario como un abceso dental. Tomar en cuenta al sujeto es esencial en la empresa. Por otro lado, un trastorno como ese no se trata como en medicina –es una constante en psicopatología. ¿A qué llamamos un sujeto ?

El Doctor Lacan le dio un estatuto preciso. No es ni la persona ni el individuo. Es el sujeto del inconsciente, en tanto que una parte de nosotros mismos nos tiende una trampa –y nos la tiende aún más puesto que se nos escapa. Somos víctimas de nuestro inconsciente, y ese « efecto sujeto » complica la cuestión del tratamiento.

Cierto, lo hemos dicho, las manifestaciones subjetivas tratan ya un insoportable –veremos cuál es en este caso preciso-, pero son ellas mismas la causa de un sufrimiento redoblado, lo cual es una buena razón para ir a tocar a la puerta del analista. Se trata de saber hacer con ello, pues el sujeto es ante todo el principio activo del tratamiento esperado. Hay que pasar por el sujeto para curar. Resultado: la terapia no es reductible a una simple rectificación ortopédica de conductas erróneas ni al arreglo cerebral de un flujo molecular estropeado. No estoy hablando de un desprecio, ya que las medicinas son con frecuencia indispensables para ciertos estados, en ciertos momentos, y sabemos utilizarlas cuando es necesario. Pero ello no podría ser suficiente para un resultado durable. La eficacia peremne exige la movilización del sujeto y la resolución de su deseo enigmático.

Ahí está precisamente la dificultad de nuestro trabajo. El sujeto no se atrapa con una astucia técnica enseñada en los libros: primero, el sujeto debe mostrar la «punta de su nariz» en la transferencia, implicación siempre singular, que no se parece a ninguna otra. En segundo lugar, es un asunto de respuesta del practicante. Es un asunto de tacto y de invención siempre renovada –lo que vale para uno no vale para el otro y tampoco valdrá en la sesión siguiente.

De ahí la dificultad de generalizar el acto psicoanalítico, a hacer de él un método. Cada vez se trata de una creación que apunta a despegar el sujeto que sufre de un goce tóxico –en este caso, oral. Comprendemos que ese tipo de intervención, cada vez inédita, sea un problema frente a la exigencia moderna de los protocolos formateados. La cosa es inherente a la esencia misma de nuestra eficacia. Hay reglas en una cura, cierto, pero el acto analítico no puede ser codificado por adelantado como una referencia técnica. Reposa en lo imprevisto, lo inesperado, la invención. En este sentido, es asunto de ética como los filósofos lo saben desde hace tiempo. En cierta forma, podemos decir que la ética del acto descompleta la técnica de la acción. La invención singular no es una aplicación en cadena.

Esto trae una dificultad suplementaria a nuestro campo. Desde el punto de vista empírico, la eficacia debe ser mostrada cada vez. Digo bien « cada vez » : los efectos de una cura deben ser siempre considerados caso por caso. No podemos apoyarnos en la garantía gratificante de las validaciones estadísticas pre establecidas –a causa de las razones que he dicho. Es agotador, comenzando por nosotros, los analistas, ¡pero es así! Nuestra legitimidad es construida sobre el testimonio renovado, uno por uno, sin cesar –y no sobre la validación estadística.

La función del síntoma
En un caso como el que vamos a examinar, ¿cuál es la estrategia apuntada en la cura analítica?

Eso depende evidentemente de la estructura del sujeto. Una histérica que rechaza comer no tiene nada que ver con una persona psicótica no desencadenada que intenta prevenir la explosión de su psicosis mediante una anorexia. Los analistas saben bien que el fenómeno aislado, en tanto que trastorno, no vale nada sin un saber sobre la estructura de donde surge. Muy frecuentemente, ese saber no es dado en un primer momento. Se revela únicamente en una clínica de la palabra, y la mayor parte de las veces, gracias al color de la transferencia. Con frecuencia, observé que el diagnóstico se precisa no antes sino durante el tratamiento. A veces incluso, se esclarece en forma tardía: se hace gracias a pequeños detalles transferenciales.

Una vez establecida esta localización, es esencial apostar sobre la función del síntoma. Si el psicoanálisis no es hoy obsoleto, si responde concretamente al malestar contemporáneo, a una clínica en la que el objeto de goce inmediato reina–lo que es verdad en los trastornos alimentarios-, es porque se apoya en el síntoma. Esto merece una breve explicación antes de los trabajos prácticos.

Es crucial no eliminar demasiado rápido un síntoma, (salvo por supuesto si la vida de la persona está en juego en lo inmediato). ¿Por qué? Porque la dificultad no tardaría en volver a venir bajo la forma de recaída o bajo otra mascara aún mas grave. Primero, es necesario el tiempo para que el trastorno del comportamiento deje de ser considerado como una simple desviación del individuo, para que tome el valor de un síntoma psíquico. Es complicado. El analista debe poder intervenir en el buen momento con el fin de hacer aparecer dicho trastorno por lo que es: una respuesta activa del sujeto frente a un enigma que llama a la elaboración de un saber. Un acontecimiento que implica al sujeto.

Entonces, solamente con esta condición, podemos decir que la anorexia hace síntoma para el sujeto. Dicho de otro modo, a partir de entonces, el sujeto es puesto en juego en lo que le ocurre de otra forma que mediante una simple culpabilidad. Es una etapa crucial pues el síntoma –y no el trastorno de una conducta– es el único material sobre el cual podemos trabajar para tener resultados durables.

A partir de entonces, la etapa siguiente consiste en imponerle cierto metabolismo: pasar del síntoma como disfuncionamiento al síntoma como funcionamiento. Eso, ¿qué quiere decir? El síntoma de la salida de análisis ya no es, por supuesto, el mismo que el de la entrada, ¡felizmente ! Se trata de una formación sintomática diferente, menos costosa en término de dolor… Dicho de otra manera, no es un síntoma en el sentido médico del término. Pero es indispensable que algo perdure de la función sintomática para tratar el goce incurable –aquí, para tratar el objeto irreductible de la pulsión oral. Pues bien, para ello es necesario el tiempo de una cura. Se trata de obtener a modo de conclusión un nuevo síntoma que no sea una cruz a cargar como un Calvario, pero que sea un motor para avanzar en la vida.

Guardemos esto en mente : la función curativa del síntoma transformado hace de él una necesidad de estructura. Orienta la práctica analítica moderna que no es exactamente igual que la de los tiempos de Freud. En el fondo, el síntoma no es únicamente un parásito a erradicar cueste lo que cueste! Puede a veces ser una manera de vivir mejor y de otra forma, por poco que haya sido puesto a trabajar en el análisis.

Por ejemplo: Tomen el caso del niño que se pone en peligro, que sufre de una angustia espantosa, que golpea, que no fija la atención, y que nadie más lo soporta. Después de varios meses de trabajo analítico, un síntoma nuevo aparece, mucho menos soportable para la mamá: se hace pípí en la cama – él que fue muy limpio desde muy temprano. Al mismo tiempo, curiosamente, se pacifica en el vínculo social hasta el punto de no parecer tan loco como se hubiera pensado al principio. Pues bien, ese niño construyó un síntoma enurético, un bricolage que le permite un amarre de sus pulsiones, y la instalación sobre su cuerpo de un lugar de inscripción para su libido en exceso. Es un acontecimiento del cuerpo donde se condensa el goce loco –ese que invadía sus comportamientos.

A pesar de la insistencia maternal (legítima), el analista evitará, por lo menos al principio, reducir cueste lo que cueste ese síntoma que es ya, él solo, un progreso, un hallazgo del niño, un tratamiento del estrago pulsional que lo asediaba. En ese caso, la erradicación demasiado rápida de esta defensa sería una catástrofe. Hay que saber esperar.

He ahí el conjunto de razones por las cuales elegí presentar un caso muy contemporáneo que someto ahora a su reflexión. Por supuesto, propongo desplegar la lógica del caso y mostrar cómo trabaja un analista.

Lo oral
Curiosamente, la hija no vino a ver el analista a causa de la anorexia que alimenta la preocupación familiar, dicha anorexia no hace síntoma para ella en lo absoluto. Viene a consultarme a causa de la crisis de angustia que los medicamentos ansiolíticos no logran reducir, verificando así que el tratamiento de la ansiedad no es el de la angustia.

Las primeras sesiones son por otro lado consagradas a hablar de la angustia, bajo una forma divertida cuando conocemos su problemática anoréxica. Los días de fuerte angustia, comienza las sesiones con un frase invariable, muy utilizada en francés, muy popular, para describir su estado: «Hoy, no estoy en mi plato» –lo cual quiere decir: «hoy no es mi día, o no estoy en mi salsa, (haciendo referencia a la comida, es decir, la salsa que está en el plato). Por casualidad, la expresión francesa hace resonar lo oralidad… Dicho esto, ni una sola palabra sobre su anorexia.

Sin embargo, es cierto que no come casi nada y que ha adelgazado mucho. Incluso ha seguido un curso conductual en el hospital en el que desde entonces ella consintió al viejo negocio clásico – «Tu cepillo de dientes contra un kilo, un permiso para salir a cambio de una comida completa, etc.» El problema del contrato es que solicita en el sujeto una instancia feroz, el superyó, del cual conocemos el pronóstico: un kilo ganado hoy, dos perdidos mañana de ¡manera segura!

El panorama es el siguiente. Ella es hija de carnicero, hermana de un fiambrero, su madre vende pan, y ella es anoréxica. Pero no es un síntoma para ella.

Más bien, se queja de estar dispersa en sus elecciones de vida: es también una razón para venir a verme. Se encuentra en una errancia en el plano afectivo y profesional. Estudiante en sociología, no encuentra allí lo que quiere. Un día, después de varios meses de cura, aprueba el examen escrito. Falta sólo pasar la prueba oral para ser admitida. Algunas horas antes de la hora fatídica, pide verme con urgencia, la recibo pues una angustia importante transpira en su voz. En efecto muy angustiada, no puede decir casi nada en el curso de esta entrevista improvisada, sino solo una frase repetida a propósito del examen. Ella repite «El oral me angustia!». A lo cual yo respondo: «Muy bien! Eso está bien dicho, es suficiente hoy…» Fue una sesión corta.

La interpretación es simple: subraya la calidad de su «bien decir» bajo la forma de un equívoco aparecido en sus propósitos. En efecto, una dualidad emerge en su corta frase entre inquietud y angustia: el examen oral la preocupa excesivamente, lo cual debe sin duda situarse en el rango del trastorno ansioso, pero acaso ¿no está, primero que todo y desde siempre, angustiada por lo oral, en el sentido de la pulsión oral? «Lo oral me angustia»…

Esta interpretación minimalista es válida en psicoanálisis pues introduce un corte semántico. Pone en valor otra cosa que lo que el sujeto quiso decir. Es muy distinto que decirle, por ejemplo : «Pero no, querida amiga, todo va a salir bien, el examen no es tan terrible, usted estudió mucho. Repita entonces veinte veces: «lo voy a lograr, lo voy a lograr…» – lo que sería la solución conductual del asunto. Aquí, no se trata de eso.

Justo al salir, parece más tranquila, podríamos haberlo dejado allí. Sin embargo, me viene la idea de querer darle ánimos. Cedo entonces a una tentación caritativa que sin embargo denuncio cada vez que puedo… Estrechándole calurosamente la mano -y este gesto es importante para lo que seguirá -, la invito a defender sus intereses universitarios, dirigiéndole una frase de apoyo, bajo la forma de una expresión popular muy utilizada en francés: «Pues bien, digo, ánimo! Defienda bien su bisteak!» («Defender su bisteak», es una expresión muy usual….) Evidentemente, es una frase particular cuando sabemos que ella no come y que su padre es comerciante de bisteak. Su respuesta fue inmediata y pertinente: «Eso es el colmo para una hija de carnicero!» Finalmente, metió al padre en el asunto.

Esta intervención ¿vale como interpretación? En el momento, la consideré como un error, un resbalón hacia el apoyo psicológico. Sin embargo, las palabras empleadas a pesar mío, tendrán una eficacia incalculable: hacer entrar su anorexia en la escena analítica, después de varios meses de tratamiento.

En psicoanálisis, hay que saber ser paciente. Más exactamente, ella va a poner en la escena de la cura el cuerpo, de diferentes maneras.

En primer lugar, una primera respuesta se presenta de forma muy real. Ella ya no podrá ni querrá estrecharme la mano ni al principio ni al final de la sesión. No sabe por qué – (Recordemos: fue estrechándole la mano que yo le había dado ánimos). Es un rechazo del cuerpo, que ella actúa en el nexo con el analista, allí donde ella no puede hablar claramente de su transferencia negativa. ¿Qué ocurrió?

Comer el bebé
En la sesión siguiente, trae otra respuesta a mi intervención bajo el modo «el inconsciente interpreta», según la fórmula de Jacques Alain Miller, es decir, con una formación del inconsciente. Tuvo un sueño de comida que la intriga, otra forma de traer el cuerpo en la transferencia –mediante el sueño. Está sentada en la mesa con sus padres. Después de haber comido las entradas, su madre le dice: «Ve a buscar el bebé en la nevera». Ella obedece y lo trae en una bandeja. En el momento de cortar como se cortaría un ave, el bebé se lanza sobre ella para comérsela. La angustia la despierta brutalmente y la paciente piensa: «Me mordió». Podemos hablar de una primera asociación a propósito del sueño.

¿Qué nos enseña este sueño?

En efecto el inconsciente interpreta, pues el deseo que sostiene esta formación del inconsciente no es otra cosa que la interpretación del deseo del Otro -aquí del analista- del cual el mensaje («Defienda su bisteak») se le devuelve en el sueño, bajo una forma invertida; como si ella me dijera : «Quieres un bisteak? Muy bien! Es ese también mi deseo! Hago un sueño que no dejaré de traértelo…»

Ella nos enseña que el deseo inconsciente del sujeto analizante está siempre construido a partir del deseo del Otro, verificando el aforismo lacaniano: «El deseo es el deseo del Otro».

Este episodio es también una enseñanza sobre la estructura de la paciente, y más precisamente sobre la lógica histérica. En efecto, si el Otro, el analista, nombra algún deseo soltando un solo significante, – bisteak-, aunque haya sido dicho rápidamente, justo en la puerta, el sujeto histérico lo transforma inmediatamente en demanda por parte del Otro. Ella carga a sus espaldas esta demanda supuesta: hace un sueño. Esto para señalar el poder de sugestión del significante.

Excepto que el bisteak del sueño es un poco particular. Es un bebé regalado al Otro –el Otro bajo todas las formas posibles.

Primero, el Otro parental hambriento, en particular la madre que reclama su plato favorito. El bebé es regalado a su glotonería –en el sueño es la madre quien le pide ir a buscarlo.

Luego, es regalado como respuesta al analista quien milita por la defensa del steak: es por ello que este sueño es ante todo un sueño de transferencia.

Sin embargo, su gran ventaja es que deja ver la posición subjetiva del analizante: el «bebé-bisteak» regalado en la transferencia, es ella. ¿Qué es lo que permite afirmar eso?

El final del sueño, en el que «es mordida aquella que creía morder»! El bebé que todos iban a comer se precipita para devorarla, a ella. Es el comedor quien es comido. Recuerden su frase para explicar su malestar cotidiano: «No estoy en mi plato»… Pero que encontramos en el plato, en la bandeja? El «bebé-bisteak» como parte de su ser. Vemos conjugarse eso que Lacan llama la «gramática de la pulsión»: morder, ser mordido, hacerse morder, etc. No hay duda: ella es el bebé prometido a la voracidad del Otro maternal. En el fondo, este sueño denuncia un punto de estrago entre la madre y la hija, y de una cierta forma, ese punto emerge en la transferencia, puesto que, no lo olvidemos, se trata de un sueño de transferencia…

A la pregunta «¿Qué me quiere el Otro?», la respuesta es así doble: hay un lado significante y un lado objeto, con una diferencia entre los dos.

El lado significante puede nombrarse mientras que el lado objeto – «¿Qué objeto soy yo para el Otro?» -, no puede decirse por definición, y escapa al significante.

Del lado significante, el Otro quiere «bisteak», se lo dice en la puerta, él mismo le surte el significante amo -el S1 como dice Lacan.

Del lado objeto –ese que ella es para el Otro-, se propone, como lo muestra su sueño, en tanto que bebé como objeto de consumo, como objeto a minúscula.

Detrás de un significante tomado prestado al analista –bisteak-, ella propone su cuerpo a la glotonería del Otro. Encontramos aquí las dos vertientes del inconsciente subrayados por JA Millar: el inconsciente transferencial, compuesto por los significantes, y el inconsciente real, es decir la pulsion. Así, como lo quiere la estructura, ella responde al enigma del deseo del Otro con un fantasma fundamental inconsciente, del cual nos da una idea: «El Otro quiere comerme…»

Del fantasma a la pulsión
El fantasma dice mucho sobre el vínculo al Otro maternal. En ese caso, el fantasma fundamental puede aparecer porque está articulado a la transferencia –con este sueño que el fantasma inspira. El sujeto aloja allí una parte de su ser y de su goce inconsciente.

Del lado de su ser, es: «Soy un bebé».

Del lado del goce pulsional, se trata de: «devorar – ser devorada».

Pero la totalidad de la actividad pulsional no está capturada dentro del fantasma fundamental. El inconciente real no puede alojarse en el fantasma. El escenario del fantasma no contiene todo su ser de goce, su ser pulsional. Una parte de ella misma permanece así inasimilable en el fantasma.

En efecto, una parte del ser y del goce desborda del cuadro regulador del fantasma. Es una parte no representable en el escenario del sueño, pues es una parte que, por definición, hace un agujero en las representaciones psíquicas, incluso en las del sueño. Ese agujero, es lo que Freud llama el ombligo del sueño y lo que Lacan llama el objeto a. Frente al agujero irreconciliable con el sujeto, la paciente se despierta. El sueño se transforma en pesadilla: se despierta cuando encuentra un real irrepresentable.

Es el contrario del sueño que es el «guardián del dormir» como dice Freud. Lo irrepresentable que la despierta, qué es? Es eso que el sujeto es de más real para el Otro y para el goce del Otro: ella es esa que devoran, reducida al puro objeto de la pulsión. Y cada vez que ustedes están reducidos a un objeto pulsional, es irrepresentable -incluso en un sueño. Es sin embargo ese real que organiza su «causalidad psiquica», que es el núcleo de su vida psíquica, a sus espaldas.*

Todos tenemos un núcleo de real que nos habita y que causa nuestro deseo, que organiza nuestra neurosis. Ahora, ¿cómo vamos a tratar este punto de angustia? pues es, psíquicamente, impensable. Respuesta: no puedo deducirlo mediante mi pensamiento, sino a partir del vínculo con el analista.

Comenzamos entonces a captar la lógica de la angustia y de la anorexia: ella no come nada –o más bien, ella «come nada», como dice Lacan en el Seminario V sobre Las formaciones del inconsciente– puesto que el objeto oral mordido y devorado, es siempre ella. Mejor tragar la «nada» que el objeto oral –pues ella misma es el objeto oral. La «nada», decididamente, ¡es «algo» para ella!

Por otro lado, tuvo un sueño mas reciente en el que perdía sus dientes al mismo tiempo que su madre perdía los de ella. Mas allá de la castración imaginaria, materializada por la perdida de un pedazo de cuerpo, es verdaderamente un sueño de defensa frente a lo real pulsional que la amenaza, frente al «hacerse comer». Si la madre pierde sus dientes, no podrá comerla!

He ahí pues lo que nos enseña este sueño de principio de cura: un fantasma de devoración recubre lo irrepresentable. No hay que confundir su fantasma de devoración puesto en juego en el guión del sueño y su «ser devorado», su ser en tanto que pequeño a, que se manifiesta en el momento preciso de la interrupción del sueño.

Ahora bien, la ficción de un fantasma fundamental no es nunca una casualidad. Freud indica que el sujeto lo elabora a partir de situaciones vividas, vistas, o escuchadas.

No queda más que, en los meandros del camino sinuoso del análisis, encontrar todos esos pedazos de historia que participan en la construcción del fantasma, con el fin de acercarse, más allá del fantasma, al famoso núcleo pulsional de este asunto. Ese núcleo pulsional es el objeto causa que nos interesa en el tratamiento eficaz de esta anorexia y de la angustia.

Lo graso y lo flaco
La continuación de la cura permitió ese trabajo al igual que el aislamiento de las coordenadas significantes e históricas en juego.

Ella fue en el pasado la víctima infeliz del goce del Otro. Siendo niña, se identificó realmente al bisteak, el de la madre. Cuando tenía dos años y medio, hizo un paso en falso que se parece mucho a un acto fallido, se tropieza y se cae en una olla de aceite caliente, yendo así junto a los «patos grasos» que la madre cocinaba.

Una precisión: la escena se sitúa en el Sur Oeste de Francia, en donde hay una tradición del pato engrasado y cebado dos veces por día con un embudo en el fondo de la garganta para fabricar el «foie gras» y el «magret » de pato –una especialidad culinaria de este región.

Ella se hace entonces el «foie gras» de la madre. La hija cebada y cocinada por la madre es un nombre del estrago, aquí en lo real del cuerpo escaldado y quemado. Largas hospitalizaciones, múltiples operaciones, cicatrices indelebles sobre el cuerpo magullado, fueron la marca de este dramático accidente.

Vemos que hay razones para apartarse de lo graso para siempre! Es por otro lado uno de los principios de su anorexia: no asimilar lo graso. Lo graso está eternamente ligado a la madre, a su cocina. La hija tenia dos años y medio…

La diferencia hoy, veinte años después, es que desde entonces ha atravesado los desfiladeros del edipo, es decir, lo que Lacan llamó la metáfora paterna. Resultado: en veinte años, ella pasó del «magret» de pato no sexualizado de la madre -una forma real de objeto pequeño a– al bisteak de carne erotizado, ligado a la figura paterna, a la puesta en juego de la metáfora paterna, con sus efectos de significación fálica –lo que no se podía en época del accidente. Eso, ¿como podemos afirmarlo?

Podemos afirmar un tal desplazamiento a partir de los elementos clínicos y transferenciales que la cura permitió despejar. He aquí los hechos.

Su anorexia comenzó en la adolescencia, cuando el abuelo paterno se divertía pellizcándole el pecho emergente en las comidas de familia del domingo. Desde entonces, su apetito comienza a disminuir.

Las cosas se agravan cuando un chico se atreve a sumergir una mano en su braga: era un primer flirteo. Este chico le gusta mucho, pero después de ese gesto audaz, los ciclos regulares de sus menstruaciones se paran. Desde ahora, ella cesa de flirtear pero su real belleza fascina a los hombres para quienes ella encarna «un falo un poco flaco», como dice Lacan en los Escritos, respecto a la anoréxica. Un falo un poco flaco, es decir un pocomagro. Desde entonces, este encuentro con lo sexual traumático radicaliza su síntoma anoréxico más allá de lo graso. Pescados y carnes magros son, desde entonces, rechazados.

Pero a la inversa de lo graso, lo magro (o lo flaco) está relacionado al padre. En un sueño recurrente, en efecto, lo ve manipular un cuarto de carne, escena vista tantas veces en la carnicería. Y, como ella dice muy bien: «la carne, es algo magro!». Aquí, más que nunca, el gesto intrusivo del novio, la fija a una identificación nociva, correlativa del falo magro, del falo flaco: ella es el pedazo de carne del padre.

Sin embargo, esta identificación con efectos anorexigénicos es ya en si un tratamiento de la angustia, pues calma una posición mucho más difícil de tratar: ser el graso de la madre.

Así, la anorexia es de naturaleza «compuesta» con dos vertientes. Hay una parte sintomática, ligada al padre mediante el significante «magro» (o «falo»), y esta parte es uno de los componentes que intenta tratar al otro componente que hay en el asunto : la parte «estrago» ligada a la madre por el significante «graso» –una parte igualmente en juego en esta anorexia.

Seguimos la evolución. Al odio de lo graso, relacionado con la madre bajo la vertiente del estrago, se agrega un asco de lo magro relacionado al padre abajo la vertiente del síntoma. Y por fin, sabemos que ella misma se vuelve cada vez más magra, más flaca, por identificación al objeto por el cual el padre se apasiona: la carne, de la cual él hace su profesión.

Esta identificación al «falo flaco» sostiene la organización de su deseo inconsciente, con el cual ella juega en la relación de seducción con los hombres – ya que su dimensión de «falo un poco flaco» atrae los varones. Es el revés de su asco alimentario por lo magro.

Lo magro (es decir lo flaco o delgado) es el significante que nombra el deseo del padre: a la vez ella rechaza absorberlo, ese magro, y a la vez no cesa de identificarse a él. La cura trabajó con éxito para deshacer esta identificación mortificante al falo flaco que ella es para el padre.

Resulta: esta «desidentificación» permite actualizar la otra cara de este asunto, más allá de lo sexual y mas delicado de tratar, una cara que se llama: el estrago. Lo que planteo la pregunta: ¿Cómo evitar ser devorado por el Otro materno?

Comprendemos mejor ahora porqué en las sesiones, ella evitaba mi mano, puesta en serie con todas aquellas que codician el bisteak: la mano del abuelo que manosea, la del chico que acaricia, la del padre que amasa la carne, hasta la del analista que quiere salvar el bisteak, estrechándole su mano.

De hecho, a partir de unos acontecimientos transferenciales, esta historia de steak le permitió «deshuesar» los significantes de la metáfora paterna –lo graso y lo magro, lo gordo y lo flaco. Eso le permitió ponerlos en tensión y en oposición, allí donde se atascaba en el estrago maternal, del lado de lo graso.

Por suerte, felizmente que en la puerta, el analista no le dijo, en lugar de «defienda tu bisteak!», otra expresión muy popular en francés, y perfectamente equivalente de un punto de vista semántico: «Defienda tu pedazo gordo!» En castellano, se también se dice: «Defienda tu olla!». No habría sido tan equivalente del punto de vista de su subjetividad! Ella habría tirado la transferencia inmediatamente del lado de la grasa es decir del estrago… Con el riesgo de ruptura que sabemos, antes mismo de que pueda desplegarse la cadena significante. Hay una parte de contingencia en la cura….

Sea como sea, este caso nos enseña que el tratamiento de la angustia no es en lo absoluto el mismo que el del trastorno ansioso. A partir del punto de angustia que condujo a esta paciente hacia el analista, es necesario formalizar y poner en orden un síntoma. Se trata de hacer pasar un trastorno alimentario de la dimensión médica, a la dimensión del síntoma psíquico.

Lo cual viene a ser lo mismo que articularlo a la transferencia con el analista –ocurren muchas cosas con esta joven que rechaza estrecharme la mano! Es también lo mismo que articularlo al fantasma –aquí, a partir de un sueño de transferencia. Es lo mismo que explorar todas las vertientes de la metáfora paterna: ¿en qué el síntoma está ligado al padre? ¿En qué está ligado al estrago «madre-hija» –un estrago que Freud consideraba como estructural? En fin, ¿en qué está ligado al objeto de la pulsión irrepresentable para ella, si no es a partir de escenarios en donde se trata de «hacerse comer»?

Todos estos momentos de la cura no se producen espontáneamente: es necesario un analista y el acto analítico.

El trabajo con el síntoma y sobre el síntoma, es la verdadera llave de la terapéutica de la angustia, ya que ese trabajo toca a lo real del objeto pulsional.

Es una otra postura, y un otro nivel que un protocolo acéfalo de terapia cognitiva! Es sobretodo mucho más eficaz y menos peligroso, en la medida en que el sujeto ha encontrado una solución a sus impases, a sus callejones sin salida -una solución que no consiste en borrar el síntoma, sino en transformarlo. La continuación de la cura fue la demostración de ello: concluiremos en este punto, en forma de epilogo.

Epílogo
En efecto, luego de algunos años, el análisis se acaba en una salida sintomática inédita, ligada a la elección profesional. No se volvió psicoanalista pero ejerce una profesión «psi» cuya vocación es curar y cuidar. En francés ambos –curar y cuidar- se dicen «soigner»; es la misma palabra. Es ahora su síntoma: curar y cuidar a los otros. Con esto, ella forjó una alternativa al rechazo alimentario, incluso si le quedó una delicadeza irreductible con lo graso. Rellenó su errancia.

Sobretodo, anudó una defensa diferente a la angustia, frente a lo real de la pulsión: al «hacerse comer», ella opone un «cuidar a los otros».

Con la lógica de este caso, captamos cómo es difícil reducir esta joven a un perfil estadístico como lo quiere la medicina moderna. Lo que queda «inevaluable» e incomparable en este asunto, es el laberinto de su deseo y la singularidad de su solución. Esta solución es inexportable, no es una receta generalizable a una comunidad sintomática.

Tal es la dura ley del psicoanálisis: la soledad del camino de la salida. Sin embargo, es una terapéutica durable de la angustia por el síntoma –el síntoma entendido aquí no como disfuncionamiento, sino como funcionamiento. ¿De qué síntoma de salida se trata? …De su solución profesional: «Cuidar a los otros», dice ella… No escapó a su perspicacia la ambigüedad del término elegido, para nombrar su solución: cuidar, es alimentar.

«En el campo, dice ella al final de la sesión, cuidábamos los animales de la granja y cebábamos los patos. Durante mucho tiempo, confundí los dos – cuidar y cebar. Pues bien ¡no!, Ahora yo lo sé,… no es en absoluto lo mismo!»

Fue esa, ¿lo creerán ustedes?, nuestra última sesión.
Muchas gracias por su atención.

Notas
* Psiquiatra, Psicoanalista en Burdeos (Francia). Miembro de la École de la Cause Freudienne (ECF), de la New Lacanian School (NLS) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). AE de la ECF desde 1999 hasta 2002. Miembro del consejo de la ECF entre 2002 y 2004. Autor de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas.

Fecha: 21/10/2011
Modalidad: Presencial
Lugar: Facultad de Filosofía y Letras UNAM

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.