Lo que el amor enseña al psicoanálisis

Alicia Arenas

Hablar de amor.

Hablar… ¿no es ya amar?.

Lacan dice que sí, que la palabra puede ocupar el lugar de lo real, por eso la palabra es también acto.

Por eso, para hablarles del amor tengo que hablar de muchas otras cosas, del deseo por ejemplo, sólo que el deseo no puede explicarse sino por su causa, el objeto que lo causa, lo que no difiere de la sexualidad. Y si es así, cómo no hablar de su producto, los niños, y las madres, y la función del padre. Llegamos así a la familia y a la sociedad. Eso va a exigir explicar lo que el amor enseña al psicoanálisis.

Freud aprende muy rápidamente que el amor que un analizante siente por su analista es verdadero amor, que no se trata de un artificio de la transferencia. Desde luego, también dice que el analizante transfiere a la persona del analista los afectos y pensamientos que corresponden a otras figuras que han tenido alguna relevancia en su vida. Se observa entonces de entrada esta particularidad nómada del amor, capaz de desplazamiento.

Es por esa misma razón, que el analista no tomará nunca el amor del analizante como dirigido a su persona, sino al lugar que el analista viene a ocupar para él. Es por eso que una de las primeras cosas que un analista ha de saber es qué lugar ocupa para su paciente, qué tipo de objeto es para él. Hay una relación directa entre el lugar que se ocupa para alguien y el tipo de lazo que se establece. Es a partir de allí que el analista podrá intervenir en el discurso del analizante y dirigir la cura.

En el antiguo amor cortés, la mujer como objeto de amor de los poetas y trovadores de la época, era situada en el lugar del ideal, se le cantaban sus virtudes. Aunque Lacan nos recuerda que no todo lo que decían estos trovadores estaba ligado a las virtudes, también estaban los contestatarios que intentaban elevar al poema lo que podía ser lo más soez, lo menos políticamente correcto de la época, y eso también estaba dentro del amor cortés. Lacan lo señala para situar precisamente la complejidad del amor, que no es posible entender en una sola dimensión.

Lo cierto es que el comportamiento de los hombres y las mujeres en la relación amorosa

está mas vinculado a nostalgias que a satisfacciones, a eternos sueños de la fantasía de reencuentro

con la mitad perdida en el estilo que plantea Aristófanes en el Banquete del Amor de Platón.

Lo que se observa es que la dimensión de la insatisfacción está presente con frecuencia en el fenómeno

amoroso. Está por una parte la demanda de amor, de ser amado, y por otra está que la respuesta

a esa demanda no siempre es satisfactoria.

De ese modo la insatisfacción acompaña a los hombres y mujeres a lo largo de la vida. Pero las personas viven subjetivamente la falta del objeto de amor de los modos más variados.

La vivencia de sentirse incompleto puede hacer que aquél que falta sea vivido tal como si le hubiera sido extraído al sujeto un pedazo de sí mismo. La literatura del discurso amoroso de todos los tiempos lo atestigua. El amante desespera, siente que le falta la vida, sueña con la unión total, con el encuentro anhelado, la falta se convierte en insoportable. No hay que leer a Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso para tener numerosos ejemplos, basta escuchar a los amigos más cercanos o simplemente a lo que son, o han sido nuestros mismos pensamientos. A veces se sueña con encontrar un amado que reúna a todos los otros, los pedazos de muchos otros, en una combinación que permita una unión casi perfecta entre el amante y el amado.

En el horizonte del amor están la perfección, la completud, la imágen en el espejo que devuelve al verdadero y único semejante soñado. Hay que decir que son estados en los que las personas literalmente no tocan la tierra con los pies, fácilmente la realidad queda excluida.

Además, si somos exhaustivos nos damos cuenta que la mayor efervescencia amorosa se da casi siempre a partir de que se presenta alguna imposibilidad, un amor que presenta obstáculos permite precisamente que el deseo se potencie. Porque por otra parte, paradójicamente, muchas veces cuando se hace posible, sin saber porqué, el deseo desfallece.

Se trata del encuentro con la estructura misma del deseo, insatisfecho por naturaleza, y situado siempre más allá de la voluntad del sujeto.

En el Werther, donde se encuentra el personaje del enamorado por excelencia, Goethe escribe que del ser amado surge una fuerza que nada puede detener y que impregna todo lo que toca, los objetos que toca así sea con la mirada, quedan imantados de su presencia. Ah!, pero para que los objetos se imanten, es necesaria la ausencia, que el objeto asuma y se convierta en la representación misma del amado que no está. Sus cartas, sus fotografías, hoy diríamos sus mensajes electrónicos.

El enamorado se rodea de estos objetos, vehículos de la metonimia amorosa, para tener al menos un pedacito de ese todo que se imagina perfecto y que no sería sino el amado en persona. Objetos que cumplen su función de representación, acompañando al amante en sus horas de soledad y llenando el espacio vacío. Pero sobre todo, manteniendo el deseo. Hay que decir que los mensajes electrónicos son fantásticos para el deseo. Actualmente hay pocos que toman la opción de Goethe y más bien eligen el ciberespacio donde en milésimas de segundo se puede estar y no estar, desaparecer y aparecer por arte de magia con un repentino «Hola» o «adiós» sin que se sepa siquiera donde está el que lo escribe. Es el amante en su pura representación de discurso. Lo genial es que hay quien no necesita más, se comprueba que la presencia concreta de la persona no haría las cosas mejores.

Es muy interesante todo lo que esto introduce, porque la antigua lógica de la completud, donde la relación con el otro del amor se centra en la polaridad estar fusionado- sentirse abandonado, presenta nuevas paradojas.

Al mismo tiempo, la insatisfacción amorosa es una fuente de sufrimiento para muchas personas y un motivo insistente de consulta para el psicoanalista. Evidentemente, la cuestión no está siempre del lado del otro, la mayoría de las veces es un problema repartido en dos, pero presentado con dos versiones distintas.

A veces la gente se pregunta como esas dos personas pueden haber decidido establecer una relación, pero siempre hay un buen motivo. Porque, ¿como sucede una elección amorosa? En principio, lo primero que hay que preguntarse es si se trata realmente de una elección, ya que lo que ocurre tiene más bien que ver con razones desconocidas por el sujeto mismo, razones que ordenan la vida amorosa y sexual sin que las personas tengan ninguna conciencia. Es ese también el motivo que a ese objeto supuestamente «elegido» se le pidan demasiadas cosas. Por ejemplo que satisfaga necesidades muy antiguas, donde la lógica que el amado o amante tendría que saber interpretar no es ni siquiera actual en la historia del sujeto.

Por eso mismo el amor es el reino del malentendido, donde surge como sorpresa por ejemplo el no obtener más amor aunque se haga todo lo que el otro pide, o, también sorprende ser amado por aquello por lo que no se querría ser amado. Hay diferentes versiones de este tipo de insatisfacción.

Por eso, es necesario situar todo esto en más de una perspectiva, porque el amor se combina con otras dimensiones del lazo con el otro. El enamorado o enamorada, por ejemplo, tiende a dirigirse a su objeto de amor, que por supuesto supone un objeto de la realidad, alguien con un nombre, una figura, consistencia, cuerpo. Pero resulta que lo que ocurre en el encuentro es otra cosa, allí donde parecía haber una identidad, aparece tal vez otra, allí donde había consistencia, aparece la inconsistencia, allí donde se esperaba un cuerpo, a veces lo que aparece es un dolor de cabeza. En fin…

Por suerte, esto que digo no es siempre de este modo, por supuesto, pero como practico el psicoanálisis, hablo sobre todo de lo que el amor enseña allí donde lo que se encuentra no es lo que se estaba buscando, allí donde el amor se revela en pura ilusión, lo que no quiere decir que no exista, por supuesto que existe, la cuestión es ¿dónde, cómo, cuándo?

Cuando hablamos de la dimensión de lo insatisfecho, de la dimensión de lo imposible en el amor, en realidad, estamos asomando un pequeño diablillo, digo diablillo porque si tuviéramos que hacer una alegoría del amor, podríamos utilizar fácilmente la figura de algo ideal, un ángel, un ángel de amor, Cupido por ejemplo, sin embargo, si tenemos que dibujar la figura del deseo, probablemente podríamos usar la de un diablillo, simpático desde luego, juguetón, pero no exactamente angelical.

Y eso es porque la dimensión del amor y la del deseo son diferentes, sin embargo, no se puede decir que sean malos compañeros. E incluso, hasta se puede decir que los condimentos de la supervivencia del amor los proporciona el deseo. El amor busca la completud, el deseo es la representación de lo que no se satisface, aquello que por estructura está vacío. En la dimensión del deseo no hay posibilidad de unión total, pero, al mismo tiempo, tampoco de abandono. Se trata más bien de la zanahoria delante de los ojos del caballo.

En realidad se trata solo de una lógica diferente, que no parte de que de dos se pueda hacer uno, sino que parte de que el objeto con el que se relacionan no solo no es el mismo, sino que es un objeto fantaseado que al tratar de atraparlo y concretarlo, no está. Evidentemente, ésta no es una lógica que tenga en el horizonte la posibilidad de la apropiación de ningún objeto. Se trata de que lo primero que hay que saber es que el objeto, para poder alcanzarlo, hay que empezar por cederlo.

Podríamos decir que el amante y el artista se parecen. El artista, para seguir creando tiene que desprenderse del objeto que produce, cederlo, para poder pasar a una nueva dimensión de la creación.

En todo caso es una perspectiva que rápidamente muestra un tipo de amor distinto a ese que lleva a las parejas del amor al odio con cierta velocidad. Lacan decía que un signo de amor es «dar lo que no se tiene». Dar lo que no se tiene es dar nada, y eso es el amor, dar esa nada fantaseada, soltarla, para poder encontrarse con la nada del otro, que a su vez tendrá que soltar la suya.

Lacan utilizo una frase que se interpretó de muchos modos, dijo «No hay relación Sexual», como saben, él decía ese tipo de cosas, también dijo «La Mujer no existe», por supuesto que hay que saber a qué se refería, no hay que hacer asociación libre con las frases de Lacan, sino situarlas en su álgebra, porque son en realidad fórmulas lógicas.

Cuando dijo «No hay relaciòn sexual», que es una afirmación muy importante en la que se fundamenta la ultima parte de su enseñanza, se refería a que no hay un encuentro posible entre los sexos ya que no existe la diferencia sexual a nivel del inconsciente. Eso tiene muchas implicaciones en la clínica psicoanalítica, en la relación entre analizante y analista, y tiene también en el final del análisis.

Jacques Alain Miller dio una vez en Brasíl un seminario que se llama la «Erótica del Tiempo». Dice allí que hay también una erótica del espacio donde la distancia no se mide en metros sino en investiduras libidinales. Dice que allí, el camino más corto entre dos puntos no es la línea recta. En la erótica del espacio encontramos que hay obstáculos entre los dos puntos. Por ejemplo, en el Complejo de Edipo, mamá y papá son los más cercanos, los más amados, pero también los más prohibidos. Eso hace que haya que dar muchas vueltas para reencontrar ese objeto perdido que es mamá, para reencontrar ese color de ojos, esa sonrisa, o, hay casos donde el asunto se presenta por su contrario y se trata de encontrar por fin una mirada distinta a la de mamá, que precisamente permita que surja el erotismo.

Los espacios de la vida amorosa son más bien laberínticos, donde no hay una lógica que se pueda conocer a priori, sino que hay que descubrirla, caso por caso. Cosa que es difícil de aceptar porque, curiosamente, todo el mundo piensa que las cosas del amor son tal como se las imagina. Lo que se observa es que hay una relación directa entre la instauración de un límite, un obstáculo y la constitución de un objeto del deseo.

JA Miller, en un Coloquio que hubo en Barcelona, sitúa varios modelos de relación de pareja que se observan en la clínica. El modelo narcisista donde se elige a aquel que se quiere ser, o también, un poco más allá del narcisismo, el que se refiere a algún ideal, que pasa por algún tipo de identificación al Otro, al padre, etc., como lo que sostiene a la pareja.

También propone al modelo fantasmático, es decir, cuando la pareja parece responder al fantasma del sujeto, donde funcionamiento y disfuncionamiento están vinculados al lugar que el partenaire tiene que ocupar necesariamente en la pareja. Generalmente estas parejas unidas por el fantasma son más duraderas, pero no necesariamente más felices, porque pueden incluso quedar atrapadas en un círculo de difícil salida, ya que el fantasma puede ser algo bastante complicado donde el sufrimiento de una de las partes, o de las dos, no está excluido.

Hay que decir que aunque parezca lo contrario, el psicoanálisis no es descreído del amor. A lo que Lacan apunta en última instancia es al reconocimiento de la posibilidad subjetiva de un nuevo amor. Un amor que no se fundamente en los rasgos y fantasías que han dominado los automatismos de la historia del sujeto. Propone más bien un amor que esté dispuesto a hacer algo con la imposibilidad y con la insatisfacción.

Esto lo propone tanto para las parejas como para los grupos humanos. El affectio societatis, que implica saber de las diferencias con el otro y a la vez disponerse a hacer con el otro. Diferencias no significa distancia, no estamos del lado de la discriminación, pero sí del lado del invento de diferentes tipos de lazo, de la creación de suplencias allí donde la diferencia social tiene la tendencia a hacer surgir la pulsión de muerte. Porque la pulsión, en su peor expresión, hace que las personas que gozan de lo mismo se unan contra otros, se sabe que no hay mejor modo de unirse que odiar juntos. Es ante ese modo de unión que el psicoanálisis alerta, porque es la raíz de la discriminación y de la segregación, en las parejas, en los grupos, y en las sociedades.

Ante esto, Lacan propone para el psicoanálisis la noción de deseo del analista, como un tipo de relación con el Otro que señala un nuevo tipo de amor, que tiene que ver con sostener la falla en el otro, a partir de la causa de deseo. Ante la demanda del Otro, responder con el deseo.

No podemos excluir del tema del amor su relación con los tiempos, con los discursos que afectan la subjetividad de cada época y de cada cultura. En la nuestra, hay nuevos discursos respecto a lo masculino y a lo femenino, a la sexualidad misma en tanto que hetero u homo, en tanto que transgenérica, o incluso, en cuanto asexual, una de las ultimas nociones de las que tengo noticia. En EEUU por ejemplo existen hoy grupos que no quieren saber más de la sexualidad. No es algo que resulte tan extraño en un mundo donde los gadgets se convierten en la compañía más constante de un sujeto.

En relación a todo esto hay ciertos autores que han hecho surgir la noción de «genero» como un intento de desvincular la sexualidad biológica de la psicológica, a partir de lo que se consideraría una identidad «transgenérica». Intento muy distinto al del psicoanálisis de orientación lacaniana, si bien es ese un intento de introducir la diferencia a partir de lo psíquico y no de lo genético como hacen otras tendencias.

Hay una autora interesante que trabaja estos temas, Judith Butler, una profesora de Berkeley, que diferencia su posición, que es la Queer Theory, de la del movimiento gay tradicional que lucha por los derechos en el mismo sentido que los heterosexuales: derecho al matrimonio, a los hijos, y al patrimonio familiar entre otros. La posición de los Queer es más bien antinormativa, piensan que son las normas sociales las que impiden por ejemplo a un homosexual ser considerado normal y vivir una vida normal según sus elecciones. Su lucha parte de ahí, de señalar que vivimos en un mundo donde nos son impuestos ciertos ideales de salud, de sexualidad, de morfología corporal, etc. que hace que personas que no cumplen de algún modo esos ideales sea considerados subhumanos. Butler cita a Hegel y a la tradición de buscar el «reconocimiento»del Otro social, a partir del cual cualquier persona no «reconocida» por el Otro, pasa a una categoría de anormal. Para ella lo considerado «humano» depende entonces del poder del reconocimiento, el cual en última instancia produce la idea misma de lo que es humano, de lo que es normal. Es interesante porque es una posición opuesta a la de la lucha por los derechos en tanto esta lucha se basa en el reconocimiento del Otro. Es una posición bastante extrema pero lo interesante es que se sale precisamente de la lógica del «para todos» lo que la hace al mismo tiempo bastante problemática. Butler se plantea la pregunta de cómo podrían reformularse las normas sociales para pensar en el reconocimiento de los vínculos más allá de lo legal, y también se pregunta si podríamos prescindir del reconocimiento del Otro social. La Teoría Queer defiende que la sexualidad no debe ser categorizada en forma alguna, pues es el inicio de todo tipo de discriminación.

Lacan propone sustituir el termino sexuación por el de sexualidad, lo que permite pasar del plano biológico al plano subjetivo. En los años 60, en su Seminario XI dice por ejemplo que no hay nada en el psiquismo que permita a un sujeto situarse como ser macho o ser hembra, solo encontramos sus equivalentes, pasividad o actividad, y estos nunca lo representan exhaustivamente[1].

Se refiere al plano puramente subjetivo, simbólico, donde la sexualidad está inscrita de un modo distinto al del cuerpo, lo que permite una variedad de identificaciones sexuales que van más allá de los órganos con los que cada uno nace.

Más tarde, en los años 70, Lacan sitúa las posiciones masculina y femenina en la dimensión propiamente psicoanalítica, que es la dimensión del discurso. Para explicarlo propone sus formulas de la sexuación[2] donde las posiciones masculina y femenina pueden ser ocupadas por los dos sexos biológicos, ya que lo viril y lo femenino son posiciones que corresponden a la lógica de lo simbólico y lo real.

Situarnos en esta dimensión permite entonces pensar las cosas desde el discurso del sujeto por una parte, pero también desde el discurso social y el discurso de la ciencia. Pensar por ejemplo de que manera los cambios en el discurso social son el efecto de modificaciones en la estructura psíquica.También cómo las modificaciones en las formas de la familia establecen cambios en la noción de padre, de madre y de hijo. La tradición tiende a modificarse, pero, de qué modo la innovación de estos semblantes organiza hoy el lazo social y también las relaciones amorosas y sexuales.

El principio lacaniano es el principio de la elección, de la elección de goce. El sujeto tiene la responsabilidad de su elección, no el Otro. Cada uno elige su modo de gozar y se trata de ver en todo caso qué lugar ocupa la pareja para cada uno. Sin embargo eso no es un «todo vale», es necesario tener referencias muy claras de cuando se trata de elecciones sintomáticas y cuando no, por eso, no se trata de generalizaciones sino de una clínica del caso por caso.

Para explicar estas formulas, Lacan va a tomar una vía articulada ya no a lo simbólico sino a lo Real. Lo explica a partir de cómo se ubican hombres y mujeres a partir del predicado fálico, pero estableciendo la diferencia entre los predicados universales y los predicados particulares. Sugiero para entender este tema el libro de Graciela Brodsky «Clinica de la Sexuación»[3]

Por ejemplo, «Todos los hombres son mortales», o Ningún hombre es mortal» son universales, un campo consistente y completo. «Algunos hombres son mortales», o Algunos hombres no son mortales», son particulares. Aquí estamos en otro campo, lo inconsistente e incompleto.

Lacan sitúa sus formulas más que a partir del falo a partir de la castración. «Todos están castrados», hombres y mujeres, y está el Uno de la excepción, el padre de la horda, en el lado masculino, que justifica la regla del «todos en función del falo, luego, todos castrados».

En el lado femenino, Lacan niega de entrada la excepción, no hay excepción, no hay Uno de lo femenino, porque para tener excepción tengo que tener un todo igual del que se extrae la excepción, que no es parte. En el lado femenino no hay un todo. Cada mujer es una en su clase, no se puede decir el universal de la mujer, cada una es un caso particular. Entonces, lo que pasa es que simplemente no existe el conjunto de las mujeres, y eso Lacan lo escribe:

Existe ∀x Φx , pero negado todo ello, es decir, no existe tal universal[5].

Luego, no de todo x se puede predicar Φde x

La cuestión es que en la medida que lo particular toma lugar en la enseñanza de Lacan, lo real también lo toma, de lo universal a lo particular es pasar de lo simbólico a lo real. Es pasar del todo al no todo. Y también es ir pasando de lo lógico a lo topológico progresivamente. Son los modos en que Lacan avanza en su enseñanza.

Por eso, la posición masculina o femenina implica tomar una decisión en relación al goce de cada uno. Se trata de una posición ética, pues el sujeto, y ya no el Otro de los ideales, ha de responsabilizarse por aquello de lo que quiere gozar.

El planteamiento de Lacan respecto a la problemática de la sexualidad masculina del lado del todo, es la presencia del falo como algo que tiende a ocupar todo el espacio, porque se trata no solo del órgano sino del poder, la competencia social, tener más mujeres, tener más potencia sexual, el coche más caro, entre otras cosas. es la verificación de la presencia fálica en los distintos ámbitos de la vida. Desde luego que no hay que ser hombre para funcionar desde ese lugar. La fórmulas entonces explican cómo se encuentran estos dos tipos de conjuntos en la clínica de la vida amorosa, o sexual.

En la sexualidad masculina sin embargo, hay un aspecto muy importante a tomar en cuenta, que es la relación del hombre con la paternidad, porque así como Lacan dice que La Mujer no existe, dice que existe La Madre, un universal que habría que poner del lado masculino, fálico. El hombre sí existe, pero, ¿se puede decir que existe El padre?

Lo cierto es que en los tiempos de la devaluación de la función paterna pareciera que hay que decir que no. Pero la verdadera razón es que si bien el Nombre del Padre es un universal aplicable a todos, a lo que Lacan va llegando es que un padre es un particular, es decir, que en el caso de cada uno se trata de un padre singular, con nombre y apellido, un padre que es de carne y hueso, no es como el universal que esta mas bien en el orden de las ideas, de los conceptos, como el Nombre del Padre.

Y esto toca el problema de ¿qué es un padre?, pero para cada hijo en particular. Es con eso con lo que trabajamos en la clínica, para cada uno su padre es un particular, y el sujeto tiene una interpretación de su «un padre».

Por eso Lacan va a hablar de las suplencias del Nombre del Padre, sean por la vía de un padre, o por la del síntoma, porque al fin y al cabo cumplen funciones parecidas, porque el padre no es sino lo que permite al sujeto agarrarse de alguna cosa para apoyarse, luego, todo aquello que haga esa función es en realidad un padre, en este caso es universal, todo aquello, es decir, un Nombre del Padre. Por lo que cada uno tendrá que hacer de su «un padre» un síntoma, de modo que le sirva de suplencia.

Lacan lo escribe NP (x), es decir, representante de un lugar vacío, porque es ocupado cada vez por una variable diferente.

Todo esto sigue estando del lado de la elección, que es un término que Lacan usa claramente en el Seminario XX, «el ser que habla puede elegir estar o no en Φ(x)».De lo que se deduce que ser un padre es una elección.

Miller propone que lo que queda si desaparece la virilidad es la parte izquierda de las formulas, el ∀ x Φ de x. Dice que si se hace esto prevalece el todos, el todos iguales de la democracia. La desaparición de la virilidad sería una consecuencia de resistencia del ser sexuado masculino en relación a la incidencia de la excepción paterna, formalizado por la proposición existencial afirmativa » existe al menos uno «. Y significa que la asunción de la función sexual viril exige algo que va más allá de la democracia masculina respecto a la castración, más allá del universalismo.

Lo que señala esto es la forma en que este fondo de excepción dado al universal masculino hace que el todos iguales termine marcado por la fragilidad y la impotencia. Es el «todos los hombres son iguales» de la lógica fálica, y que la mujer sabe muy bien desechar para instalar allí la demanda de amor.

Decir que un padre es particular es decir que no es por la vía del «para todos el falo» que es posible la transmisión de la función paterna, sino por la vía de la diferencia, es decir, no por la vía del universal, sino de lo particular de un padre. Para que la transmisión de la ley paterna se efectúe, es necesaria la existencia de un padre como portador de un deseo «no anónimo».

Como pueden ver, el amor lleva a pensar la humanidad entera, las generaciones, la época, el futuro. El amor mueve montañas, dijo alguien. Lo cierto es que al psicoanálisis le enseña muchas cosas.

* Psicoanalista en Miami, Estados Unidos. AME de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis).

 

  1. Lacan, J. El Seminario, libro 11, «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis».Editorial Paidós. Barcelona, Buenos Aires. 1987.
  2. Lacan, J. El Seminario, libro 20, «Aún». Editorial Paidós. Barcelona, Buenos Aires. 1981.
  3. Brodsky, G. Clínica de la Sexuación. Publiicaciones Nel Bogotá, Serie enseñanzas.. Buenos Aires. 2004.
  4. Lacan, J, El Seminario, Libro 20. Editorial Paidós. 1981.

Fecha: 27/05/2006
Modalidad: Presencial
Lugar: Teatro Coyoacán

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.