Presentación: "El Otro que no existe y sus comités de ética" - Jacques-Alain Miller

Elisa Alvarenga

¿Por qué elegir presentar, en este Encuentro de Biblioteca, el Seminario realizado por Jacques-Alain Miller con Eric Laurent en el año 1996-1997 y publicado por nuestros colegas argentinos en 2005? Además de ser un Seminario que aporta innumerables referencias de la época en el campo de la filosofía, de la lógica y de las ciencias sociales, él nos permite entender lo que Miller ha llamado en su Curso de 2011 «la feminización del mundo» y su relación con los síntomas contemporáneos. La inexistencia del Otro inicia, para Jacques-Alain Miller, la época de los comités, en la que hay debate, controversia, esbozo de consenso y escepticismo, sin seguridad sobre la tradición o el sentido común.

La muerte de Dios es contemporánea del Nombre del Padre, que corresponde a la época freudiana del psicoanálisis. Lacan lo formalizó para ponerle fin en su enseñanza con el matema S(A/), ya presente en el texto de los Escritos «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», de 1960, y desde 1963, lo pluralizó con los nombres del padre. Lacan no solamente pluraliza el Nombre del Padre, sino que lo pulveriza al atacar, mediante el equívoco, el lazo del significante con el significado. Los nombres del padre (les noms du père) equivocan con les non dupes errent, título del Seminario XXI al que Lacan es conducido a partir de su Seminario Aún, que consagra la inexistencia del Otro. Se escucha en esta expresión – los no incautos yerran – que, en nuestra época, es mejor hacer uso de los semblantes para no perderse.

La inexistencia del Otro inaugura la época lacaniana del psicoanálisis, la época de la errancia. El Otro es solo un semblante. El ser, o el sentido de lo real se volvió un interrogante. La crisis hoy, no es una crisis del saber, dice Miller, sino una crisis de lo real. Y es por eso que retomar este Seminario nos permite trabajar también el tema del próximo ENAPOL, «Hablar con el cuerpo, la crisis de las normas y la agitación de lo real» y el tema de nuestro próximo Congreso de la AMP, «Un real para el siglo XXI». Al real como imposible, podemos oponer un real a inventar. Al real para todos de la ciencia, un real particular, o aún, singular, del psicoanálisis. Fue el discurso de la ciencia el que fijó para nuestra civilización el sentido de lo real, permitiendo el descubrimiento del inconsciente y la invención, por Freud, del dispositivo del psicoanálisis.

En la experiencia analítica la inexistencia del Otro es correlativa de la existencia de lo real. Y eso va contra el relativismo contemporáneo. En la enseñanza de Lacan resulta cada vez más importante mantener la orientación hacia lo real, encarnado en el nudo borromeo en su última enseñanza: flexible, plural, el nudo no es un semblante, dice Miller, pertenece, como el número, al orden de lo real, y tiene además el privilegio de no estar cifrado y no tener sentido. Si lo simbólico contemporáneo está dominado por lo imaginario o en continuidad con él, lo que constituye los semblantes, al psicoanálisis cabe tocar lo real.

La inexistencia del Otro implica la promoción del lazo social, establecida por las identificaciones, producidas como significantes en la experiencia analítica. La identificación con el significante ser una mujer, por ejemplo, va cambiando con la mutación que condujo a la emancipación jurídica y política de las mujeres, hasta desembocar en el feminismo, así como la identificación con el homosexual recibe una legitimidad inédita del Otro social.

Miller y Laurent eligen descifrar los síntomas de la civilización en los Estados Unidos porque, en Europa, se practica o practicaba todavía – hace más de 15 años – la identificación vertical con el líder. Los EEUU la sacrifican en beneficio de la llamada identificación horizontal de los miembros de la sociedad entre ellos, precursora del Otro que no existe y su reemplazo por los comités de ética.

Una civilización es un sistema de distribución de goce a partir de semblantes. El Edipo freudiano se funda dentro de una relatividad sociológica donde la función del padre está ligada a la prevalencia de la familia paternalista. Lacan anunció, ya en 1938, que las neurosis del siglo XIX parecían haber evolucionado hacia la gran neurosis contemporánea, determinada principalmente por la carencia del padre, ausente, humillado. Con el Nombre del Padre, Lacan formaliza este concepto del retorno a Freud y apunta hacia su pluralización. La gran neurosis contemporánea es determinada por la inexistencia del Otro, que condena el sujeto a la caza del plus de gozar. Si el superyó freudiano apuntaba a lo prohibido, al deber y a la culpa, términos que hacen existir el Otro, el superyó lacaniano, despejado en el Seminario Aún, es un imperativo de goce. La culpa, en ese caso, es la culpa de no gozar.

Si Freud atribuía a las mujeres un superyó débil y una incapacidad para la sublimación, su inserción masiva en el trabajo desplaza el problema. En sus «Ideas directivas para un Congreso sobre la sexualidad femenina», de 1958, Lacan confirma las capacidades sublimatorias de la posición femenina. La dificultad de sublimación es generalizada, pues tanto hombres como mujeres están determinados por el aislamiento en su goce, por el ascenso al cenit social del objeto a. Los nuevos síntomas se originan ahí. Entre la subjetividad moderna mencionada por Lacan en 1953 y el sujeto contemporáneo del 58 estalla la cuestión femenina, que nos interesa particularmente aquí.

Presentación: «El Otro que no existe y sus comités de ética» – Jacques-Alain MillerHay en Lacan, según Miller, dos estatutos del Otro. El Otro más clásico es unitario y consistente, A, mientras que A/ señala que el Otro es inconsistente, está en déficit o en extinción, o es deseante, aquejado por una falta o carente de existencia. Hasta tal punto que solo queda el S(A/). ¿Qué pasa con la identificación cuando el Otro no existe? Lacan empieza su enseñanza por las identificaciones imaginarias, pasando después a la identificación simbólica, que se escribe I(A). El Ideal sería una función esencialmente pacificante en las relaciones con el Otro, al contrario del A/, Otro marcado por la falta y el deseo, mucho más inquietante. El I(A) es el significante tomado del Otro que existe, y tiende a desaparecer en la enseñanza de Lacan bajo su nueva versión que es el S1, significante amo. Desaparece la referencia al Otro, que solo se mantiene como referencia al Otro del significante, S2. Si el Ideal aliena el sujeto a una identificación primera, refriéndose al trazo unario freudiano, el S1, además de este carácter primario, está abierto a un relativismo histórico, ya que encuentra su lugar en el discurso del amo como presencia histórica. Por otra parte, a Lacan le gusta leer este S1 como enjambre, pluralizarlo e incluso sustituirlo por el objeto. Así, el pasaje del I(A) al S1 traduce una pluralización del significante identificatorio que antes era privilegio de lo imaginario. El S1 anuncia que el Nombre del Padre no es más que un S1 entre otros, y es más bien un I(A/), lo que queda del ideal cuando desapareció el todo. Mientras que el Nombre del Padre es el significante amo según la tradición, el S1 siempre tiene un valor arbitrario, de semblante: carece de valor y sin embargo funciona.

Lacan proponía escribir como significante amo del discurso capitalista al sujeto barrado mismo, $, la vacuidad del sujeto, con el correspondiente deber de vivir y de gozar. Los derechos humanos de las mujeres surgen entonces como derechos de controlar y decidir libre y responsablemente sobre su sexualidad. Es la absolutización de los derechos del sujeto propietario de su cuerpo, que excluye estar al servicio de las ambiciones globales de una colectividad. A medida que la posición femenina se aparta de la tradición, la reducción del número de hijos muestra que esta posición no se satura con la maternidad.

El Otro que no existe se refleja en dos niveles: primero, no hay todo universal para todo x y segundo, tampoco hay la existencia del Uno: hay el no todo por todas partes, que se manifiesta por la estructura de red. El goce ya no se sitúa a partir del significante amo, con su negativización, sino en la vertiente del plus de goce como tapón de la castración. De ahí los derechos del hombre se tornan derechos al goce. Si el Otro como punto de basta no existe, ocupa su lugar el discurso como principio del lazo social. La promoción del plus de goce cobra sentido a partir del eclipse del Ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la identificación.

Cuando el modo de goce está ligado al ideal, se deduce la castración y se evidencia su agente. Las morales de austeridad y sacrificio, al refrenar el goce, sancionan las transgresiones, como era el caso en la sociedad victoriana, donde la transgresión estaba en el orden del día. La ética de los comités comienza cuando cae en desuso el ideal que exhorta al sacrificio. El psicoanálisis ha participado en este cambio de la época y lo aceleró, contribuyendo a arrasar el valor del ideal. Tras la ilusión del ideal, reveló la presencia de la libido, más por el concepto de pulsión que por el de inconsciente.

Allí donde Freud promovió el Edipo, el Nombre del Padre y el superyó, Lacan ubicó la incidencia del lenguaje como tal. La operación del lenguaje sobre el goce es una operación de castración. Mientras Freud aborda el objeto por el sesgo de fijaciones patológicas a estadios superados de la evolución de la libido, en Lacan el resto se presenta como una consecuencia necesaria. Lacan sitúa el objeto a como causa de un deseo que no tiene objeto que lo satisfaga, insaciable.

En el lugar del Otro que no existe, Lacan puso los cuatro discursos: lo único que queda es la práctica común del lenguaje en una comunidad. El psicoanálisis transforma el Otro que no existe en sujeto supuesto saber como efecto de significación engendrado por el dispositivo analítico. Si antes Lacan hacia existir el Otro como simbólico, el sujeto supuesto saber tiene estructura de ficción y depende del lazo social analítico. En esta época, Lacan necesitó buscar con renovado esfuerzo lo real e intentó situarlo en el nivel del objeto a.

Después de un largo desarrollo sobre el Edipo y el superyó según los sexos, Jacques-Alain Miller y Eric Laurent hablan de la feminización del mundo a partir de una frase de Freud en su texto de 1932 sobre la feminidad. Freud plantea que los intereses sociales de las mujeres son más endebles que los del varón, así como es menor su aptitud para la sublimación pulsional. Lo primero derivaría del carácter disocial que es rasgo inequívoco de los vínculos sexuales. Las mujeres serían las guardianas del amor, del deseo y del sexo. Freud habla como si la mujer fuera el garante de las relaciones sexuales, punto retomado por Lacan en sus «Ideas directivas». Las mujeres son más sensibles al significante del Otro que no existe y sus intereses sociales son más débiles cuando se trata del ideal, con el cual tienen menos relación que el hombre, lo que las hace más sensibles al estado actual del Otro.

Presentación: «El Otro que no existe y sus comités de ética» – Jacques-Alain MillerCuando hablamos de la feminización del mundo, dice Laurent, no nos referimos solamente a la cantidad de mujeres que ahora acceden a profesiones antes reservadas a los hombres, ni a las virtudes femeninas propuestas por ciertos sectores feministas o de intelectuales políticos, que insisten en que la política, el Otro del poder, necesita hoy más talento de negociador que brutalidad, más muestras de cómo hacer con la impotencia que muestras de autoridad en las que ya nadie cree. Las mujeres estarían especialmente capacitadas para ello, ya que siempre tuvieron que negociar con los niños sin poder dar pruebas de autoridad. La feminización dulce, la virtud femenina, quiere hacernos olvidar a las damas de hierro. Quizás la verdadera feminización del mundo sea que las damas están más cómodas con el estado actual del Otro que no existe, manteniendo una orientación cuando todo el mundo está perdido.

Lo que Freud atribuía a las mujeres está hoy democratizado como el derecho de cada uno a gozar. Ante las exigencias de la civilización, cada uno se encuentra como las mujeres manteniendo el derecho y el valor de la relación sexual convertida en un modo de gozar. El goce de cada uno se presenta como un derecho. Es lo que Miller llama en su Curso del 2011 de «aspiración a la feminidad».

Lo real no es el Otro, sino el goce, desplazado al objeto a. Cuando la falla del sujeto supuesto saber se descubre en análisis, se produce en su lugar una revelación del objeto a. El pase es entonces la revelación misma de la inconsistencia y del carácter no real del Otro. El gran Otro como poder se concentra en el S1, pero es también S2, como lugar del saber, y $, sujeto supuesto saber. El gran Otro se encuentra entonces en el nivel de la articulación del discurso mismo. Entre el significante y el significado siempre se necesita un broche, que en la primera enseñanza de Lacan era el gran Otro. Al segundo broche lo llamó discurso e el tercero es el nudo borromeo. En el lugar del punto de basta, en el último Lacan tenemos el equívoco. En lugar de fijar el sentido, S2 connota más bien el sentido doble, lo que Lacan llama en su Seminario XXIV une bévue.

En el lugar del Otro que no existe, ponemos el síntoma que cada sexo es para el otro. El esfuerzo post moderno de eliminar la diferencia sexual y de proponer el terreno pre edípico como ideal para el goce de las pulsiones accesible para todos, confluye con lo que Miller llama la aspiración a la feminidad en tanto aspiración a un goce sin límites. Es ahí que me parece importante concluir que si, con la ausencia de excepción paterna, hay un empuje al goce ilimitado, la posición femenina no es, para nosotros psicoanalistas, una posición de goce infinito, sino una posición no toda. Cada mujer, no toda, tendrá que encontrar su propia manera de hacer con el goce no todo fálico, encontrando para sí un nombre o un síntoma con el cual, como le propone Lacan, ella sepa hacer ahí.

Fecha: 28/06/2013
Modalidad: Presencial
Lugar: Sede NEL CDMX

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.