SABER LEER, BIEN DECIR

Responsables: Areli Leeworio, Diana Ortiz, Edgar Vázquez

“…el bien decir en psicoanálisis, no es nada sin el saber leer”

J.-A. Miller. Leer un síntoma

En la obra inaugural del psicoanálisis, Freud nos presenta una indicación sucinta pero iluminadora: al material proporcionado por los pacientes ha de tratársele “como un texto sagrado”, incluso cuando se ofrezca “como un texto disparatado o incompleto”,[1] con esto señala la diversidad de maniobras posibles en el dispositivo analítico y que son análogas al trabajo que se hace con un texto, no solo descifrar, también puntuar, cortar, destacar, traducir, editar, e incluso, tomar al pie de la letra. Hacía la última parte de su enseñanza, Lacan dirá que aquello que se encuentra en el corazón de la experiencia analítica no es sino “lo que se lee más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir”,[2] esto es, que se causa un decir, para luego leer en este, que el analista más que escuchar, lee. Solidariamente a lo anterior dirá que no es sino por medio de eso que llama el “deber del bien decir”[3] que es posible orientarse en el inconsciente, por ello en el deseo, en el síntoma, etc.

 

Nos proponemos trabajar en torno del aforismo “No hay otra ética que la del Bien-decir”,[4] no para reducirlo a lo ya sabido de una fórmula gastada, sino en cambio para explorar sus posibilidades y consecuencias en un análisis, como brújula para el analista y eventualmente para el analizante, cuando se ha producido como efecto de un “saber leer”,[5] según propone Miller, ese campo fértil que se abre entre lo que se escucha y lo que se lee. De modo que nos preguntamos: ¿Cómo entender de que saber se trata?, ¿qué se lee y cómo se articula al bien decir del analista?

[1] Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños. O.C., tomo V. Buenos Aires: Amorrortu, 2006, p. 508.

[2] Lacan, J. (2006) El Seminario, Libro XX, Aun. Buenos Aíres: Paidós, p.38.

[3] Lacan, J., (1973) Televisión, en Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p.552.

[4] Idem.

[5] Miller, J-A., (2012) Leer un síntoma, en Lacaniana N. 12, Revista de Psicoanálisis. Buenos Aires: Grama, p. 9.

Inicio: 17/10/2023
Finalización: 16/01/2024
Horario:  19:30 Hrs (Ciudad de México)
Encuentros: Frecuencia mensual, tercer martes de cada mes.

Modalidad: Virtual

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IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.