Sexualidad de consumo Una lectura desde el psicoanálisis de un síntoma de la época

Xavier Esqué

 

Viviana Berger: Inauguramos, entonces, con esta conferencia el ciclo de actividades que nuestro invitado proveniente de España, Xavier Esqué, desarrollará en el seno de nuestra institución – la NEL-México.

En el día de hoy tenemos, luego, por la tarde, a las 18.30 hs, el Encuentro de Biblioteca, en este mismo salón, cuyo tema será la Sexualidad de consumo; y en el día de mañana, tendremos la oportunidad de trabajar en el marco ya de un Seminario, un tema fundamental para la clínica psicoanalítica, que es Acto analítico y práctica de la interpretación – actividad que se llevará a cabo en el auditorio de la Casa Refugio Citlaltepetl, en la Condesa.

Entonces, en primer lugar, les presento a nuestro colega Xavier Esqué, que es psicoanalista proveniente de Barcelona; ha sido reconocido como AME de la ELP (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis) – de la cual también fue su presidente -, y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). También fue AE de la Escuela Una entre los años 2003 y 2006. Asimismo es docente de la Sección Clínica de Barcelona. Es Jefe Clínico del Centro de Salud Mental «9 (Nou) Barris» Sur (Barcelona). Y es autor de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas. Entre ellos, está el libro ¿Amar al padre o al sinthome, editado por Grama Ediciones, donde se publicó una Conferencia pública que dio en la NEL-Caracas hace unos años, y el Seminario que dictara oportunamente allí, La función del sinthome.

Menciono en particular este texto, pues es un texto que personalmente yo trabajé en detalle con mis alumnos en uno de los seminarios que di el año pasado, y que me gustó especialmente por la enunciación de su autor, porque en el texto se transmitía un desarrollo teórico pero desde un sujeto, que además presenta un estilo muy llano, pero a la vez sumamente riguroso conceptualmente.

Ahora, aquí, tenemos también a la persona del autor, y la oportunidad de escucharlo en vivo y en directo. Uds. sacarán su propia impresión.

Finalmente, unas palabras en relación al tema y al título de la conferencia. Se llama A MENOS DESEO, MÁS DEPRESIÓN, un planteo curioso porque es una presentación en los términos de un enunciado lógico que articula dos proposiciones, y que dice

que la segunda es consecuencia de la primera. Algo así como que a consecuencia de la disminución del deseo, lo que se incrementa es la depresión. Establece una relación de lógica consecuente, una relación de consecuencia lógica.
Propone a su vez, una cuestión cuantitativa, de medición, de MENOS y de MÁS – e interrelacionadas; baja de un lado / aumenta del otro.

Aparentemente, un título pensado desde la lógica fálica, que contabiliza y compara – y hace cálculos.

No obstante, creo que aquí el término «DESEO» resulta clave para no engañarnos. Lacan dice algo así como que no hay afánisis (es decir, desaparición) del deseo – el deseo siempre tiene origen en el sujeto. Lo que está en afánisis es el sujeto, que es justamente, lo que está amenazado de desaparición en el discurso contemporáneo y con lo que el psicoanálisis trabaja.

Cito en la presentación que nos hace de la conferencia Xavier Esqué: «Tanta presencia (del objeto) parece extraviar al sujeto moderno, quedando a la deriva del imperativo superyoico que exige más y más satisfacción, sin tener el espacio ni el tiempo necesario para vivir la falta y el deseo».

– Veremos pues, qué nos dice Xavier Esqué respecto del deseo y la época, y sus consecuencias para el sujeto. En mi caso, personalmente, me lleva a reflexionar muy seriamente respecto del compromiso aun mayor para los psicoanalistas en este contexto. En el que el discurso psicoanalítico (como en algún momento se dijo, en tanto la «religión del deseo») adquiere una relevancia que ahora sí es de vital importancia para, en primera instancia, salvaguardar al sujeto del yugo del discurso del consumo; y luego, un paso más allá, quizás más ambiciosamente, para que el sujeto pueda conducirse y vivir su vida en función del único punto, donde puede atarse a un destino singular.

 

Xavier EsquéXavier Esqué: El tema que abordaremos hoy gira en torno a lo que el psicoanálisis puede decir sobre el amor, el deseo y el goce, tres registros que animan nuestra existencia de seres hablantes. Entonces, ¿cómo vivimos el amor, el deseo y el goce en nuestro tiempo?, ¿de qué forma incide la civilización sobre los vínculos amorosos y las prácticas sexuales? Con ello trataremos de ver también qué es lo que no cambia, qué es lo que más allá de la época permanece, incluso insiste de forma invariable.

La sexualidad es para el ser hablante su parte más opaca y patógena, es por ello que la cultura siempre ha tratado de encuadrarla, de domeñarla. A lo largo de la historia, la sexualidad ha experimentado múltiples cambios según la época, el lugar, las creencias religiosas y morales. Freud y el psicoanálisis marcaron un antes y un después de la concepción de la sexualidad en el mundo, demostrando la influencia que ésta ejercía en la economía libidinal del sujeto. Por otra parte, con el psicoanálisis la sexualidad y la moral se separaron sustancialmente.

El título, como habrán podido observar, juega con un sintagma que se utilizó en los años 60 para expresar lo que inauguraba una nueva época de la civilización que, entonces, denominábamos «sociedad de consumo». Hay que decir que, en estos momentos, este sintagma se ha quedado corto, incluso tiene algo de naif, es un poco ingenuo¿Por qué lo digo? porque ahora la cosa es bastante más fuerte, más dura. Ahora podemos decir con más propiedad no solo «sociedad de consumo» sino «vidas de consumo».

En efecto, el Dr. Jacques Lacan anticipó ya, hace más de 40 años, que entrábamos en una época en la que el objeto, el objeto pequeño a, asciende a lo más alto del cénit social. ¿De qué manera entenderlo? Se trata de ver, en cada momento, como las transformaciones de una época vienen dadas por un cambio de orientación en lo que la gobierna. De este modo, hemos pasado de una época gobernada por lo simbólico, por el Nombre del Padre, a una época, la actual, regida por el goce. Gobernada por el imperativo de goce, un imperativo superyoico que empuja al sujeto a gozar siempre al máximo.

Por otra parte, y en este mismo sentido, el espacio de lo privado y de lo íntimo ha sufrido una importante transformación. En primer lugar, haciéndose público, es decir, saliendo a la luz y después transformándose en mercancía preparada para el consumo. Con ello se ha consolidado también un nuevo imperativo, el de la transparencia, todo se puede decir y mostrar, de este modo lo que se obtiene es la pérdida de la vergüenza del sujeto. Como muestra significativa de ello no hay más que ver determinados programas de las cadenas televisivas o los escándalos crecientes, sacados a la luz, de las vidas privadas de los políticos y demás personajes públicos. Hay que saber, entonces, que todas estas transformaciones tienen importantes consecuencias en la civilización, en la cultura, y también en nuestra subjetividad.

Otro signo de nuestro tiempo es la falta de enganche entre las palabras y las cosas. Entre lo dicho y lo hecho cada vez hay mayor distancia. Una impresión se va generalizando: la impostura se dispone a regir el mundo.

El neo-capitalismo liberal y la ideología de mercado avanzan de un modo nunca visto. El consumo se impone por encima de cualquier otro valor e ideal. En efecto, correlativamente al declive del Nombre del Padre el objeto ha ascendido al cénit social. El objeto tecnológico se ha convertido en nuestro partenaire, de él nunca nos separamos, salvo para sustituirlo por uno nuevo, más moderno. Todo esto transforma nuestras vidas sin que necesariamente seamos conscientes de ello.

Lo importante de captar es que este nuevo objeto no entra en el registro del don o del intercambio, y por tanto no está vinculado al deseo y a la falta sino que por sus características deviene objeto de goce, objeto de satisfacción inmediata. No hay más que observar cualquier escena de la vida cotidiana, ya sea en la calle, en la terraza de un bar o en un aeropuerto, para ver que la gente vive conectada, cada uno conectado a sus objetos, conectado a sus pantallas: móvil, mp3, ipod, ipad, tableta, ordenador, etc. La relación que cada uno mantenemos con dichos objetos nos convierte en sujetos cada vez más autistas. El sujeto queda solo con su objeto de goce, partenaire inédito que inaugura un nuevo campo de adicciones y dependencias diversas. Más aún, estos nuevos objetos envuelven cada vez más nuestros cuerpos, el cuerpo del sujeto gira alrededor de ellos, convirtiéndose en una suerte de prótesis.

Por otra parte, en esta ascensión del objeto a al cénit social, el cuerpo ha devenido también un objeto más de goce. Los cuerpos se evalúan como puros objetos. Toda una industria médica y cosmética se está desarrollado al respecto. Es esta pregnancia de la imagen del cuerpo, en la época de decadencia de lo simbólico, la que lleva a tratar al cuerpo como un objeto más de goce y de consumo.

La sexualidad que nuestra civilización propone en estos momentos es acorde con todo lo que hemos venido señalando hasta ahora, por tanto, es una sexualidad más bien separada del amor, donde el otro se convierte en un simple acompañante, desechable.

El pensador y sociólogo Z. Bauman ha destacado la fragilidad de los lazos sociales en las sociedades modernas contemporáneas. En efecto, las relaciones entre los seres humanos se caracterizan hoy por su precariedad e incertidumbre constante, las sociedades ya no tienen una forma sólida, sino líquida, cambiante, irreconocible. El sujeto deviene objeto consumible y por tanto desechable, evaluado en función del rendimiento que puede dar de acuerdo al cruel índice «coste-beneficio». Existe una sensación de inestabilidad permanente, asociada a la desaparición de puntos fijos en los que situar la confianza. De este modo se diluye la confianza en uno mismo, en los otros y en la comunidad. La crisis económica actual europea, y mundial, es una buena muestra de ello, todo el mundo económico se queja de la falta de confianza de los mercados.

Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana, desde hace ya algunos años, llamamos a esta época, la del Otro que no existe (pueden ver a este respecto el extraordinario Seminario dictado por J.-A. Miller y E. Laurent en París, durante el curso 1996/97, que está publicado por Paidós). Esta falta de creencia en el Otro, este descrédito del Otro, deja un agujero que los nuevos síntomas sociales vienen a colonizar. El discurso sobre la liberalización de la sexualidad es uno de los síntomas sociales que despliega un amplio circuito pulsional de grandísimo alcance.

Decir de entrada que, en efecto, nos encontramos en una sociedad muy permisiva ante la sexualidad, todos podemos observar como «lo sexual», hoy en día, se despliega por doquier, el sexo forma parte de la industria y por tanto del consumo, y se distribuye ya como una mercancía más por todas partes. La sexualidad que durante tanto tiempo perteneció al ámbito de lo privado y de lo secreto, se encuentra ahora en el aparador del mercado. Ya no se trata del intercambio entendido como un don, sino de la satisfacción de consumir al otro como producto. En efecto, la sexualidad, antes velada, se ha convertido ahora en un fenómeno absolutamente publicitario, todos podemos observar como el sexo, hoy en día, es tratado como un anuncio de TV, como un producto más, como una mayonesa cualquiera.

El psiconálisis no se opone a los cambios, tampoco dice que todo esto sea censurable desde el punto de vista moral. Nuestra posición no es moral, es decir, que los psicoanalistas de orientación lacaniana no decimos, ni mucho menos, que haya que volver atrás, aunque tampoco alentamos ni aplaudimos estas transformaciones. No obstante, sí podemos anticipar algo, podemos señalar con claridad que este camino pocos beneficios va a traer. Con el psicoanálisis lo que tenemos es una forma de pensar el malestar en la cultura sin quedarnos capturados, hipnotizados, por los fenómenos contemporáneos de la tecnología, el consumo y el espectáculo. Lacan nos transmitió la manera de encontrar siempre la estructura y reconocer su diferencia con el fenómeno. Desde esta perspectiva se puede ubicar la subjetividad de una época. Se trata, entonces, de sostener una distancia advertida.

Todos estos fenómenos que acabamos de enumerar nos indican, tal como adelantábamos al principio, que las formas contemporáneas de las relaciones entre los sujetos están marcadas por un empuje al goce. ¿Qué queremos decir con empuje al goce? Decimos empuje al goce cuando «lo permitido se convierte en obligatorio», dicho de otro modo, cuando el mercado es el del goce. Como señalaba hace poco, en una entrevista, E. Laurent: El sujeto contemporáneo no puede levantarse por la mañana sin preguntarse a sí mismo como puede hacer para gozar más. En efecto, con la liberación sexual de los años 70 se produjo un cierto alivio del peso de las prohibiciones, pero es que ahora estamos en una suerte de pornografía generalizada.

Entonces, esta es una época en la que casi todo está permitido y facilitado. Existe una legitimación del goce a gran escala que muchas veces entra de lleno en la obscenidad y en la pornografía generalizada.

¿Qué decir desde el psicoanálisis sobre la sexualidad, sobre el amor, el deseo y el goce?

La sexualidad ha sido un tema clásico en el psiconálisis, fue Freud quién destacó la gran importancia que ésta tenía en la subjetividad humana.

Existe una suerte de maldición sobre el sexo debida a que el ser hablante, a diferencia del animal, no sabe arreglárselas con el sexo anatómico. Como señaló Freud, y el genio de Almodóvar ilustra en su último y fantástico film La piel que habito, la anatomía no es el destino.

La sexualidad es un enigma. A pesar de que el sexo se encuentra a la vuelta de cada esquina, a pesar de mostrarse, divulgarse, promoverse como nunca por todos los medios técnicos disponibles, pues bien, el psicoanálisis sostiene que la sexualidad sigue siendo para el ser humano, para el sujeto del deseo inconsciente, un gran enigma. La reducción de la sexualidad a producto, mercancía, conocimiento, la reducción de la sexualidad a lo genital, a lo orgánico, biológico y genético, no consigue borrar la dimensión extremadamente subjetiva y problemática de la sexualidad. Dimensión que, por supuesto, contraría la idea positivista que supone la existencia de un fin armónico y de complementariedad entre los sexos.

En relación al goce, decir que, para el sujeto hablante, como ya decía Freud, la experiencia del placer implica siempre un más allá, se trata del más allá del principio del placer freudiano. En el campo de las adicciones esto se puede captar muy bien, tomen la adicción que quieran, el sujeto nos cuenta como empezó su relación con el objeto como una experiencia placentera, pero también vemos que la cosa no se quedó ahí, sino que en cada una de las adicciones y dependencias podemos observar que hay un más allá. Este más allá es el goce, es la pulsión de muerte.

En relación al deseo, el psicoanálisis constata que no hay sexualidad sin enigma, que no hay deseo sexual si no se mantiene el enigma en el lugar del deseo del Otro. El deseo surge por necesidad, por estructura, de una falta. Es por esta razón que el deseo es incompatible con el todo, sabemos que cuando todo se enseña el deseo no se causa, no se suscita. De ahí la importancia de la función del velo en el deseo (no mostrar todo, no enseñar todo, no decir todo): se trata de preservar la función del falo como significante del deseo, símbolo de una falta.

La falta, que es la causa del deseo, el sujeto la vela mediante el fantasma, la vela con una imagen narcisista, una imagen ideal que captura el deseo pero que siempre es tramposa respecto a la verdad del enigma de la sexualidad. En este sentido, el fantasma engaña.

Por otra parte, la condición del deseo es la ley, la prohibición. Por esto el deseo es transgresión. O sea, que nada que ver con la idea común de que es la ley, la prohibición, la que impide el deseo. No es así. El levantamiento de la prohibición no da un deseo mayor sino todo lo contrario. Nuestra época nos lo muestra, en el tiempo en que se han levantado como nunca las prohibiciones, no se puede decir que andemos sobrados de deseo, ni mucho menos. Lo que vemos en la clínica es mucha apatía, aburrimiento, desinterés, que es la antesala de la angustia o de la mal llamada depresión. Por tanto, deseo y ley son indisociables, son dos caras de la misma moneda.

El psicoanálisis enseña que hay una disyunción entre el deseo, el amor y el goce. La disyunción entre el amor y el goce puede formularse de esta forma: ¿Cómo hacer para gozar de lo que amo? ¿Cómo hacer para amar de lo que gozo? El deseo se coloca entre los dos elementos introduciendo la falta necesaria para que subsista tanto el amor como el goce. Sin esa falta no se puede amar, y entonces el goce se puede volver impotencia. El discurso amoroso es un límite a lo excesivo del goce. El imperativo del superyó: ¡goza! puede ser frenado por el amor. La disyunción lógica entre amor y goce que impide su completa conciliación, hace que no se pueda gozar del todo del objeto amado. Por eso decimos que el discurso amoroso es un límite al goce.

Lacan en el Seminario XX, Aún, escribió las fórmulas de la sexuación para dar cuenta de la posición masculina y femenina frente al goce. Digamos que hay dos modos de satisfacción posibles en función de lógicas distintas. El goce de los sujetos en posición masculina es todo fálico. El goce de los sujetos en posición femenina es no-todo fálico. Tenemos, entonces, el universal por un lado y el no-todo por el otro. Hay que subrayar que la posición masculina y femenina son resultado de una elección y no de una determinación biológica.

La lógica del todo fálico implica un Otro que emite la ley pero que queda excluído del conjunto al que la ley se aplica, es un Otro que ocupa el lugar de la excepción y, por tanto, también de la garantía. De ello resulta un conjunto cerrado y consistente. Por el contrario, la lógica del no-todo fálico, la lógica de la posición femenina, implica una figura distinta del Otro, es un Otro que emite la ley, sí, pero que también está incluido en el conjunto sobre el que la ley se aplica. Esto da un conjunto abierto e inconsistente, que no se puede cerrar. Si con el Otro de la garantía propio de la lógica fálica estamos ante (A), con la lógica de la posición femenina del no-todo fálico estamos ante S (/A).

De esta lógica se deduce el célebre aforismo de Lacan La mujer no existe, las mujeres existen una por una, porque ellas no están del lado del universal. El patrón fálico no alcanza a reducir el heteros femenino, la mujer no se deja definir en el orden simbólico, ella objeta la uniformidad. De ahí que la feminidad sea un enigma fecundo para todos, tanto hombres como mujeres.

Digamos que nuestra época, la del Otro que no existe, está más en consonancia con la lógica de la posición femenina, es decir, que tenemos que vérnoslas con las consecuencias de la inexistencia del Otro. Por esto las condiciones de regulación del goce han cambiado, y también los vínculos de amor. La regulación del goce ya no es asunto del Otro sino del mismo sujeto, éste queda a solas consigo mismo. Por eso decimos que hay una prevalencia del goce que no se dirige al Otro, prevalencia del goce autista y esto repercute en el amor. El amor requiere que el goce pase por el Otro. Por eso Lacan extrayendo las consecuencia de esta encrucijada anticipó el ascenso del objeto a, del objeto de goce, al cénit social.

El psicoanálisis muestra que el enigma del sexo es particular de cada sujeto. No hay resolución estándar de este enigma. Cada sujeto encuentra la lógica de este enigma particular en su fantasma. El fantasma es un escenario construido por el sujeto que le permite fijar un objeto para la pulsión. Lo que el fantasma no alcanza a construir, lo que el fantasma no puede capturar de la pulsión, se convierte en síntoma.

Es preciso señalar que por el lado femenino, debido al estatuto que aquí tiene el amor, hay una gran disponibilidad para adecuarse al fantasma masculino, ello comporta que en la clínica veamos relaciones fuertemente marcadas por el estrago en las que una mujer puede no tener límite en lo que ella está dispuesta a dar a un hombre: su cuerpo, sus bienes, hasta su vida.

El amor, hoy en día, aún cuando parece depreciado se presenta, en realidad, bajo otros semblantes. Es verdad que muchas mujeres reivindican su derecho a gozar de simples encuentros sexuales, al estilo de los hombres, y que hacen de éstos últimos un medio de goce. Ante ello, algunos hombres retroceden. Ya no hay hombres, se dice. Lacan en 1945, en relación al caso Hans, ya lo señalaba, haciendo referencia a la figura del hombre pasivo que espera que la mujer «le baje los pantalones».

Del malestar entre los sexos se habla en las consultas psicoanalíticas. Las mujeres se lamentan de que ya no hay hombres y estos últimos se quejan también de los nuevos comportamientos de las mujeres, de los nuevos semblantes que ellas encarnan y de los síntomas que ellos sufren a partir de este nuevo escenario. Mientras tanto el discurso social, la moda y demás a lo que tienden es a una homogeneización de los goces, tratando de borrar la diferencia entre los sexos, intentando eliminar el enigma de la sexualidad mediante repuestas estándar.

Pero la salida de las mujeres no se encuentra del lado masculino, el anhelo de hacer como un hombre, la identificación imaginaria al hombre, es un impasse, y no es sin sufrimiento, sin síntoma.

Sabemos que una historia de amor sigue siendo un deseo femenino primordial. Y las historias de amor precisan de las palabras, palabras de amor. Las mujeres necesitan ser seducidas por la palabra, porque para ellas el amor está tejido en el goce y es preciso que el hombre les hable, y si es con palabras de amor mejor aún.

Del lado del hombre, el goce está más unido al silencio. El fantasma del hombre opera satisfactoriamente en silencio. Del lado de la mujer, por el contrario, es necesario, que el partenaire le hable. Una mujer precisa ser envuelta con palabras. Para la posición femenina la palabra es necesaria al goce.

El amor tiene que ver con la contingencia, con un encuentro contingente con el fantasma del Otro causa de la elección. Lacan así lo destaca: el amor tiene que ver con la contingencia de un encuentro de dos saberes inconscientes. Sin embargo, en la actualidad, tal como hemos estado viendo, lo que prima por encima de todo es la oferta de goce, un goce absoluto, imperativo y efímero.

Es en este punto que nos orientamos por lo que Lacan señala acerca de lo que la experiencia analítica permite, en efecto, la experiencia psicoanalítica permitiría encontrar un amor más digno. ¿Y qué sería un amor más digno? Es aquel que no rechaza lo que resulta discordante con el narcisismo de uno. Un amor capaz de no ignorar, y por tanto de encarar, el malentendido radical entre los sexos. Un amor que toma en cuenta el saber inconsciente y que, por consiguiente, incluye la falta de proporción sexual. Es decir, que la experiencia analítica no solo no pretende acabar con el enigma de la sexualidad sino que lo mantiene abierto.

Sabemos que hay encuentros, desencuentros y reencuentros en el curso de toda relación amorosa. Ninguna respuesta universal podrá jamás suturar la falta esencial a cada sujeto, la respuesta es singular y se encuentra localizada en su historia, en sus identificaciones, en su posición viril o femenina. Cada sujeto, uno por uno, hará con ese bagaje algo diferente.

http://www.franceculture.com/player?p=reecoute-4324055#reecoute-4324055

El imperativo de goce, tal como hemos visto, toca a lo real del cuerpo, al cuerpo como un objeto de consumo más. La época nos confronta, entonces, a inéditas formas de degradación de la vida erótica. En este sentido, el psicoanálisis lo que brinda es una vía para tratar de resolver lo que cada uno puede hacer con su cuerpo, sin tener que someterlo a grandes sacrificios, ni a mortificaciones extremas.

Del psicoanálisis se espera, finalmente, hacer llevadero el modo de gozar, siempre singular, de un sujeto, y ello de la manera más placentera y menos alienada posible.

Notas
* Psicoanalista en Barcelona, AME de la ELP (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis), AE (2003-2006). Docente de la Sección Clínica de Barcelona. Psicólogo Clínico. Jefe Clínico del Centro de Salud Mental «9 Barris» Sur (Barcelona). Autor de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas.

Fecha: 23/09/2011
Modalidad: Presencial
Lugar: Facultad de Filosofía y Letras UNAM

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.