Discurso de la Directora saliente
Viviana Berger
Ciudad de México, 10/07/2017

Queridos colegas,

Comienzo recordando unas ideas de Jacques-Alain Miller en relación a qué es una Escuela:
«Una Escuela es muchas cosas:
Es una casa simbólica.
Es una casa en la realidad, que nos permite agruparnos.
Es un lugar donde se dirige la transferencia de trabajo.

Es un lugar inconsciente. Es partícipe de la otra escena; es como una encarnación del Otro para los analizantes y para los analistas; es un lugar donde hay juicios, donde las relaciones de unos con otros están en juego; es el lugar donde cada uno demuestra su relación con la autoridad, y la aceptación o no de la castración. Esto se puede ver en el análisis de cada quién. Hay toda una investidura que va más allá de la institución.

Es un instrumento. Esta perspectiva justifica la existencia de una Escuela. Lacan lo definió así, «un instrumento para el psicoanálisis», cuando decía que había que saber si el psicoanálisis estaba hecho para la Escuela o si la Escuela estaba hecha para el psicoanálisis. La finalidad es el psicoanálisis y la Escuela es un medio, un instrumento para adelantar las finalidades psicoanalíticas»[1].

Lo que no encontré escrito, ni aquí ni en ningún otro texto, es ¡¿cómo se crea todo esto?!

Al respecto, contamos con una frase que se ha dicho mucho: «Hay que hacer con lo que hay». Escuchada analíticamente, «hacer con lo que hay» solo puede referir al campo Uniano. al fundamento; esto quiere decir, con lo que hay de mi ser de goce, que puedo poner a disposición de la Escuela y, a partir de ahí, hacer con los otros. Las vías del síntoma, el fantasma, el imaginario, sólo resultan en el choque contra el otro; y luego, las consonancias subjetivas generan las alianzas que traen lo mortal del grupo, la tensión agresiva y su consecuencia, el apagamiento del deseo de habitar la Escuela. Indudablemente, con lo que hay del goce articulado al deseo por la Escuela, se va mejor.

Pasaron justo tres años de nuestra fundación como sede.

Al comienzo -me confieso- un impacto de desconcierto y absoluta soledad. ¿Y ahora, qué?

Como buena analizante, me dirigí al sujeto supuesto saber y encontré cosas interesantísimas en esa búsqueda apasionante que me habilitaba el diván, pero hacia las cuales el analista no dejó margen para la contemplación. Cual la astronauta Ryan Stone en la película Gravedad, se trataba de animarse al hiato de S(A/) y su abismo.

– «Houston no puede escucharnos, Kowalski» –le dice la Dra. Ryan desesperada.

– «No lo sabemos –le responde con serenidad el teniente veterano-, por eso, seguimos hablando, Dra. Stone.»

Encender la linterna, ubicar las coordenadas, saber dónde está el norte… Al llegar a la estación espacial internacional resultó que había que seguir hasta la china Tiangong. Y luego, ya a bordo de su nave de rescate, la Soyuz, los manuales eran ininteligibles; del radio sólo llegó la voz del pescador inuit de Groenlandia arrullando a un niño.

Cual héroe trágico, Matt Kowalski había caído despedido al vacío espacial.
¿Y, entonces…?

Y bien, o el drama galáctico o soltar al muerto y asegurarse en el sinthoma, abrochándose allí el cinturón con firmeza para pilotear la nave por el sinsentido, siguiendo las boyas de la orientación lacaniana, y cursando la travesía encomendada con los otros que, finalmente, sí están allí y que también eligieron hacerlo por deseo.

La misión era hacer ex – sistir la Escuela, saberla leer y levantar los obstáculos para que la vida fluya y lo analítico arraigue.

Hoy día tenemos en la Ciudad de México una casa simbólica y una casa en la realidad, con sus muros –los coloridos y los reales-; habitada por 29 colegas y muchos otros más, convocados en una transferencia de trabajo; que, por supuesto, tiene sus piedras –el elemento de la segregación de cada quién- pero también, el lazo. Tenemos análisis y analistas en formación; se produce saber: en la universidad, una maestría; en la sede, los carteles, los coloquios internacionales, las actividades regulares de formación, el seminario de investigación y el de textos políticos, el banquete de los analistas y los conversatorios de Escuela. Fue publicado el tercer libro de la sede «La clínica y lo real» y trimestralmente sale nuestra revista virtual «Glifos», que este mayo ya cumplió un año. Pasaron, además, las primeras jornadas locales y de carteles; cosechamos lazos con otras ciudades, tenemos una participación muy activa en la estructura interna de la NEL y con la FAPOL, vía las universidades y los observatorios –muchos acontecimientos y aún, cada vez, ese algo más, que demuestra que la Escuela garantiza formación.

En su visita en el 2012 Bassols, nos recordó una frase de Freud: «The struggle is not yet over»[2] –igualmente vigente hoy día. Tenemos un buen instrumento que augura una sede duradera para seguir avanzando, como se debe en psicoanálisis, poniendo a prueba los hallazgos del día anterior para volver a concebirse de nuevo y ampliar los horizontes.La durabilidad, a mi modo de ver, la garantiza la permutación, en tanto nos preserva el espacio vacío alrededor del cual nos constituimos, como Escuela y como analistas. Debemos cuidar de conservarlo. Por eso, hoy es un gran día.

Antes de concluir, quiero agradecer a los responsables de las comisiones de trabajo de estos años y a sus colaboradores. Especialmente, a Ana Viganó y a Irene Sandner, que conformaron conmigo este directorio poniendo, semana a semana, lo mejor.

A Graciela Brodsky y Guy Briole que nos acompañaron con dedicación y generosidad en este recorrido inaugural. A José Fernando Velásquez y Clara Holguin desde el Comité Ejecutivo y a Mauricio Tarrab, Angelina Harari y Flory Kruger desde la FAPOL. Todos ellos encarnaron los Otros de la referencia de este trayecto que nos trajo hasta aquí.

Entonces, como enseñó el amigo Matt, me despido como directora, y les pido también que me despidan –siempre hacen falta «dos» para que haya conclusión. Este viaje acabó.

Matt Kowalski, desde las galaxias, está gozando de la vista inigualable del sol sobre el Ganges. Por mi parte, yo seguiré sobre tierra firme en nuestro planeta Escuela, pero desde otro lugar –aunque, invariablemente, trabajando con el mismo compromiso y, en mi caso, con mi vista sobre las olas del mar, el mar siempre recomenzado[3] (como lo dice tan poéticamente Paul Valéry).
Hoy puedo decir que, definitivamente, ha sido ¡un gran viaje! Y que estoy muy feliz de haberlo realizado con todos ustedes.

Sólo me resta, agradecerles por compartir el deseo por esta Escuela, tan querida para mí, haciendo posible que tengamos una comunidad analítica en presente habitando en esta fabulosa ciudad; y entonces, invitarlos a que se abrochen firmemente sus cinturones y entreguen sus votos de confianza, porque después del siguiente lapso de sillas vacías, volveremos a despegar, esta vez con nuestra querida colega, Ana Viganó, conduciendo la nave, junto a los nuevos co-pilotos de directorio, Aliana Santana y Carolina Puchet.

NOTAS

  1. Miller, Jacques-Alain, Seminarios en Caracas y Bogotá.
  2. Libro de visitas. www.nel-mexico.org
  3. Valéry, Paul, «El cementerio marino».

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.