La identificación, un concepto (in)cómodo

Edgar Vázquez

La identificación es un proceso o mecanismo de larga discusión en psicoanálisis, tuvo un lugar de innegable importancia desde sus inicios y sin embargo, es difícil ubicar textos que Freud haya dedicado expresamente a él. Y aunque no es exagerado afirmar que su elaboración recorre toda la obra freudiana, el único lugar dedicado explícitamente a abordarlo es el Capítulo VII de Psicología de las masas y análisis del yo (1921), llamado justamente “La identificación”; sin embargo, también dista de ser una exposición concisa y acabada, más bien reúne varios fragmentos de lo que hasta entonces había trabajado en relación al tema.

Conviene de entrada subrayar lo problemático del concepto, al mismo tiempo que resulta imprescindible reconocer la variedad de operaciones que en psicoanálisis son descritas como identificación. Hay que advertir, además, que llegan a ser discordantes, por no decir inconciliables los empleos que de este concepto se hacen. Tal discusión no es de importancia menor ni exclusivamente teórica, puesto que la identificación es una categoría que conduce a pensar problemas cruciales dentro del psicoanálisis, mencionemos por ejemplo: la formación de síntomas, la dirección de la cura, el fin de análisis y las instituciones analíticas; también, en su sentido fuerte y más radical, la constitución del sujeto.

Lacan por su parte, dedicó un seminario de enseñanza al tema, lo comienza comentando lo trivial que se había vuelto su uso en psicoanálisis, la identificación era “la explicación para todo” (1); ya tres años antes venía señalando que los conceptos más cómodos son siempre los menos elaborados. En nuestra mesa de lectura nos proponemos entonces ubicar las coordenadas en la elaboración lacaniana de la identificación que conducen a la introducción de un término inspirado en la matemática y el texto freudiano: el rasgo unario, con el que Lacan concluye su minuciosa revisión del mecanismo despejado por Freud, al mismo tiempo que ordena y estabiliza para los sucesivos momentos de su enseñanza un planteamiento propio de la identificación, punto de la teoría al que llegó a llamar alguna vez “una sombra de concepto” (2).

REFERENCIAS:

(1) LACAN, JACQUES (1961-62) Seminario IX, La identificación, inédito, clase 15/11/1961.
(2) Ibíd, clase 13/12/1961.

Juan O'Gorman, Autorretrato (múltiple), 1950

Inicio: 26/08/2020
Finalización: 09/12/2020
Horario:19:30 Hrs
Modalidad: Virtual
Plataforma: Zoom

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.