Principios de la enseñanza

Prólogo en Guitrancourt
15 de agosto de 1988

En ninguna parte del mundo existe Diploma de Psicoanálisis. Y no por azar o por inadvertencia sino por razones debidas a la esencia de lo que es el psicoanálisis.

No se ve cuál podría ser la prueba de capacitación que verificaría el psicoanalista ya que el ejercicio del psicoanálisis es de orden privado, reservado a la confidencia que el paciente hace a su analista de lo más íntimo de su cogitación.

Admitamos que el analista responde con una operación, que es la interpretación, y que se dirige a aquello que denominamos el inconsciente. ¿Podría constituir esta operación el material para esa prueba? -dado que la interpretación no es la culminación del psicoanálisis y que cualquier crítica de textos, documentos e inscripciones, también la emplea. Pero el inconsciente freudiano sólo se constituye en la relación de palabra que ya he mencionado, no puede homologarse fuera de ella. Además, la interpretación analítica no prueba nada en sí misma, sino por los efectos, imprevisibles, que suscita en aquel que la recibe, y ello en el marco de la misma relación. No hay salida.

El resultado es que debería recibirse al analizante para que, él solo, atestara la capacidad del analista, si no fuera que su testimonio está falseado por el efecto de transferencia que se instala de entrada y a sus anchas y no da ningún seguro con respecto al trabajo que se ha hecho. Todo ello ya deja entrever que el único testimonio que podría recibirse sería el de un analizante postransferencia, pero que quisiera servir aún a la causa del psicoanálisis. Lo que aquí designo como el testimonio del analista es el núcleo de la enseñanza del psicoanálisis, en tanto que éste responde a la pregunta de saber qué es lo que puede transmitirse al público de una experiencia esencialmente privada.

Jacques Lacan estableció este testimonio bajo el nombre de «El pase» (1967); y dio el ideal de esa enseñanza, el mathema (1974). De uno a otro, hay toda una gradación: el testimonio del pase, todavía sobrecargado con la particularidad del sujeto, está confinado a un círculo restringido, interno al grupo analítico; la enseñanza del mathema, que debe ser demostrativa, es para todos -y ahí es donde el psicoanálisis se encuentra con la Universidad.

La experiencia se realiza en Francia desde hace catorce años; ya se ha dado a conocer en España desde hace cuatro años a través del Seminario del Campo freudiano; tomará desde Enero próximo la forma de la Sección Clínica.

Debo dejar bien claro qué es y qué no es esta enseñanza. Es universitaria; es sistemática y gradual; la imparten responsables calificados; se sanciona con Certificados y Diplomas. No es algo que habilite para el ejercicio del psicoanálisis. El imperativo formulado por Freud a partir de 1910, que un analista sea analizado fue no sólo confirmado por Lacan sino radicalizado desde el momento en que un análisis no tiene otro fin propio que la producción de un analista. Añadamos que la transgresión se paga cara y en todos los casos a cuenta de aquel que la comete.

Ya sea en París, en Bruselas o en Barcelona, ya sea en modalidades públicas o privadas, ésta enseñanza es de orientación lacaniana. Aquellos que la reciben se definen como participantes: este término es preferible al de estudiante, para subrayar el alto grado de iniciativa que se les pide. El trabajo que ofrezcan no les será expropiado: depende de ellos.

No existe paradoja en plantear la más estricta exigencia para aquellos que se ponen a prueba en una función de enseñanza sin precedentes ya que el saber enseñado, si obtiene su autoridad por su coherencia, sólo encuentra su verdad en el inconsciente, es decir, en un saber en el que no hay nadie para decir «yo sé». Lo que se traduce en lo siguiente: que sólo se dispensa una enseñanza en el Campo freudiano a condición de sostenerla con una elaboración inédita, por modesta que sea.

Se empieza, tanto en España como en Bélgica, por la parte clínica de dicha enseñanza. La clínica no es una ciencia, es decir, no es un saber que se demuestre. Es un saber empírico, inseparable de la historia de las ideas. Al enseñarlo, no sólo estamos supliendo las debilidades de una psiquiatría de la que el progreso de la química ha dejado de lado a menudo su tesoro clásico; introducimos también un elemento de certeza (el mathema de la histeria).

En el futuro, las presentaciones de enfermos vendrán a consolidar ésta enseñanza. Más adelante, se añadirá el ámbito llamado en Francia de Etudes Approfondies, cuyo resorte es la redacción de una tesis de doctorado. De acuerdo con lo que se hizo antaño bajo la dirección de Lacan, nosotros procedemos paso a paso.

Jacques-Alain Miller

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.