El niño freudiano no es un inocente. Desde los descubrimientos freudianos sobre la sexualidad infantil es sabido que para Freud el niño es culpable del goce que extrae del significante, y de sus experiencias autoeróticas. Entre la satisfacción autoerótica, el llamado masoquismo primordial, y el encuentro traumático con el Otro del cual extrae un goce, se juega su posición subjetiva. Seguiremos la construcción del niño freudiano para confrontarla a lo que llamaremos el niño lacaniano, a partir de su relación al significante no solo como pacificador o simbólico sino como vivo, como aquel que puede alcanzar un goce fuera de sentido. El niño lacaniano es entonces el niño troumatizado, que se constituye a partir de un agujero (trou) en el saber, que no puede poner en palabras, pero en el cual habita un goce.
Una cita nos servirá de orientación para el recorrido: «En mi opinión, la lección de El Seminario 4 es que algo permanece ignorado cuando uno se hipnotiza con la relación madre-hijo, concebida bajo una modalidad dual, recíproca, si ustedes quieren, como si madre e hijo estuvieran encerrados en una esfera. Lo que permanece ignorado en este caso no es solamente la función del padre. Se sabe que Lacan aportó, además, que había que interesarse en el padre. Eric Laurent y yo mismo fuimos a la Tavistock Clinic hace una decena de años y nos acogieron diciendo: «¡Ah! ¡Lacanianos! Nos van a hablar del padre». Así es como nos presentaron, como los que «iban a hablar del padre».
Ahora bien, creo que la lección de este Seminario es que lo que permanece ignorado al hipnotizarse con la relación madre-hijo no es sólo la función del padre, cuya incidencia sobre el Deseo de la Madre es, sin duda, necesaria para permitirle al sujeto un acceso normalizado a su posición sexuada. Es también que la madre no es «suficientemente buena», para retomar la expresión de Winnicott, si sólo es un vehículo de la autoridad del Nombre del Padre. Es preciso, además, que para ella «el niño no sature la falta en que se sostiene su deseo». ¿Qué quiere decir esto? Que la madre sólo es suficientemente buena si no lo es demasiado, sólo lo es a condición de que los cuidados que prodiga al niño no la disuadan de desear como mujer. O sea –por retomar los términos de Lacan en su escrito «La significación del falo»– no basta con la función del padre. Todavía es preciso que la madre no se vea disuadida de encontrar el significante de su deseo en el cuerpo de un hombre. (…)
«Destacar el valor del niño como sustituto fálico, su valor de ersatz (sustituto, compensación), en términos de Freud, puede extraviarnos si conduce a promover de forma unilateral la función colmadora del hijo, pues nos hace olvidar que éste no es menos causante de una división entre madre y mujer en el sujeto femenino que accede a la función materna.» [1]