Categorías
2010 Archivo Conferencias y Mesas redondas

La ciencia, el psicoanálisis y la época

La ciencia, el psicoanálisis y la época

Juan Fernando Pérez

Agradezco la invitación de la Nueva Escuela Lacaniana, Delegación-México para trabajar con ustedes durante estos días en la ciudad. Se ha preparado un interesante programa de actividades, en lo cual seguramente muchos de ustedes van a participar. Igualmente destaco que me siento muy honrado, y además muy contento, con la invitación del profesor Alberto Constante a nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México puesto que, desde siempre (al menos desde que era un estudiante universitario en Colombia), la UNAM ha sido una referencia primordial para los estudiantes colombianos y por ello siempre tuve el deseo de conocerla, de participar de su vida académica. Hoy me encuentro muy satisfecho de realizar, ya después de muchos años, este viejo anhelo, por lo cual estoy muy agradecido con el profesor Constante y con la UNAM. Espero tengamos un diálogo amable y productivo para todos.

Me comentaban hace pocos minutos que el contexto del trabajo de la Facultad de Filosofía dirigido por el profesor Constante tiene como denominación Reflexiones marginales. Es un nombre que me resulta muy sugestivo, y el cual me permite inscribir en él las consideraciones que voy a proponer. Éstas tienen que ver, en última instancia, con la observación que hizo Faride Herrán en su presentación acerca de si el psicoanálisis, especialmente a partir de los desarrollos de Lacan, se puede considerar o no como una ciencia. Aunque no voy a desarrollar sino implícitamente este tema, voy a decir desde ya que Lacan va a tomar distancia sobre la perspectiva de hacer del psicoanálisis una ciencia, y espero proponer algunos elementos que puedan precisar esa cierta marginalidad, si se me permite la palabra, respecto a la ciencia que Lacan le asigna al psicoanálisis. Esto, a diferencia de Freud, quien sí creía que con el psicoanálisis estaba en la vía de la construcción de una ciencia de lo llamado psíquico. De todas maneras, con Lacan hay diversos hechos que producen lo que llamamos (con una palabreja quizás un poco extraña, pero que pertenece al vocabulario castellano)un semblante de ciencia, o si se quiere una apariencia de ciencia. En ocasiones, el psicoanálisis adquiere con Lacan una cierta apariencia de matematización de sus conceptos y con ello muestra que también en Lacan hay alguna aspiración a una cierta cientificidad; en efecto, esto parecería aproximar al psicoanálisis a la ciencia. Es un asunto complejo. Haré algunas anotaciones al respecto, pero quisiera abordar el problema desde otra perspectiva al de la apariencia de ciencia del psicoanálisis.

Voy a tomar como punto de partida una tesis que seguramente es bien conocida por ustedes, una tesis esencial para nuestro tiempo; es una tesis de Heidegger que tiene posibilidades de múltiples desarrollos. Como ustedes saben, Heidegger define la época actual como la época de la ciencia. Permítanme recordarles algunas ideas al respecto.

Aquella es una definición que en un sentido es simple y precisa y la cual ninguna persona sensata la consideraría hoy como impropia o disparatada. Y Heidegger avanza desde allí para señalar que la época actual no solo es la época de la ciencia, sino que, hablando con propiedad, es la época de la técnica, de la técnica científica. Este hecho ha sido objeto de controversias en diversos campos, pero tiene una fuerza y evidencia tales que, a mi juicio, es difícil sustraerse a ella, a las implicaciones que la misma invita a pensar. Aunque Heidegger la formula antes de la revolución tecnológica que introduce la informática en la actualidad, si admitiésemos que tenía vigencia antes de este suceso, hoy adquiere a mi juicio el carácter de evidencia del todo contundente. Así pues, a pesar de las diferencias que algunos sostienen sobre la significación de esa proposición, creo que resulta claro que, si fuese necesario pensar la esencia de la época, pensar a nuestro tiempo, con Heidegger se nos impone reconocer que ésta la define la técnica y en particular la técnica científica.

Nuestras vidas se hayan regidas de tal manera por la técnica que cualquier falla importante, o aun más, un colapso de ésta, introduciría en la actualidad un caos en la vida de la humanidad en su conjunto. Pienso en el fenómeno de la internet, aparecido públicamente hace no más de quince años; si suponemos que la internet hoy colapsara por alguna circunstancia (idea para nada descabellada), desconcertaría de tal manera el funcionamiento del mundo que ni siquiera alcanzamos a imaginar cómo éste continuaría su andar. Tal vez sepan que asesores del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica trabajan con inquietud frente a la posibilidad de que la red se sature, por ejemplo, y consideran ya la posibilidad de crear lo que llaman la internet dos. Y también hay fuerzas políticas importantes en nuestro tiempo que proponen, verbo y gracia, la restricción en los usos de la red e inclusive, la adscripción del manejo de la red a controles estatales, políticos y comerciales; o sea, una coacción a la libertad que hoy existe en la red. Ello muestra bien que la técnica no es simplemente una herramienta, que se pueda usar o dejar a voluntad, como algunos afirman que es lo propio de la técnica. La técnica hoy orienta lo cotidiano, lo fundamental y lo nimio del mundo de los humanos. Basta circular por las calles de México para saber que cualquier inconveniente de la técnica incide de modo inmediato en nuestras vidas y, por lo tanto, resulta indispensable situarla en el centro de la época.

Ahora bien, la tesis de Heidegger con relación a la técnica, no sólo permite reconocer su presencia en la vida contemporánea, sino también declarar que ello no se produce sin consecuencias, más allá del uso inmediato de la misma. Es decir, que no hay una tal neutralidad en ella ni que es un asunto que simplemente usemos a partir de nuestras necesidades, como se hace con el destornillador que tenemos guardado en casa. Se trata de un hecho con efectos que van más allá de lo visible en la vida de los humanos; la mayor parte de tales efectos, ignorados por el hombre corriente, y aun por muchos hombres ilustrados. En ese sentido pues, coloco esta proposición como telón de fondo si se quiere, para reflexionar un poco qué implica que la época sea la época de la técnica y cómo situar el lugar del psicoanálisis con relación a la ciencia y a la época actual.

Creo que una parte de la importancia de la proposición de Heidegger resulta de haber dado un paso más allá, al situar la época no solamente como la época de la ciencia, sino como la época de la técnica científica, como lo acabo de destacar. En otras palabras, señaló que no es lo mismo la ciencia que la técnica; y esta diferencia conviene destacarla, pues no resulta clara para todos. Con frecuencia, por ejemplo, se confunde a los técnicos con los científicos; aquellos incluso aparecen para muchos como la mejor caracterización de lo que es el científico. Hay allí entonces un punto de reflexión: hay que tener en cuenta que existe un paso entre la ciencia y la técnica, punto a tener en cuenta cuando nos referimos a la naturaleza de la época. Para abreviar, evoco de nuevo a Heidegger y señalo sumariamente algo al respecto: aquellos que no se ocupan de la investigación (científica) tienen escasa relación con la ciencia a pesar de que se refieran y procedan de ella; esa ausencia de relación se refiere a que su posición ante el saber no está definida por la producción de éste sino por la mera manipulación de sus conclusiones. Y esa es una diferencia esencial. Avancemos desde allí un poco más.

Hay un segundo hecho implícito en el paso que da Heidegger, que retomo en función de esa diferencia entre la ciencia y la técnica. La aparición de la técnica en el campo de la vida cotidiana de los humanos conlleva consecuencias que van más allá de los propósitos inmediatos de aquella, consistente en proponer soluciones prácticas a los diferentes asuntos propios del acontecer humano. Esas consecuencias tendrían que ver con lo que se puede llamar el orden del pensar. Se trata de la forma en la cual el sujeto se ubica ante el mundo, de las relaciones, prioridades y omisiones que éste pueda sostener en un momento determinado frente a sucesos de importancia para su existencia. Veamos.

Hay que destacar que para el sujeto la técnica no solo es una forma de proveerle de útiles, artefactos y procedimientos que eventualmente le solucionen problemas prácticos, sino que, es una forma de definir la verdad; para ese sujeto (y probablemente también para el de otras épocas), la técnica pues es aquello que lo orienta en su relación con la verdad. No de extrañar entonces que la técnica llegue a tener adoradores y que sus productos lleguen a sacralizarse. Que sea aquello que defina en qué consiste lo verdadero, implica que es algo que le señala jerarquías, prioridades, criterios para elegir y decidir. Es posible considerar este punto a partir de algunas observaciones de hechos cotidianos.

Un ejemplo simple es el de la publicidad de las cremas dentales; es posible ver en muchos spots, como se dice, la significación de la técnica científica a través de los signos que se utilizan en ella: así, en tales spots siempre hay una bata blanca en quien promueve el producto; o siempre se escuchan frases tales como “está científicamente demostrado”. Etc. Se puede entonces reconocer allí, de una manera muy clara, que la técnica científica ocupa el lugar de la verdad. Es un hecho simple y revelador. Veamos algo un poco más complejo.

Se sabe que la técnica científica se refiere a las más diversas prácticas imaginables. Así, en el acto médico se busca pensar y actuar sobre la naturaleza de la enfermedad y en esa perspectiva el mismo siempre ha permitido genuinas reflexiones sobre lo que ello implica. Con la técnica de hoy se presenta la tendencia a obturar la reflexión, y aun (hecho sorprendente) al médico mismo, en la medida en que cada vez más son los datos del laboratorio y los protocolos los que definen en qué consiste lo que el enfermo padece, y cómo se debe proceder ante una situación específica. El médico, que tradicionalmente era un sujeto que debía extraer datos, elaborar hipótesis, considerar alternativas, tomar decisiones, etc., hoy tiende a sustituir todo ello por lo que le aporta la técnica, es decir el laboratorio y los protocolos preestablecidos. En gran medida se va convirtiendo en un simple mediador entre el enfermo y la técnica, de la cual, en muchos casos y cada vez más, ha llegado a ser un agente ciego y obediente.

Y es necesario recordar que el sujeto humano tropieza en su existencia, tarde o temprano con la enfermedad, lo cual implica, de una u otra forma, una pregunta acerca de su lugar en el mundo, por el tipo de relaciones que dispone, por su futuro. Al abordar los interrogantes que esto impone solo a través de la técnica (y téngase en cuenta que con frecuencia lo hace de un modo eficaz, lo cual fortalece la posición de la técnica en la práctica médica), el enfermo queda sustraído de aquello que le permitió tradicionalmente orientarse frente a su padecimiento: el diálogo con el médico. Éste, hoy tiende simplemente a reproducir, sin más, la sentencia que le entrega la técnica y así se rompe lo que fue una parte esencial del acto terapéutico, la relación médico-paciente y la significación de la figura del médico, el cual es cada vez más un sujeto anónimo y fugaz para el paciente. Tiende entonces a clausurarse un tipo de reflexión necesaria, tanto para el enfermo como para el médico, acerca de lo que implica la enfermedad y la muerte, para ser sustituida por sentencias generales, estereotipadas, propuestas como protocolos preestablecidos “para todos”. Y así la técnica adquiere progresivamente, por esa misma razón, el estatuto de ser la fuente de la verdad en lo relativo a la enfermedad y la muerte, lo cual ya es sobre asuntos cruciales de la existencia. Y lo anterior tiende a ser válido en campos distintos a los de la medicina, como bien se sabe.

Destaco que no pretendo satanizar, como se dice, la técnica. Si hago un énfasis en algunas de sus consecuencias problemáticas es por cuanto los discursos de la época tienden a referirse a ella solo en términos apologéticos. No obstante reconozco igualmente su importancia y su valor. Pero debo, en la lógica del razonamiento que propongo, destacar aspectos de la técnica que normalmente no se tienen en cuenta sino en ámbitos restringidos, marginales si se quiere.

Estamos en la obligación de pensar cómo la técnica dispensa sus conclusiones, ya que éstas, como lo indiqué, se transforman en la verdad de lo cotidiano o aun, como vimos, de lo menos cotidiano. Ahora bien, este punto concierne directamente al lugar del psicoanálisis en la época, y sobre el cual llamo su atención, en la medida que hay allí un asunto en juego que es necesario que consideremos. Me refiero a que aquello que se le reclama ante todo de la técnica es su eficacia, lo cual es obvio, ya que es para eso que se le crea, para que resuelva los problemas que de otra manera resulta difícil o imposible.

En tanto el psicoanálisis constituye ante todo una práctica (aun cuando sea también un campo que permite la reflexión acerca de la singularidad humana, acerca del sujeto humano como tal; pero dicha reflexión, lo subrayo, depende de esa práctica), ¿cómo debe el psicoanálisis situarse frente al problema de la eficacia? Al respecto es necesario decir en primer lugar que no siempre los analistas, o aquellos que se interesan por el psicoanálisis (a pesar de Freud o de Lacan en lo relativo a este punto), han subrayado siempre del psicoanálisis su carácter de práctica. Al contrario muchos reducen el psicoanálisis a un mero ejercicio intelectual. Veamos algo de importancia a partir de este punto que acabo de señalar.

Seguramente ustedes conocen diversos hechos relativos a la inmensa erudición de Freud y de Lacan, lo cual les permitió hablar con propiedad de muchos campos de la vida. Sin embargo, para no pocos interesados en el psicoanálisis eso ha supuesto que se puede reducir el psicoanálisis a ser una especie de mera reflexión sobre problemas literarios, sociológicos, filosóficos o de otra naturaleza, sin que importe mucho la práctica analítica, el carácter de práctica que es el psicoanálisis. Si bien, es mi concepto, todos esos saberes le interesan muy profundamente al psicoanálisis, le conciernen finalmente en tanto su razón de ser es la práctica, la llamada práctica clínica; ello en tanto su propósito es el trabajo con algo concreto y específico, en tanto espera producir efectos sobre aquel que lo moviliza, el sujeto.

Y aquí es necesario no olvidar un punto y disponerse a entretejerlo con lo que vengo señalando: me refiero a la intolerancia generalizada de la época acerca de la naturaleza y lugar del sujeto, como un efecto de la primacía de la técnica científica. Y no se trata de algo que sólo se expresa en hechos circunstanciales del discurrir diario. Nuestro tiempo, producto justamente de la eficacia de la técnica, ha impuesto la exigencia de soluciones inmediatas a cualquier requerimiento o dificultad que se nos presente, y si esas soluciones no se producen de modo inmediato, nos resulta intolerable el hecho, lo cual conlleva efectos múltiples en nuestra existencia. En ese orden de ideas, cabría preguntarnos ¿qué lugar puede ocupar el psicoanálisis como una práctica clínica en una época en la dominan la prisa, el resultado inmediato y el imperio de la eficacia simple? Aclaro que, en principio, cuando hablo de eficacia me refiero especialmente a la obtención de resultados deseados acerca de un problema, resultados relativamente inmediatos a través de un procedimiento cualquiera.

Entonces cabe preguntarse, ¿qué lugar hay en la época para una práctica que ante todo se define por la exigencia de que el sujeto tenga una posición ética frente a su existencia y, por lo tanto, que busca que éste pueda introducir, en sus relaciones con la vida y con los otros, una espera ante su goce? ¿Qué significación pueda tener el psicoanálisis como práctica en una época en la cual el imperio de la técnica nos hace intolerable detenernos a reflexionar sobre nuestra subjetividad?

A partir de lo señalado propongo considerar un hecho de la manera más puntual que sea posible. Lacan lo enuncia bajo un término específico que subyace en lo que he planteado: la ciencia y la técnica, por razones de estructura, tal vez reconocibles en lo que he mostrado, básicamente forcluyen al sujeto. Es decir, la ciencia y su técnica prescinden del sujeto en su discurso, lo cual Lacan lo denomina como la forclusión del sujeto. En su lugar se interesa solo por los acontecimientos que sean susceptibles de ser reconocidos bajo la denominada objetividad. Hay que decir que la técnica radicaliza esta proposición. O sea que, si bien la ciencia en su discurso más primigenio, más puro y para constituirse como tal, requiere la supresión del sujeto y que eso está en el abc del discurso de la ciencia, en la técnica la posición, de hecho, se radicaliza.

La técnica lleva este principio aún más lejos y lo convierte en un acontecimiento regular y cotidiano, debido, lo repito, a que la técnica de suyo consiste en el establecimiento y uso de procedimientos definidos a fin de resolver los problemas prácticos, propios de la existencia, y a su intento de universalización, sin interesarle el sujeto que la ejerza; se trata es de la estandarización de la solución lo que necesariamente implica borrar toda singularidad; basta que el agente de la técnica disponga del conocimiento del procedimiento y sobre el instrumento que se usa. Se trata pues de un asunto de información y no de una implicación subjetiva.

Seguramente conocen de una forma u otra el hecho. Éste ha sido explorado de maneras muy diversas, por ejemplo, por la literatura y el cine, entre otros. Recordarán textos de ciencia ficción en los cuales se configuran mundos definidos a partir de una tiranía extrema de la técnica; se exploran allí mundos en el cuales lo esencial es que el sujeto como tal se someta, es decir que sea simplemente un individuo posible de sumarse a muchos sin diferenciarse de éstos. Muchos de ustedes conocerán esa fantasía extraordinaria de Aldous Huxley que es El mundo feliz, donde se puede reconocer el hecho de manera muy categórica; o tantas otras llevadas al cine. Y es posible ver en esas ficciones lo que de modo muy preciso Lacan señala: que aquello que desaparece de lo simbólico reaparece en lo real, bajo otras formas; como angustia o como síntomas. En ese sentido, recordarán ciertas películas de Kubrick. O aquella extraordinaria película llamada Gattaca. En ésta se puede reconocer muy claramente la forclusión del sujeto, su relación con la posición básica de la ciencia y de la técnica y sus implicaciones para todos. Y el psicoanálisis sitúa el hecho como un efecto de lo más esencial de nuestro tiempo. Es por ello que interesa definir la esencia de la época y reconocer sus perspectivas.

Ahora bien, he venido subrayando la importancia y lugar de la subjetividad y del sujeto; en ese orden de ideas tratemos ahora de precisar, al menos desde el psicoanálisis, con Lacan, qué se entiende por sujeto. Hay que decir que para el efecto es esencial la filosofía (señalo de paso que comentaba con el profesor Alberto Constante antes de iniciar esta exposición, que las relaciones del psicoanálisis y la filosofía son densas y complejas; son de amor y desamor; en fin, esa es la naturaleza misma del amor), si bien en Freud encontramos proposiciones muy negativas frente a la filosofía, y aún en Lacan. De todas maneras es necesario señalar que la filosofía es un campo necesario a la hora de encarar temas como éste. La pregunta acerca de cómo concebir al sujeto es en primer lugar una pregunta de raigambre filosófica; de hecho, Lacan (quien es el responsable que usemos este término en psicoanálisis) quiso apoyarse en la filosofía griega para el efecto y toma un problema como base para hacerlo, el cual viene desde los griegos y llega hasta nuestro tiempo. Se trata de situar el concepto de sujeto a partir de una diferencia esencial. Me refiero a lo que en términos filosóficos se llama lo universal, el cual se diferencia esencialmente de lo particular.

Allí subrayo que ningún tipo de relación con las cosas y con el mundo que se efectúe en forma, digamos, racional, a través del lenguaje, la podemos concebir sin la distinción, implícita o explícita, entre lo universal y lo particular. Esa pareja de conceptos, que ha sido desarrollada y elaborada en todas las épocas, adquiere una relevancia para nosotros a partir, por ejemplo, del trabajo de algunos lógicos contemporáneos como Quine y Hintikka, quienes reconocen una incompletud esencial en esa pareja, ya que no sólo se trata de una díada que opone lo universal a lo particular, sino que allí hay que agregar lo singular. Esto, presente de tiempo atrás en la filosofía, sin embargo (y no por casualidad) tuvo la tendencia a ser reducido a una díada, identificando muchas veces lo singular con lo particular. Lacan va a subrayar con fuerza esa distinción, la importancia de concebir este problema bajo un ternario y no como una díada. Así pues consideremos la tríada universal, particular, singular, en la perspectiva de hacer avanzar en la comprensión de qué es el sujeto y cuál es su lugar en el mundo contemporáneo.

Resulta evidente que la ciencia se interesa esencialmente en producir sentencias universales; su vocación es esa, la obtención de universales, esto es, producir un saber que valga para todos los casos. Un universal lo consideramos entonces como un conjunto definido, en el cual sus propiedades valen para todos los elementos que hacen parte de ese conjunto; y al científico le corresponde entonces producir sentencias que tengan el valor de recubrir todos los casos que conforman ese conjunto. Cuando lo consigue hay un acto científico, el cual a su vez permite darle un lugar a lo particular. Tomemos un ejemplo; el caso de la gripe que no hace mucho padeció México en especial. La gripe aparece en un momento determinado como algo que no encaja en los universales conocidos, aquellos que se conocían sobre los virus de las gripes conocidas. Los científicos advirtieron que ese virus al no ingresar en ningún universal, implicaba que estaba fuera del campo conocido por la ciencia. Al surgir varios casos del mismo tipo se advierte que hay un nuevo universal, un tipo distinto de virus que, además (y esto no es anecdótico), es necesario nombrar. Al hacerlo aparece entonces un nuevo universal: el universo que incluye todos los casos de la gripe AH1N1. Y recordamos, no sin inquietud, que en este caso, la llamada gripe española estaba detrás, en la fantasmagoría de los científicos; éstos la transformaron en principio en la “gripe mexicana”. Sabemos las consecuencias que eso tuvo. Nombrar un conjunto desconocido es pues acto necesario e importante en la construcción de un universal y ello es un asunto que, como en este caso, puede traer consecuencias inmediatas en la vida colectiva.

¿Qué sucede cuando se logra construir un universal?, por ejemplo, el universal gripe AH1N1: que todos los casos que de ahora en adelante se conozcan con tales características, por pertenecer a ese universo, serán casos particulares de ese universo. En términos de teoría de conjuntos, se trata de los elementos que conforman un conjunto. Es eso lo que se designa como lo particular. Y añado aquí algo esencial: ese campo de lo particular es propiamente hablando el campo de la técnica. La aplicación de la técnica no es otra cosa que la referencia, caso por caso, a diversas situaciones a partir del saber que procura un universal. Se reconoce así la relación entre la ciencia y la técnica como una relación íntima, en la medida que de la una se derivan las posibilidades de la otra.

Ahora bien, Lacan subraya que los universales no recubren todo lo existente, en especial en el orden humano donde existe un no todo que es necesario considerar. El no todo que queda por fuera de lo universal y que por tanto tampoco es particular, es lo que llamamos lo singular. Podríamos ver esto en un caso específico si miráramos en detalle por ejemplo lo sucedido con la gripe AH1N1. Por más esfuerzos que se hagan para reducir el mundo a lo particular y lo universal, por más esfuerzo que hagamos por incluir allí todas las diferencias, en especial con la categoría de lo particular, habrá siempre algo más, que llamamos singular, que no es posible contenerlo en ningún universo. Y lo singular es el espacio del sujeto. Es allí donde se reconoce una condición necesaria para el psicoanálisis en la época, en eso marginal del sujeto.

Es lo singular aquello que permite saber, por ejemplo, que el compañero que está al lado nuestro, si bien comparte muchos componentes con nosotros, tiene elementos singulares que no admiten ninguna posibilidad de situarlos, si se es riguroso, en ningún universo. Cuando se dice, por ejemplo, “Soy un estudiante de filosofía”, “Soy mexicano”, “Soy hombre”, “Soy mujer”, “Yo soy”… estoy diciendo cuál es mi particularidad. Y apelar a los universales que nos definen para considerar qué soy, desde luego permite definir algo acerca de lo que soy; sin embargo, conquistar lo singular de sí implica algo más que apelar a los universales que usualmente nos definen. Es hacía eso que se dirige el psicoanálisis. Y, es necesario decirlo, hay una voluntad de la época que hace que aquello que soy, en tanto ser singular, sea rechazado. Eso es lo que, hablando con propiedad, Lacan y Freud llamaron lo inconsciente.

Lo inconsciente constituye (dicho en los términos convencionales de la ciencia) el problema de investigación del acto analítico. El psicoanálisis pretende decir algo sobre el sujeto, y para el efecto se dirige a eso que es lo singular de cada uno, lo cual, como puede entreverse a partir de lo dicho, es lo inconsciente, en tanto nuestras relaciones conscientes con la vida se definen más bien a partir de lo particular y de lo universal. Sin embargo hay algo que allí queda por fuera y es el sujeto del inconsciente.

Señalo entonces que el psicoanálisis, tanto como teoría y como práctica, es un campo que se construye a partir de una relación marginal con la época, lo que espero que se pueda reconocer en lo que he expuesto. En otras palabras, me parece que lo que estoy haciendo es una reflexión sobre la marginalidad (extraterritorialidad decía Lacan) del psicoanálisis con relación a la época. Ésta no es voluntaria, sino que es una marginalidad estructural, debida a la naturaleza del saber y de la práctica que el psicoanálisis propone. Nuestro objetivo, y si se quiere también, nuestro combate, tanto como analistas como desde instituciones como la NEL, concierne entonces a darle la posibilidad a aquello que finalmente nos caracteriza a los humanos, esto es, que la singularidad del sujeto tenga un espacio en nuestro mundo y en nuestro tiempo.

Teniendo en cuenta que dentro de la temática propuesta para esta exposición hay muchos otros temas, como algunos de los que mencionó Faride, podríamos ir un poco más allá y abordar el problema de la matematización y lo que ello comporta al psicoanálisis y a su relación con la ciencia. Y hay muchos otros problemas desde luego referidos a la naturaleza del psicoanálisis y sus relaciones con la ciencia y la ética. Abordaré uno de ellos para terminar.

Me referiré a un tema fundamental de nuestro tiempo, donde se inscriben las fantasías más socorridas de la época. Me refiero a las neurociencias. Lo haré tratando de mantener el espíritu de la reflexión que he propuesto, que es de orden cuasi filosófico. Señalo para el efecto una tesis sin la cual no resulta posible, a mi modo de ver, considerar cuál es el lugar del psicoanálisis con relación a la ciencia contemporánea.

Sabrán que hoy se produce en el mundo una investigación casi frenética, monumental, la cual se hace desde el punto de vista de las neurociencias. El hecho lo ilustra bien lo siguiente. Se celebró recientemente en Chicago un congreso de neurocientíficos; estos eran personas que celebraban congresos modestos hasta hace poco, congresos que convocaban a lo sumo dos o tres mil interesados. Hoy a un congreso de neurociencias asisten más de cuarenta o cincuenta mil participantes. El congreso en Chicago, que convocó ese número de inscritos, muestra algo que conviene intentar preguntarse: ¿por qué hoy se produce una explosión tal en el interés por las neurociencias? Detrás de esto, considero, hay la promesa de una realización tecnológica de fantasías ancestrales de la humanidad, que es conveniente señalar.

Como ustedes quizás lo sepan las investigaciones sobre el cerebro tenían dos límites importantes; la investigación más importante se hacía a partir del estudio de algunos de los fenómenos cerebrales que eran aprehendidos mediante estudios de casos de patologías específicas. Si se trataba del estudio neurocientífico del lenguaje, éste se apoyaba en estudios de las afasias por ejemplo, como base para la formulación de hipótesis y para señalar tesis acerca de la relación entre el sistema nervioso y el lenguaje. Los grandes avances científicos que se produjeron desde el siglo XIX hasta más o menos los años 70, tuvieron que ver con el estudio de este tipo de patologías. Esto era en cierto sentido una limitante para la investigación. Y el otro gran campo para estudiar estos fenómenos del sistema nervioso, eran los animales. Como resultado teníamos entonces que las conclusiones neurológicas se derivaban esencialmente en los animales y en los enfermos. Ustedes podrán imaginar las sospechas que ello despertaba. Pero se produjo un avance tecnológico hace unos veinte años que permitió ampliar el campo de estudios en neurociencias a los humanos normales y con ello sobreviene la gran explosión que señalaba a través de la ampliación en los interesados en las neurociencias. Es el descubrimiento de la resonancia magnética. Este hallazgo permitió ver ahora el funcionamiento directo del cerebro, imposible antes. Ya no solo se estudia el cerebro a través de enfermos o animales sino de humanos sanos, lo cual le otorga mayor extensión a los resultados que se obtengan y con ello se abre la idea de conocer plenamente al hombre tal como es. De ahí emergió la idea de que al observar el cerebro funcionando, de verlo en acción en su forma más normal, ello nos daría la posibilidad de ver en acción el funcionamiento de lo que tradicionalmente se llamó el alma. El electroencefalograma era antes un recurso de investigación tímido frente a las técnicas actuales, si bien aun se sigue usando el EEG, por razones que no entro a examinar. Es decir, con los nuevos avances tecnológicos, se fantasea que podremos asistir a ver, literalmente, el pensamiento por ejemplo, y con ello se ha producido la ilusión de obtener una solución múltiple a tantos enigmas que los hombres se han planteado acerca del funcionamiento de lo llamado mental. La asistencia multitudinaria a los congresos de neurociencias no es una casualidad. Hay allí una fantasía subyacente la cual sin embargo, lo destaco, requiere de soluciones filosóficas. Propongo por tanto lo siguiente: cuando se ve el funcionamiento del cerebro ¿se ve qué?, ¿se ve algo que llamamos una condición necesaria para el funcionamiento del sujeto?, o ¿se ve el funcionamiento del sujeto como tal?

Hay psicoanalistas hoy que trabajan desde la perspectiva según la cual las investigaciones de las neurociencias van a producir el encuentro entre el psicoanálisis y la ciencia. En ese campo es posible hallar notables investigadores, como Eric Kandel, quien recibió el Premio Nobel de Medicina en el año 2000, en especial por sus estudios sobre la memoria (el problema de la memoria es fundamental por muchas razones y Kandel ha hecho avanzar la comprensión científica del problema, también con el recurso al psicoanálisis al proponer el estudio de las funciones cerebrales a partir de las teorías psicoanalíticas de la memoria). Y no son fantasías de una persona aislada.

Para examinar lo anterior planteo que esclarezcamos ante todo lo siguiente: cuando hablamos de ese tipo de investigaciones estamos estudiando, en términos de la ciencia, de la física, la materia. La materia es indispensable para el funcionamiento del sujeto, pero entonces interrogamos: ¿la materia es idéntica a lo real? ¿Lo real es idéntico a lo material? Aún más, ¿lo real como lo material es algo idéntico a lo que llamamos lo existente? Y si fuese necesario definir lo existente ¿tendríamos que hacerlo idéntico a lo observable a través de los sentidos? Hay allí una equivalencia compleja y decisiva: lo real se presenta como idéntico a lo material e idéntico a lo existente e idéntico a lo observable. Lo anterior permitiría suponer que mediante la investigación actual, con la resonancia magnética, será posible capturar ¿qué? ¿Lo real de lo mental? Tal vez si, si lo real fuese lo material. ¿O más bien la cuestión es otra? ¿Acaso es que hay algo del orden de lo real que, sin ser metafísico, o con mayor precisión, sin ser sobrenatural, sin ser material, es pues real y es lo que define eso que llamamos lo humano? ¿Se trata de algo que no es del orden del ver sino del escuchar?

Observen que, de acuerdo con esto, la tesis que se constituye así es que para el psicoanalista lacaniano, la ciencia si bien estudia lo material no necesariamente por ello estudia lo real del sujeto, con lo cual afirmamos que hay un campo de lo real que, sin ser sobrenatural, escapa a la ciencia, al menos a aquella que reduce lo real a lo material. Y allí interviene lo que definíamos antes como lo singular. Insisto, la época actual obtura el lugar a eso real que es lo singular. Observen además que es la singularidad lo que define lo real; observen que lo singular es lo real. Lo es mucho más propiamente que lo universal como tiende a afirmarlo la ciencia y la técnica. Lo real no puede reducirse solo a la materia. Con ello doy una base para situar cómo se sitúa a mi modo de ver el psicoanálisis ante la investigación científica más reconocida hoy, la cual no parecería que pudiera ilusionarse con el acceso a lo real de lo humano a partir del mero estudio de la materialidad cerebral.

No debo abusar de su paciencia para enlazar más precisamente los diferentes aspectos a los que me he referido, pero quizás con lo señalado sea posible hacerlo cada uno de ustedes.

Con esto termino y agradezco su amable atención y su amable invitación.

Notas
* Psicoanalista en Medellín. AME de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Miembro del Consejo de la AMP-América. Profesor Titular de la Universidad de Antioquia, Medellín. Autor de artículos y textos difundidos en América Latina, EE UU, España y Francia.

Fecha: 19/02/2010
Modalidad: Presencial
Lugar: Facultad de Filosofía y Letras UNAM

Categorías
2010 Actividades Internacionales Archivo

El niño del mercado global

El niño del mercado global

Ana Ruth Najles

 

Faride Herrán: Como sabemos, la época actual está marcada por las cifras y estadísticas. Vemos que muchas personas quedan simplemente fascinadas con la inmensa variedad de cifras que proliferan por todos lados. A otros, les resulta sorprendente y alarmante saber que recientemente se publicó que México ocupaba ya el primer lugar mundial en obesidad infantil, atribuyendo, según el presidente que «la obesidad es resultado de malos hábitos alimenticios por el consumo elevado de refrescos, bebidas alcohólicas, de la ingesta por arriba de requerimientos de tacos, tortillas, tortas, de la llamada «vitamina T»; del consumo de frituras; pero también de la falta de consumo de agua, de frutas y verduras y de ejercicio físico». Contra este problema, el gobierno propuso prohibir ciertos alimentos en las escuelas con el fin de controlar la obesidad infantil. No obstante, es claro para nosotros que el problema va más allá.

Este ejemplo testimonia, una vez más, que el niño no queda por fuera del discurso capitalista, sino por el contrario, como plantea Ana Ruth Najles, «los niños en tanto consumidores, son uno de los blancos preferidos de las estrategias de mercado». De este modo, nos encontramos con el incesante mandato del mercado por taponar, en este caso con la ingesta de comida excesiva, la palabra del sujeto, tomándolo como objeto y haciendo que el niño quede globalizado en el cuerpo mismo.

 

Ana Ruth Najles:

El niño del mercado global-La política del mundo global
Nuestra época se rige por una política solidaria con el imperio del mercado, cuyo mayor valor es la libre circulación de las personas y de los bienes, el «libre mercado» impuesto, por supuesto, por los países poderosos a los países pobres. El imperio del mercado ha transformando nuestro mundo en un espacio global, lo cual no deja de tener consecuencias sobre cualquier ser hablante, ya que el vertiginoso avance de la ciencia y de la tecnología tapona con modalidades cada vez más apremiantes al palêtre en función del ideal de universalidad promovido por la ideología científica.

Es evidente que los medios masivos de comunicación, solidarios del mercado global, se encargan de hacer saber sobre el último objeto del que cada uno carece, sobre el último estrago acaecido en el pueblo de al lado o en la casa del vecino, sobre la última catástrofe que afectó al territorio más alejado de nuestro país en el mundo; hasta el punto que se ha llegado a pensar que la Guerra del Golfo podría haber sido un invento de los medios, que tal vez no tuviera más existencia que la otorgada por las pantallas de los televisores.

Es evidente también, por lo que afirman estos mismos medios, que los niños, en cuanto consumidores, son uno de los blancos preferidos de las estrategias de mercado. Es así como un niño sabe poner en evidencia – hoy más que nunca con el sostén de la tecnociencia – la impotencia del Otro. Por ejemplo, a partir de una queja atinente a los objetos novedosos que sus padres no pueden adquirir para satisfacer su capricho. Los reyes magos ya no son los padres en la mente infantil: hoy, en los tiempos de la inexistencia del Otro, es el mercado.

Al respecto, me estoy refiriendo al caso de un niño que se analizó conmigo, un niño que se dedicaba a maltratar a los otros. Es interesante que este aspecto del problema no parece resonar cuando hablamos de ‘maltrato infantil’ – ya que se pueden hacer ambas lecturas: se puede leer como el maltrato que el niño inflige a los otros, o como el maltrato que el otro inflige al niño -. Este niño maltrataba a sus padres, los insultaba, les pegaba, les tiraba cosas por la cabeza. También maltrataba a su hermano. Además, la demanda de consumo de ese niño era ilimitada y, la no satisfacción de la misma era motivo de ataques de furia que terminaban en el maltrato. Por eso lo trajeron a consulta; porque ellos sufrían de él, y, porque además, él sufría por ello y ninguno sabía como arreglárselas con ese padecimiento.

Podemos plantear que toma aquí, en este punto, toda su dimensión la hipótesis de Lacan de «el niño generalizado» postulada en un texto del año 1967[1].

Esto implica que todos, en cuanto consumidores, somos niños. Y esto es así porque la mayor identificación que se le propone al ser hablante en la actualidad, es la identificación al consumidor (si no lo creen, vean la televisión, las publicidades que nos proponen consumir cualquier cosa, nos sirva o no).

El niño generalizado significa, entonces, tomar al ser hablante como objeto, dejarlo sin palabra, sin responsabilidad .

El filósofo y pensador de la actualidad italiano, Giorgio Agamben, toma como punto de partida – para caracterizar los rasgos definitorios de la política moderna[2] – la distinción griega entre «zoe, que expresaba el simple hecho de vivir, común a todos los seres vivientes …, y bios, que indicaba la forma o la manera de vivir propia de un individuo – socialmente situado – o de un grupo». Plantea así que «la introducción de la zoe en la esfera de la la polis [la ciudad-Estado en la Grecia antigua, culturalmente establecida como centro del lazo social], la politización de la vida desnuda como tal, constituye el acontecimiento decisivo de la modernidad y marca una transformación radical de las categorías político filosóficas del pensamiento clásico…». Lo que para él, por tanto, define a la política moderna es «que, paralelamente al proceso en virtud del cual la excepción deviene en todas partes la regla [somos únicos, pero todos iguales, todas excepciones], el espacio de la vida desnuda situada en el origen al margen de la organización política, progresivamente termina por coincidir con el espacio político, donde exclusión e inclusión; exterior e interior; bios y zoe; derecho y hecho, entran en una zona de indiferencia irreductible».

Este autor también afirma que «toda tentativa de repensar el espacio político de Occidente debe fundarse sobre la clara conciencia que de la distinción clásica entre zoe y bios, vida privada y existencia política, entre el hombre como simple ser viviente que tiene como lugar propio el domus (en latín, la casa) y el hombre como sujeto político cuya morada es la ciudad, no sabemos más nada. A partir de los campos – de concentración, de exterminio, o los campos de refugiados -, la posibilidad de hacer el reparto entre nuestro cuerpo biológico y nuestro cuerpo político, entre lo que es incomunicable y mudo [lo privado de la antigüedad] y lo que es comunicable y expresable, nos ha sido quitado de una vez por todas». Esto se traduce en que la distinción público-privado ya no se sostiene.

Ernesto Laclau, filósofo argentino, plantea esta relación como «una frontera inestable, continuamente atravesada, en la que la autonomía personal incorpora planteos públicos y lo privado se politiza cada vez más»[3].

Hay que recordar que el concepto freudiano de identificación también problematiza la oposición público/privado, ya que por este mecanismo «yo es Otro».

La identificación como fundante del ser hablante viene a decir que uno, el ser hablante, se constituye porque es tomado por el campo del Otro, el campo del lenguaje, el campo del significante, y porque consiente en ser tomado. La cuestión es que uno no se constituye sin el lenguaje, sin lo público. Es interesante recordar que Freud introduce el tema de la identificación para situar al yo en un artículo donde justamente va a hablar de Psicología de las masas.

En oposición a la política moderna de la que hablamos más arriba, la política clásica es presentada por Agamben como «la estructura fundamental de la metafísica occidental, en cuanto que ocupa el umbral donde se lleva a cabo la articulación del viviente y el logos». Vale decir que la política clásica ocupaba ese lugar de umbral donde se articulaba el puro organismo con el lenguaje, o, en términos de Lacan, se incorporaba el lenguaje. Esta estructura fundamental de la metafísica occidental, o sea, la política clásica, sólo existe cuando «el hombre es el viviente que en el lenguaje separa y opone su propia vida desnuda y, al mismo tiempo, se mantiene en relación con ella, en una exclusión-inclusiva».

Por supuesto que encontramos aquí las resonancias del concepto lacaniano de extimidad[4]. La extimidad[5] da cuenta de la necesaria exclusión interna del goce en cuanto satisfacción singular y real o, si se quiere, de la necesaria exclusión interna de la pura vida orgánica – en los términos de Agamben -, constituyente del sujeto del psicoanálisis y de su ética, producida por la operación misma del aparato del discurso.

Según la perspectiva de Agamben – que no es otra que la del psicoanálisis de la orientación lacaniana -, el aplastamiento y la consiguiente indiscriminación de las categorías consideradas naturales, con las específicamente humanas en la biopolítica (término tomado de M,. Foucault[6]) lo han llevado a caracterizar a la política contemporánea a partir de la indiferencia.

Una política de indiferencia parece un nombre adecuado para representar el tipo de función anti-solidaria de los estados modernos y sus «políticas sociales de mercado».

-El falso discurso del capitalismo
Con el fin de situar los problemas a los que se enfrenta el psicoanálisis, no sólo en su abordaje de las psicosis, sino también en el del niño y en el de las instituciones, debemos considerar como factor fundamental a la segregación, ya que la segregación es el problema más candente de nuestra época por estar conectado con la relación que existe entre «el avance de la ciencia y el cuestionamiento de todas las estructuras sociales que éste trae aparejado» [7].

Es así que no sólo la familia está cuestionada – por ejemplo, a partir de los avances de las técnicas de reproducción asistida – sino también los docentes, la educación en general, las leyes, el estado, etc.

Esto es otra manera de decir que estamos en el tiempo del Otro que no existe[8].

Remitiéndose a las Antimemorias de André Malraux en las que se hace referencia a que «no hay personas mayores», Jacques Lacan[9] introdujo el término «el niño generalizado» para dar cuenta de «lo que rubrica la entrada de un inmenso gentío en el camino de la segregación».

Decir «el niño generalizado» equivale a postular ‘para todos el mismo goce’.

Tal como lo anticipamos más arriba, interpretamos este camino de la segregación como la pérdida del estatuto de ser hablante para caer en el estatuto de objeto de manipulación por parte del mercado; objeto homologable a cualquier objeto producido por la tecnología.

Podemos pensar que esta expresión de Lacan «un inmenso gentío en el camino de la segregación», nos permite homologar un montón de cuerpos humanos a televisores en desuso, heladeras viejas, grabadores pasados de moda y autos en un depósito de chatarra.

En 1967 también J. Lacan[10] advierte sobre que «nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez mas dura de los procesos de segregación», procesos que refiere a la dimensión de lo real, ya que son imposibles de subsumir en la norma simbólica.

De modo que «la particularidad de goce disuelta en su lugar tribal natural (culturas, religiones, lenguas, tradiciones) tiende a reconstituirse en el seno del universal mismo bajo la forma de segregaciones múltiples» [11].

En el campo de la educación esto se evidencia por la exclusión de las aulas de los niños-problema que terminan separados del resto y enviados a ‘escuelas diferenciales’, ‘escuelas especiales’, ‘escuelas de recuperación’, etc.

En esa misma dirección, Hannah Arendt, en un articulo escrito en el año 1975[12], responsabiliza a las políticas educativas modernas del hecho de que los adultos hayan abandonado a los niños a su propia fuerza, a su propia posibilidad de organización; los han segregado del mundo de los mayores, quedando cada niño a merced de la tiranía del grupo.

El niño generalizado, producto de las variantes modernas de la segregación, segrega a su vez la muerte misma[13], vale decir, la castración. Excluir el hecho de que no hay posibilidad de saberlo todo, de tenerlo todo, de decirlo todo, de no morir, de gozar de todo, eso es segregar la muerte.

Lacan se refiere a lo que llamó el discurso capitalista, para decir que en realidad no se trata de un discurso sino de un falso discurso, ya que, a diferencia del aparato del discurso, no instaura ningún lazo social.

Mientras que en el discurso del amo el sujeto no sabe nada acerca de lo que lo hace gozar, el discurso capitalista, en cambio da la posibilidad de integración directa del goce por parte del sujeto. En el discurso capitalista el sujeto se dirige al saber de la ciencia para pedirle los objetos técnicos [por ejemplo la droga, ya sea permitida o prohibida] para taponar la hiancia subjetiva y obturar toda pregunta sobre el ser. Hay una relación directa, sin ningún tipo de traba, entre el objeto y el sujeto barrado. En este sentido, el sujeto en su falta en ser es colmado por el objeto técnico, el gadget. Por eso se puede afirmar que el verdadero drogadicto es aquel que se ha dado un ser de goce por medio de la técnica (pensemos en los niños medicados con Ritalina a partir de portar un diagnóstico de ADD -Attentional Disfunctional Disorder-).

Esta época caracterizada como la de la muerte de Dios en términos de Nietszche, nosotros la definimos como la época del Otro que no existe[14], ya que la mayoría de la gente ha caído en la cuenta de que el Otro, en tanto garante de la verdad universal, no existe. Por ello, estamos en la época del auge de los comités de ética. Los comités de ética intentan suplir esa función que ha quedado vacante, y que hasta hace unos años fue cubierta por fuertes significantes amos – los de la religión, los de la pedagogía, los del derecho – o, lo que es lo mismo, por fuertes ideales. Esos ideales, como veremos a continuación, ya no se sostienen.

Lo que se pretende con estos comités de ética es todo lo contrario de lo que los psicoanalistas planteamos con la ética del psicoanálisis.

La ética del psicoanálisis – que Lacan definía como la ética del bien decir – es una ética que atañe a hacer surgir y responder a la singularidad del uno por uno de los seres hablantes. Los comités de ética, por el contrario, tienden a generar consenso. Es un recurso pragmático con el que, dado que no se sabe muy bien qué hacer frente a determinadas situaciones, se hace lo que diga la mayoría: nos reunimos, hablamos y hablamos…hasta ver si la mayoría se pone de acuerdo en algo.

Esto se traduce en que ya no hay más significante amo que la propia vacuidad del sujeto, dado que en el lugar amo del discurso capitalista está la propia vacuidad del sujeto, su propia falta, su propia desaparición[15], el culto a su propia autenticidad, a su propio desarrollo, a su autoreferencia. Y coacccionado por el deber de vivir y el deber de gozar – también del saber por medio de la información – que le impone ese discurso capitalista.

Por eso Lacan planteaba que el discurso capitalista es un falso discurso, ya que no establece ningún lazo social; el sujeto, en ese discurso no hace lazo con ningún Otro (ni otro), a diferencia del verdadero discurso que es un aparato simbólico que tiene por función hacer lazo con el Otro. Éste es un falso discurso porque no hay posibilidad de establecer ninguna rotación de lugares y el sujeto siempre queda fijado en ese lugar que lo separa del Otro por un objeto que tapona su falta y que lo deja encerrado en su cuerpo.

Es por ello que el sujeto del discurso capitalista es autoreferencial. En algún momento, todos somos tomados en cuanto individuos por ese discurso y colocados en ese lugar de objetos de consumo; la cuestión es cómo salimos de ahí, para no terminar consumidos por ese discurso.

Este sujeto autoreferencial, narcisista – término introducido por Freud[16] para dar cuenta del sujeto que se satisface en sí y para sí – nos permite pensar el hecho de que, en muchos casos, ya no se deposita en los hijos el propio «yo» ideal de la infancia.

Cuando S. Freud se refiere al hijo como «His majesty the baby», es porque éste ocupa el lugar del yo ideal de la infancia por siempre perdido por el así llamado adulto.

Esta formulación de Freud permite entender qué lugar puede o no ocupar el niño para los padres del mundo actual; para este sujeto autoreferencial así constituido como narcisista, el del discurso capitalista.

Pero tenemos que tener en cuenta que esta generalización es inadmisible para el psicoanálisis, porque cada niño ocupa para su madre un lugar, para su padre otro, y eso es absolutamente singular.

Como lo decíamos hace un rato, se verifica que en la época de la naciente burguesía moderna los hijos fueron para los padres una esperanza de ascenso social. Pero eso casi ha desaparecido por el empuje del discurso capitalista que hace que esos niños pierdan el valor privilegiado que tuvieron al principio de la era burguesa para sus padres, y sean intercambiables – en determinados casos – con otros objetos ofrecidos por el mercado para el consumo.

Esto, quizás en parte, permitiría explicar el maltrato infantil generalizado, que da a ver que el niño ha caído de ese lugar privilegiado que tenía en la sociedad burguesa de la época de Freud. Lo paradójico es que el mercado ha tomado a los niños como destinatarios privilegiados de sus estrategias de consumo, transformándolos así en los consumidores – consumidos por ese mercado – por excelencia.

Podemos tomar aquí como ejemplo extremo un fenómeno social: el de los niños vendidos por sus padres como objetos – sexuales o laborales. Esto sucede en algunos lugares muy pobres del sudeste asiático (aunque estos fenómenos se propalan con la rapidez de internet y hoy ya alcanzan a nuestros países).

Los significantes-amo determinan lo que está permitido y lo que está prohibido en una época, en una cultura, en una sociedad dada. El comercio sexual de los niños, por ejemplo, no está mal visto culturalmente en algunos países de oriente, pero es un escándalo en nuestro mundo occidental y cristiano, que, paradójicamente, es el mundo del imperio del mercado. Lo que torna más llamativo el hecho de que sean las agencias noticiosas y los organismos de derechos humanos occidentales los que denuncian esto como un espanto, una barbaridad, un abuso.

También se sabe de los individuos secuestrados y asesinados a cuyos cadáveres les falta algún o algunos órganos; por otra parte, la venta de órganos con autorización de los padres o con la autorización del propio sujeto, son hechos de todos los días para los medios masivos de comunicación.

Podemos tomar otros ejemplos. Hemos asistido en los últimos años a la transformación de todo tipo de trastornos – desde los trastornos escolares, el ADD (síndrome de déficit de atención con o sin hiperactividad), a los trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia, o a la drogadicción, en temas de discusión pública.

No podemos dejar de mencionar aquí la cuestión de la violencia que pone en jaque no sólo a las personas sino también a los gobiernos y sus políticas, pero que también constituye un objeto de consumo en el mercado del así llamado ‘entretenimiento’ (TV, cine, videojuegos, juegos en red, historietas, etc).

Así nos enteramos por los medios masivos de comunicación y no sólo por nuestra práctica, de la inquietante frecuencia con que se presentan estos fenómenos en la actualidad.

Si bien desde el psicoanálisis estamos advertidos de la imposibilidad de generalizar su caracterización comprobamos que en nuestro tiempo ellos se han constituido en síntomas para el campo social – y no necesariamente para aquellos que los padecen -, que los ha catapultado al rango de «síntomas modernos».

También sabemos que si bien el ser hablante se constituye en relación con normas, o sea, con significantes-amo (S1) que tienen el valor de ideales de los que éste se sirve para alojarse en el lazo social, el ser hablante debe desprenderse del valor de goce que esos significantes-amo conllevan (superyó) para no quedar aplastado en su singularidad. Pero verificamos que eso no siempre se consigue.

Podemos afirmar que en este mundo globalizado, uno de esos significantes-amo que se valoriza cada vez más en el mercado es el de la imagen. A la par del avance de las técnicas estéticas – ya sean estas quirúrgicas o no -, poseer un cuerpo en línea (sobre todo en el caso de las mujeres, aunque no exclusivamente) se ha transformado en un Ideal voraz, o, lo que es lo mismo, en un mandato superyoico.

Vemos por televisión que la carrera de modelo es una de las más deseadas. Las chicas, ya a los 11 o 12 años, se inscriben en escuelas para modelos. Hay muchísimas escuelas para modelos (parece ser un negocio redituable) donde las jóvenes aprenden a caminar, a vestirse, a maquillarse, a modelar, a saber cuánto tienen que pesar. Hay concursos por televisión para acceder a la carrera de modelo. Ahora el ideal de tener una ‘imagen de modelo’ sustituye a los ideales de ‘ser un hijo modelo’, o ‘ser un alumno modelo’. Vemos como ya el ser modelo no se metaforiza sino que es tomado en sentido puramente imaginario.

Ser modelo, entonces, es índice de un semblante femenino que reina en el mercado, siendo las más cotizadas (las de mayor valor) quienes se adecuan a la norma imperante.

Es así que se producen efectos notables, como, por ejemplo, que la extrema delgadez dé como resultado una curiosa apariencia andrógina que contradice los parámetros tradicionales del ideal femenino.

Pero también, los medios de comunicación llaman a las perturbaciones de esas mujeres la anorexia de las modelos, con el empuje que esto conlleva a lo que esos mismos medios denuncian como «peligrosa enfermedad», desconectando antecedentes y consecuentes, y desentendiéndose de los efectos del nombrar (para) sobre la subjetividad.

Por lo tanto, y teniendo en cuenta el modo en que cada uno de los seres hablantes se las arregla con la norma o significante-amo, para el psicoanálisis se tratará de situar en cada caso la función que tiene en la estructura subjetiva, lo que hemos denominado más arriba, trastornos – del aprendizaje, de la conducta, de la alimentación (anorexia, bulímia), las adicciones, etc, lo que desde ya supone que estos trastornos no ocupan necesariamente el lugar de síntoma para un sujeto particular.

-El avance de la ideología científica y las segregaciones renovadas
Como ya lo dijimos antes, vivimos en una época caracterizada por ideal de universalidad promovido por la ideología científica.

Si la vida está actualmente expuesta a una violencia sin precedentes, en las formas mas profanas y triviales, «es quizás porque somos todos virtualmente homines sacri» [hombres sagrados-malditos][17], como afirma Agamben. Sacer en latín tienen las dos significaciones: sagrado-maldito. El homo sacer es «una oscura figura del derecho romano arcaico (que quedó excluido de la así llamada cultura de Occidente) en el que la vida humana está incluida en el orden jurídico únicamente bajo la forma de su exclusión» (es decir, en su posibilidad de ser eliminada sin sanción).

O sea, que la oposición que caracterizó a «la pareja categorial fundamental de la política occidental clásica», que fue «la pareja vida desnuda-existencia política», ya no se sostiene en la modernidad.

Los dos aspectos cuya yuxtaposición define al homo sacer en el arcaico derecho romano, son «la impunidad para aquel que lo mate y la prohibición de sacrificarlo [ritualmente]»[18]. La vida del homo sacer no era ni siquiera lo suficientemente valiosa como para ser ofrecida en sacrificio a los dioses, es decir, no era algo que los dioses pudieran aceptar con agrado.

La vida del homo sacer así definida es lo que se traduce en este contexto como la vida desnuda.

Podemos postular, entonces, que lo excluido del derecho romano retorna así en los hechos segregativos de nuestra contemporaneidad a partir de una impunidad criminal selectiva.

Para Agamben, «la política no reconoce actualmente ningún otro valor supremo (y en consecuencia ningún otro valor negativo) que la pura vida [de ahí su calificación de biopolítica], y mientras las contradicciones que resultan de este dato no sean resueltas, el nazismo y el fascismo que hicieron de la decisión sobre la vida desnuda el criterio político supremo, seguirán siendo dramáticamente actuales»[19]. Recordemos que la vida desnuda de la que habla Agamben es lo que en el psicoanálisis denominamos el modo de gozar singular, es decir, la satisfacción más íntima de cada uno.

El problema que surge para los estados modernos es que al procurar legislar sobre la polivalencia de goces que afectan a los cuerpos parlantes, previamente lanzados al mercado, pretenden hacerlo de un modo que valga para todos, excluyendo las diferencias.

Afirmar que en la actualidad los estados son cada vez más homogéneos entre sí, debe ser suplementado por otra comprobación, y es que a causa de ello también los individuos marginados, es decir excluidos del lazo social, del lazo con el Otro, son cada vez más uniformes.

Y esto sucede a pesar de su origen o procedencia: los arrojados del sistema también se parecen entre sí, aunque lo sean desde un Estado canadiense, argentino o francés.

La paradoja es que, al mismo tiempo, se reinstalan salvajemente en la trama social las diferencias de todo tipo que separan a los vecinos.

El goce segregativo, entonces, reintroduce en lo real la diferencia forcluída por la homogeneización científica de los mercados. Esto se ve bien en la multiplicación de comunidades y tribus urbanas – por ejemplo, la comunidad gay, los movimientos feministas, los punk, los débiles mentales y sus escuelas especiales, los anoréxicos, los judíos, los musulmanes, los negros, las mujeres golpeadas, etc.

Como señala J. Lacan, si los «cuerpos – pueden ser – despedazados para el intercambio» constituyendo la faz de goce excluida-incluida en el corazón de la mercancía es en función de «la ignorancia en la cual es mantenido ese cuerpo por el sujeto de la ciencia»[20]. Recuerden que el sujeto de la ciencia es el sujeto vacío, tachado, excluido como cuerpo. Lo que queda reprimido es el cuerpo mismo en tanto cuerpo de goce, del que nada sabe el sujeto de la ciencia.

Lo que goza siempre, en el mejor de los casos, es una parte del cuerpo, porque cuando todo el cuerpo es invadido por el goce se produce la muerte del sujeto en tanto ser hablante, como sucede en el así llamado autismo, o en las psicosis.

Si la ciencia no es en lo más mínimo un asunto de progreso del conocimiento, sino que es algo que funciona, que en particular funciona siempre en beneficio del discurso del Amo es, como afirma Lacan[21], en tanto el amo ‘ha logrado deslizar hacia él suavemente el aparato del saber. Acá está el prestigio que todavía hace sostener a la Universidad; porque lo que históricamente la Universidad tiene que soportar es algo que es incapaz de sostener en las condiciones actuales. Lo que puede soportar de científico son los métodos de fichaje, de clasificación’

-La ideología de la medida: la evaluación generalizada
En una conversación publicada entre Jacques-Alain Miller y Jean-Claude Milner, sobre la evaluación[22], cuyo subtítulo es: ‘Entrevistas sobre una máquina de impostura’ se tratan algunas cuestiones que me parecen fundamentales para dar cuenta del creciente malestar en la civilización actual. Por otra parte, en tanto practicantes del psicoanálisis no podemos dejar de hacer nuestra la afirmación de J.A. Miller respecto de que ‘no hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización’.

En ese sentido, este autor presenta a la evaluación como el fenómeno esencial de nuestra época, época que J. Lacan ya en 1967 caracterizaba como aquella en la que el avance de la ciencia trae aparejado el cuestionamiento de todas las estructuras sociales, con las múltiples segregaciones que le siguen[23].

El filósofo Jean-Claude Milner nos plantea que hay dos paradigmas decisivos para la determinación de la cultura actual: el paradigma problema-solución y el paradigma de la evaluación.

Estos paradigmas se combinan en la cuestión de saber cómo se van a organizar las profesiones que se ocupan del malestar.

En el universo actual, cuando se plantea un problema en la sociedad se recurre a lo político para encontrar una solución, solución que es presentada en términos de evaluación.

De modo que lo propio de una buena solución es que sustituye lo que planteaba un problema por algo que no lo hace. Se sustituye una pieza que falla por otra que anda. Es decir, que el paradigma problema-solución sigue el esquema de sustitución por equivalencia.

El mismo esquema sigue el paradigma de evaluación, en el que se sustituye la cosa evaluada por la evaluación evaluante. Esta sustitución aparece como el primer paso para la otra, la del paradigma problema-solución.

Ahora bien, hay un hiper-paradigma que reúne a los dos anteriores – problema -solución, evaluación- que es el paradigma de la equivalencia.

La emergencia de este paradigma se puede situar en el siglo XVII con la aparición de la moneda.

Además se evidencia que a la equivalencia mensurable respondió la equivalencia jurídica, es decir, lo que se llama el contrato. El contrato supone que los partenaires equivalen en fuerza y tienen cosas equivalentes para intercambiar.

De modo que el hiper-paradigma de la equivalencia subsume a los otros tres: problema-solución, evaluación y contrato.

Cuando hay contrato hay evaluación: la hay antes para evaluar si el partenaire es válido y la hay después para ver si el contrato se respetó. Simétricamente, cuando hay evaluación hay contrato ya que se supone que el evaluado admite, al menos, el principio general de la evaluación.

En resumen, se trata de que la ideología del contrato es lo que está en el fundamento de lo que puede denominarse democracia ilimitada, diferente de la democracia clásica.

La democracia ilimitada remite a que los derechos del hombre, en su versión actual, son ilimitados. Y no solo los derechos son ilimitados, sino que la ideología del contrato es ilimitada, los procedimientos de evaluación son ilimitados, la validez de la forma problema-solución es ilimitada, a tal punto que el nazismo pudo recurrir a lo que llamo la ‘solución final’. Es decir, que lo que aparece como factor común es lo ilimitado.

Es evidente que hay una diferencia entre la ley y el contrato, ya que mientras la ley no se basa en la igualdad de los partenaires, el contrato reposa sobre dicha supuesta igualdad.

En los regímenes liberales la ley permite todo lo que no prohíbe expresamente, poniendo en evidencia que es el silencio de la ley lo que la hace funcionar. En cambio, en el contrato sólo cuenta lo que está expresamente estipulado de manera positiva o negativa, dado que el silencio no tiene lugar allí.

Es por eso que Eric Laurent puede afirmar, que «hoy los nombres de padre y madre se encuentran transformados, desplazados por nuevas demandas y, de ese modo, sumergidos en el mundo del contrato que,…, es sin límites[24]». {Entre otras cuestiones que nos plantea el avance de la ciencia, recordemos que no sólo se pueden alquilar vientres para plantar embriones que se pueden tener congelados, sino que se puede comprar esperma para fertilizar un óvulo que, a su vez, puede haber sido también adquirido en el mercado, sin contar que también se esta planteando la posibilidad de adoptar embriones congelados y no utilizados por sus «dueños» legitimos, etc, etc….}

Entonces, si la evaluación es un procedimiento pesado es porque se basa en la lógica del contrato, no en la de la ley. Es decir, que la evaluación se basa en la sustitución del ser que había que evaluar por el ser evaluado – lógica de sustitución entre equivalentes.

A diferencia de lo anterior, las grandes doctrinas materialistas siempre plantearon un plus que excedía toda forma de contrato, toda forma de evaluación y toda absorción por el paradigma problema-solución. Para Marx, se trataba del plus de valor (la plusvalía), exceso que resiste toda sustitución calculable entre fuerza de trabajo y salario.

Es decir, que ese plus de los materialismos puede ser planteado como lo insustituible. En los términos de Jacques Lacan eso no equivalente, es el síntoma, que es el nombre de lo insustituible para la orientación lacaniana.

Otro nombre de la función de lo insustituible es el vivir mal, es decir, el malestar en la cultura del que nos hablara Freud.

En contraposición a esto se puede plantear que lo administrativo, el papelerío burocrático aparecen como una forma de la técnica – incluida la pedagogía como técnica- que no admite el plus.

-La demanda de evaluación
Jacques-Alain Miller[25] ha dilucidado para nosotros el por qué de la demanda de evaluación, los fundamentos de su operación.

En principio, si la evaluación concierne, aparentemente, a las colectividades ya que acredita conjuntos, termina por tocar a los individuos. La tesis es que en tanto la evaluación está fundada en el ser del sujeto, en su estructura de lenguaje, en esta operación se trata de una iniciación, y que, por lo tanto, se transmite como tal. De modo que la operación de evaluación consiste, fundamentalmente, en obtener el consentimiento a la operación. Es por ello que la evaluación es algo que se demanda.

O sea que, aunque la evaluación se pretenda científica, se trata en ella de una transmutación de orden místico: todo evaluado acreditado transmuta en un evaluador en potencia.

La operación de evaluación hace pasar un ser de su estado de único al estado de uno-entre-otros, es decir, uno que acepta ser comparado, que accede al estado estadístico.

Se evidencia, entonces, que la evaluación reproduce el momento inaugural de la marca del significante en el hombre, momento de pérdida de una parte de vida, parte que Lacan denominó plus-de-gozar. De modo que la evaluación desprende con una pureza jamás alcanzada en la historia la marca significante originaria del ser humano, es decir, el momento de su alienación al Otro del lenguaje, matriz de su socialización.

Pero queda claro también que, en tanto matriz de la socialización, la operación de evaluación, cuyo núcleo es la comparación – en nuestros términos, la identificación -, es un método de segregación, vale decir, que es un método de eliminación que apunta a la auto-condena del sujeto.

Recordemos, para terminar, que a diferencia de todo lo anterior, el psicoanálisis se dedica a lo único, a lo incomparable, al síntoma en tanto modo singular de gozar de cada uno de los seres hablantes.

Para ir concluyendo…
Como ya lo dijimos, a los psicoanalistas, que debemos poder responder al malestar de cultura de la época que nos toca vivir, se nos impone una pregunta respecto de cómo leer la actualidad, cómo leer la modernidad ideológica, cada vez. Se trata, en nuestro caso, de interpretar el ascenso al cenit social del significante ‘evaluación’ y de las terapias que se corresponden con él, es decir, de las Terapias Cognitivo-Comportamentales (TCC), subsidiarias de la ideología científica.

Podemos plantear[26] que esta época se caracteriza como la época en la que el ‘poder es la impotencia’ y en la que el gobierno prescinde de la política, ya que se trata del gobierno por ‘peritaje colectivo’ vale decir, anónimo. Como ya lo afirmaba Lacan, se trata de un llamado al padre – significante amo – que prepara el retorno de la autoridad en sus formas más terribles (vg. Totalitarismos, ej de Italia con sus brigadas civiles).

Por otra parte, es evidente que la ficción reguladora en el orden social actual es la de la ‘libertad del consumidor’ que se traduce por el matema del sujeto tachado, que ‘de verdad’, está comandado por el amo. Estamos, entonces, frente al sujeto ubicado como falso amo en el falso discurso del capitalismo, falso discurso que deja al sujeto encerrado en el goce autoerótico que tapona la pregunta que le permitiría dirigirse al Otro y a los otros.

Es por ello que se puede afirmar con Miller que las guerras de religión del siglo XXI son entre las religiones y la mercancía. Y por lo tanto, la división del sujeto se produce entre su espiritualidad y su materialismo.

Se trata, entonces, de encontrar el lugar para el psicoanálisis en un mundo configurado entre las TCC y la creencia renovada. Se evidencia que la operación de las TCC consiste en revertir el significante-amo producido por el discurso analítico en beneficio del discurso del amo, sin olvidar la alianza actual del amo con el saber -pseudo-cientìfico. Esto da como resultado la burocracia en tanto una de las formas del discurso universitario, que se caracteriza por el hecho de que el saber – cuya verdad es el poder en decadencia del amo antiguo – ejerce su dominio sobre un elemento de goce, con el fin de ordenar y regular la sociedad, anticipando su porvenir.

Es así como el dominio apunta a que ese elemento de goce, en exceso respecto del saber, se reduzca al S barrado – conjunto vacío – en tanto pura ‘variable de ajuste’. Se trata en verdad de la ‘tiranía del saber’.

Pero además, hay que tener en cuenta que esta decadencia del amo antiguo – el significante del Ideal – dio lugar al imperio del regimen del ‘No-Todo’ cuya ley es: ‘no hay excepción’, es decir, ‘todos iguales’.

De manera que estamos – como lo indica Miller – ante un totalitarismo que no se totaliza, un totalitarismo serial que no cuenta con la seguridad que da el conjunto. Es por ello que se impone la sospecha generalizada y, también, la evaluación para todo como su consecuencia lógica.

Como lo afirma por su parte Jean-Claude Milner en su libro «La política de las cosas» el único objetivo de la evaluación es la ‘domesticación generalizada’. Cuando se trata de evaluar a los seres hablantes en masa y en detalle, en cuerpo y alma, estamos ante una operación de control, que ataca el derecho al secreto, que es lo único que puede oponer resistencia al control.

De modo que: «La evaluación generalizada se apodera de todo lo existente para transformarlo en un vasto almacén de cosas evaluables. La doctrina que la sostiene ….[es] la razón del más fuerte»[27].

Lo que explica la expansión de la evaluación es que ésta promete que las cosas podrán finalmente gobernar, sustituyendo a las miserables decisiones humanas, tal como fuera soñado en el siglo XIX.

El gobierno de las cosas ofrece grandes ventajas cuando lo que importa es imponer el silencio, ya que dispensa de toda política. (Recordemos aquí que ya Freud planteaba que gobernar es una de las profesiones imposibles.) Porque a los hombres políticos sólo les queda la misión de traducir en lenguaje humano las fuerzas no humanas. Es decir, que se espera de los políticos que sean pedagogos que convenzan a todos de que nadie puede cambiar nada jamás.

La evaluación es, entonces, un producto de la democracia moderna solidaria de la economía de mercado – regida por la tecnociencia – democracia que se caracteriza por no dar el gobierno a los hombres sino a las cosas. Esta ‘democracia verbal’, como la denomina Milner – que sólo conserva el nombre de lo que hasta la Revolución francesa se conocía como democracia – pretende la ‘igualdad sustancial’, ya que ése es el tipo de igualdad que conviene a las cosas.

Es por medio de la evaluación que los amos de la democracia verbal han podido establecer la igualdad sumergiendo a los seres hablantes en el espacio de lo medible y de lo sustituible. Por eso se puede afirmar que la evaluación instala la transformación de los hombres en cosas.

Como ya lo dijimos, toma en este punto toda su dimensión la hipótesis de Lacan sobre el «niño generalizado» para dar cuenta de «lo que rubrica la entrada de un inmenso gentío en el camino de la segregación»[28].

Este camino de la segregación sólo puede ser leído como la pérdida del estatuto de ser hablante para caer en el estatuto de objeto de manipulación por parte del mercado; objeto plus de goce homologable a cualquier objeto producido por la tecnología.

Cuando se habla del gobierno de las cosas en verdad se trata del ‘gobierno de los voceros de las cosas’. Es así como estos pretendidos voceros de las cosas sólo son voceros de sí mismos.

Los expertos actuales son los encargados de traducirles a los gobernantes los supuestos discursos de las cosas. Si la evaluación es la pericia por excelencia es porque puede hacer pericias de todos los demás peritos. La fuerza de la evaluación reside, por lo tanto, en que como no tiene ningún contenido propio es en sí misma inevaluable. He aquí la nueva definición del Ser Supremo: el que evalúa a todos y no podría ser evaluado a su vez.

‘La evaluación eligió el peritaje; al hacerlo elige el control, y al elegir el control abandona el sufrimiento a su suerte’[29] ya que es eso lo que exige el gobierno de las cosas.

Es por todo lo anterior que la evaluación – pretendidamente científica -, subsidiaria de la política de las cosas, jamás podría emitir un juicio favorable sobre el psicoanálisis.¿Por qué? Porque contra la ilusión filosófica – y no sólo la del pragmatismo – la práctica del psicoanálisis demuestra que los problemas de la vida no se disiparán jamás. Teniendo en cuenta que el problema de la vida es que no hay relación -ni entre las palabras y las cosas, ni entre hombres y mujeres -, sólo hay modos singulares de vida que en el psicoanálisis denominamos sinthome. Y el sinthome, desvestido del sentido objeta el lazo social, ya que se reduce al goce autístico, vale decir, a un modo de vida singular.

Como nos enseña el psicoanálisis, lalengua – en tanto integral de equívocos en la que cada uno viene a caer o a sumergirse – hace del ser que la habita y que la hablará un enfermo, un discapacitado; es por ello que lalengua es el trauma para el ser hablante. Cuando Jacques Lacan[30] propone hacer un uso lógico del síntoma, esto supone su reducción a lo real sin ley, real que condensa el trauma de lalengua que se escribe como ‘acontecimiento de cuerpo’. Esto quiere decir que el trauma de lalengua se inscribe como marcas en el cuerpo en tanto las palabras marcan o recortan los cuerpos, o sea, dan cuerpo al ser hablante.

Para el psicoanálisis se trata de hacer uso de ese síntoma que le permite al neurótico vivir, aunque sea incómodamente. Si se apela al psicoanálisis es para hacerlo menos incómodo, hasta llegar al punto de estar persuadido de que uno está feliz de vivir»[31]. El psicoanálisis lacaniano plantea que con eso es suficiente.

Debe remarcarse también que si bien el síntoma se reduce, siempre queda un relieve que da cuenta de que cada uno es sin par, y que su diferencia reside en ese resto opaco que queda como irreductible al semblante – al significante -. Ese resto es lo que le da a cada uno su valor, su diferencia absoluta, su nobleza. Es decir, que no hay sujeto sin sinthome.

Es así que en el contexto de la última enseñanza de Lacan la ciencia aparece como el doble de la religión, en tanto ambas suponen un saber en lo real; a diferencia de la perspectiva del psicoanálisis de la orientación lacaniana que plantea el sinthome como ese real totalmente disjunto del saber, es decir, un real exterior a lo simbólico con el que habrá que saber arreglárselas.

La política del psicoanálisis regida por el síntoma da cuenta de que siempre va a haber un resto que resiste a la evaluación «científica», resto que es la esperanza del psicoanálisis dado que es lo que pone límite y hace fracasar a la ‘política del control’, es decir, a la ‘política de las cosas’.

Para el psicoanálisis se trata de oponer al ‘niño globalizado de los campos de concentración’ un dispositivo, como tal simbólico, para alojar el goce singular que hace consistir al ser del hablante. Por la vía del lazo social instituido por el dispositivo analítico el sujeto puede acceder a un saber-arreglárselas con ese goce, lo que equivale a decir responsabilizarse de su singularidad frente a los otros. Podemos postular que llegar a la ‘adultez’ supone este pase.

Esto implica, además, que para el psicoanálisis no hay desarrollo cronológico entre infancia y adultez sino ruptura. De esta manera, la política del psicoanálisis aparece como la vía regia y ‘novedosa’ para la ex-sistencia del parlêtre en relación con los otros, ya que el psicoanálisis no sigue el camino segregativo de la «especialidades» de la salud, y tampoco se pliega al empuje del mercado y a su promoción del cuerpo al estatuto de objeto – de culto y de comercialización, también en trozos – en el discurso del amo moderno, es decir, capitalista.

Esta es pues la política que el psicoanálisis ofrece a los ‘niños’ modernos, única alternativa a la indiferencia, es decir, la objetalización, del «niño generalizado».

Notas
* Psicoanalista, AME de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Miembro del Consejo Estatutario de la EOL, docente del Instituto Clínico de Buenos Aires (ICBA) y del Instituo Oscar Masotta (IOM). Autora de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas, y de los libros: Una política del psicoanálisis -con niños- (Plural Edit., La Paz, Bolivia, 1996); El niño globalizado. Segregación y violencia (Edit. del Campo freudiano de Bolivia y Plural Edit. La Paz, Bolivia, 2000); y Problemas de aprendizaje y psicoanálisis (Edit. Grama, Buenos Aires, 2008).

  1. J. Lacan, «Discurso de Clausura de las Jornadas sobre las psicosis en el niño», Analiticón Nro 3, Correo/Paradiso, Barcelona, España.
  2. Giorgio Agamben, Homo sacer. Le pouvoir souvérain et la vie nue, Paris, Seuil, 1997, Introduction
  3. «Deconstrucción, pragmatismo y la política de la democracia», en Chantal Mouffe, Deconstrucción y pragmatismo, Paidós, 1998.
  4. J. Lacan, Seminario VII, «La ética», en la clase del 10 de febrero de 1960.
  5. J.-A. Miller, Curso de la Sección clínica de París en 1985-6, «L’extimité».
  6. Michel Foucault, La volonté de savoir. (citado por G. Agambem en Homo sacer……)
  7. Idem 1
  8. E. Laurent y J.A. Miller, L’Autre qui n’existe pas et ses comités d’éthique, Curso de la Sección clínica de París, 1996/7.
  9. Id. 1
  10. J. Lacan, «Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela».
  11. Id. 8
  12. Hanna Arendt, «La crisis en la educación», en Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Edit. Península, 1996, España.
  13. E. Laurent, Hay un fin de análisis para los niños, Edit. Diva, Buenos Aires, 1999.
  14. Idem 8
  15. Idem 8
  16. S. Freud, Introducción al narcisismo, Obras completas, Biblioteca Nueva, Barcelona
  17. Id. 2
  18. Id. 2
  19. Id. 2
  20. Id. 1
  21. Id. 5
  22. Jacques-Alain Miller, Jean-Claude Milner, Voulez-vous être évalué?…, Figures, Grasset, Paris, 2004
  23. Idem 1
  24. Eric Laurent, «Le nom su pére entre réalisme et nominalisme», Révue de l’ École de la Cause Freudienne Nº 60, Les nouvelles utopies de la famille, Paris, Agosto 2005. (La traducción es mía)
  25. Id. 22
  26. Según los desarrollos de Jacques-Alain Miller en su curso de la Sección clínica de París 2004/05, «Pièces détachés», inédito.
  27. Jean-Claude Milner, La politique des choses, Seuil, París, 2005.
  28. id. 1
  29. Id. 27
  30. J. Lacan, Seminario XXIII, Le sinthome, Ed. Seuil, Paris, 2005, cap. I.
  31. J. Lacan, Seminario XXIV, «L’insu qui sait de l’une bevue ….», inedito.

Fecha: 04/06/2010
Modalidad: Presencial
Lugar: Facultad de Filosofía y Letras UNAM