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2012 Archivo Conferencias y Mesas redondas

Psiquiatría, Psicoanálisis: interacciones clínicas en las psicosis

Psiquiatría, Psicoanálisis: interacciones clínicas en las psicosis

José Fernando Velásquez

Agradezco al Hospital Psiquiátrico infantil Dr. Juan N. Navarro y a la Nel México y también quiero compartirles lo complacido que estoy de estar, no solamente en la ciudad de México sino también en un hospital dedicado a la psiquiatría con niños. Cuando empecé mi práctica, mi primera experiencia como psiquiatra precisamente fue dirigiendo un pabellón de adolescentes en mi ciudad, Medellín; hay bastante movilidad en la parte afectiva por el hecho de estar acá, les agradezco de nuevo.

El tema que me propusieron trabajar, Psiquiatría y psicoanálisis como interacciones en la clínica de la psicosis, me parece que debe implicarnos a todos desde el punto de vista de la formación; me parece que es un tema que desafía la historia misma de nuestras disciplinas, es un llamado a que por favor volvamos un poco a las fuentes en donde nació nuestra práctica clínica. Nuestra práctica clínica tiene historia y antecedentes que son bastante interesantes y formativos y que en ningún momento debemos ignorar o pasar de largo. La palabra interacción significa informar, dar cuenta de aquellas acciones, fuerzas, funciones y agentes que han permitido un ejercicio de reciprocidad, de conexión y de intercambio entre ambas disciplinas. Este intercambio se ha producido desde el mismo nacimiento del psicoanálisis como práctica clínica hace más o menos cien o ciento diez años. Si hay algo de lo que el psicoanálisis ha bebido a través de su historia es de distintas conceptualizaciones y formulaciones de la psiquiatría, sobre todo de la psiquiatría clásica francesa y alemana, hasta sus más importantes representantes, sobre todo en los primeros treinta años del siglo pasado.

Ese movimiento también sucedió en sentido contrario, no solamente fue el psicoanálisis que se enriqueció con los postulados psiquiátricos, sino también, durante la primera mitad del siglo pasado la psiquiatría se transformó a partir de los aportes del psicoanálisis. Si bien hoy la psiquiatría marcha por caminos bastante distintos y se apoya mucho más en las neurociencias y en la neurobioquímica, el punto de encuentro entre el psiquiatra y el psicoanalista sigue siendo la clínica.

La clínica es aquella disciplina que se produce en la entrevista con el paciente desde cada una de estas dos disciplinas, y el paciente, ya sea el loco, el angustiado, el deprimido, el fóbico o el autista; en la clínica se pone en juego la escucha, el diagnóstico y la política que vamos a seguir en la cura y en el tratamiento del síntoma.

El acto clínico es un punto de encuentro, de intersección entre psiquiatría y psicoanálisis. También hay otros puntos de encuentro, el aporte epistémico de ambas disciplinas confrontadas también a las nuevas formas del síntoma psíquico en el sujeto contemporáneo. Me parece que es una obligación ética de ambas disciplinas tratar de dar cuenta del sujeto contemporáneo, que es bien distinto al sujeto que recibía la psiquiatría o el psicoanálisis hace cien años; o el de hace treinta o cuarenta años o el que recibía cuando yo me formé en psiquiatría hace veinte años. Hoy estamos con un sujeto absolutamente distinto, comandado por una serie de estructurantes distintos a nivel familiar, en el discurso social y en las formas de satisfacción que, de alguna manera, van a imprimir una modificación en cómo se nos presentan estos sujetos en la práctica, ya sea privada u hospitalaria. Desde este punto de vista, es un desafío lo que podemos encontrar de beneficio mutuo y tenemos que estar dispuestos a escucharnos en lugar de distanciarnos o diferenciarnos.

Una primera intersección sobre la que quiero hacer énfasis es la relación entre la locura y lo humano. Es una relación que históricamente tiene su importancia y que podemos ir a pesquisar un poco antes del siglo XVII. La concepción de la enfermedad estaba impregnada de una interpretación mítico-religiosa, el loco se concebía como un ser deshumanizado; entonces se podía formular ¿qué límite habría que establecerle a ese sujeto deshumanizado? Como ustedes saben, los locos en ocasiones eran agrupados en barcas río abajo para que se perdieran, se ahogaran u otra ciudad se las arreglara con ellos. Otras veces eran quemados o raramente santificados, como sucedía con los autistas en la antigua Rusia, que eran llamados los idiotas sagrados, cuyo lenguaje particular era interpretado y de ese modo la sociedad podía pensarlos.

Hace setenta años la humanidad vivió otra experiencia con los locos, los nazis con su ser higienista pretendieron borrarlos en los campos de concentración. Los nazis estaban convencidos de que lo humano sólo se afirmaba por su negación y de que era preciso eliminar de la humanidad todo lo que fuera o bien subhumano ¾como consideraban a los judíos¾ o lo inhumano ¾como consideraban a los locos¾.

La locura ha sido un enemigo potencial del orden social establecido, por sus pasajes al acto, por sus crímenes escandalosos sin justificación, por sus comportamientos sociales que perturban el orden social. Pero desde Esquirol hay forma de dar cuenta de que no todo loco es ese que, hasta el momento se había descrito con sus monomanías, diríamos. Esquirol hablaba de un sujeto, incluso, supremamente brillante en cierta área del comportamiento. En la historia siempre han existido casos como Rousseau, como Sade y, de alguna manera, este tipo de personajes inquietaban a la sociedad; por un lado, brillantes y, por otro lado, un pero que interrogaba. Filósofos, psiquiatras, juristas y toda la sociedad de la Ilustración tuvo que decir algo respecto a estos individuos y aún hoy la sociedad sigue preguntándose acerca de qué es lo que hay en la locura.

Desde el siglo XVIII se ha intentado establecer un margen entre lo que puede ser el bien y la locura; hubo intentos de establecer ahí una línea divisoria, que además la filosofía idealista alemana lo trató como un punto de su reflexión. Tenemos allí por ejemplo, dos personajes que me parece interesante pesquisarlos, uno es Fitche y el otro es Schelling. Estamos hablando a finales del siglo XVII, ambos son exponentes de la filosofía idealista alemana. El primero, establecía una exigencia de que todo ser humano ¾con su conciencia¾ fuera capaz de refrenar sus impulsos hacia el mal y que debía distanciarse de todos los embates con el mal. Por el contrario, Schelling adquirió otra postura, antes bien manifestaba cómo el ser humano convivía con fuerzas que, de alguna manera, eran lo que hacían al ser humano, un hombre, y que ninguna de ellas debía de ser descalificada como amoral. Para Schelling era preciso una definición del ser humano que abarcara también lo inhumano. Esto es precisamente lo que Jacques Lacan, psicoanalista y psiquiatra trabajó en otro texto que se llama Kant con Sade por lo que lo pongo abajo de Schelling cuando está mostrando, en un polo, lo que Kant elaboró con sus ideas de exigencia moral, y en el otro, a Sade quien precisamente se permitía cualquier tipo de goce por el solo hecho de sentirlo. Lacan los aproxima a los dos para decir: eso es lo humano y no hay diferencia entre ninguno de los dos.

Me parece importante decir que cualquier régimen que se establezca en cualquiera de estos dos extremos puede ser llamado loco, ya sea desde el lado sádico o desde el moralista. Tenemos muchos ejemplos de psicóticos o de locos fundamentalistas de lado moral o religioso. No podemos establecer de entrada que lo malo está de aquí para allá, y lo bueno de esa línea para acá. Cualquier ideal puesto en el lugar de tiranía puede ser un mal, el régimen del terror después de la revolución francesa fue algo que comandaba un ideal, “entre comillas”, pero fue un ideal tan tiránico. Lo humano es necesario pensarlo también desde la locura, a propósito de esto Henry Ey creía que la locura era un insulto para la libertad, Jacques Lacan se coloca en un polo opuesto para decir que el ser del hombre no puede ser comprendido sin la locura; sino, qué sería el ser del hombre si no llevara la locura como el límite de su libertad. Es un juego de palabras pero se los traduzco en el sentido de que debemos considerar la locura como una dimensión posible en la experiencia de ser hombres, de hacernos sujetos. Es necesario considerar la locura como aquello que impide o, por el contrario, exalta el proceso de subjetivación que nos hace humanos.

Podemos de alguna manera pensar toda la psicopatología, por ejemplo, en un autismo, ¿por qué un niño autista no se hace al lenguaje?, pero también tenemos el verborreico maníaco que, por el contrario, hace uso excesivo del lenguaje; o el pensamiento obsesivo cuyos efectos pueden ser demasiado útiles a la humanidad o bien impedir el funcionamiento de un sujeto; tenemos funcionamientos delirantes que han sido pilares en nuestra cultura, Cantor en las matemáticas, James Joyce en la escritura, Ludwig Wittgenstein en la filosofía, Vincent Van Gogh en la pintura, cantidades. Muchos otros como los que mencioné han sido pensamientos psicóticos, no podemos entonces, vuelvo a decir, establecer ese paradigma y es preciso ir en contra de ese paradigma que establece una línea divisoria entre el bien y la locura o entre el bien y la psicosis.

Otro punto que me parece interesante para pensar es que a través de la historia de la psiquiatría siempre se ha buscado una causa para la locura. Desde Philippe Pinel se indagaban las causas por explicaciones orgánicas, que aún hoy siguen en auge en la psiquiatría contemporánea; pero si la locura se reduce a una enfermedad orgánica o a una deficiencia del cuerpo vamos a disminuir al sujeto que la padece en simplemente un organismo, un cuerpo deficitario que necesita de alguna solución y esto deja de lado su condición de humanidad.

Otro punto de intersección entre la psiquiatría y el psicoanálisis ha sido buscar no solamente los límites de la locura, sino cuál es la explicación del cuadro clínico. Encontramos el origen de la palabra psicosis al final del siglo XVII, muy a principio al siglo XVIII. Para hacer referencia a un diagnóstico, y para lograrlo había que privilegiar algo en medio de esa multiplicidad de paradigmas interpretativos, y sobre todo, dejaban de lado lo animista y lo mítico. A finales del siglo XVII y principios del XVIII empezaron a diferenciar entre la presencia de: una parálisis cerebral, una sífilis, una tuberculosis o un tumor que daba lugar a los cuadros de origen orgánico, pero quedaba otro gran grupo en el cual no encontraban lesiones orgánicas. A ese campo se dedicó buena parte de la psiquiatría, lo que se llamó frenología especulativa, y de ahí acudieron al uso de un instrumento, la observación clínica. Por eso Michel Foucault habla de una clínica de la mirada. Desde esa época, todas las bases de la psicopatología que aprendimos como psicólogos o como psiquiatras diferenciaron las distintas áreas del funcionamiento psíquico: a nivel de conciencia, de percepción, de pensamiento, de afectividad, de comportamiento, de las funciones neurológicas cognitivas superiores. A partir de allí, se comienza a delimitar un campo de la psicosis, en tanto encontraban trastornos perceptivos como la alucinación, trastornos del pensamiento como el delirio y trastornos de la conducta como las alteraciones en el lazo social. La psicopatología definió a este campo como psicosis. Las psicosis implicarían de alguna manera la presencia de alucinaciones, de delirio y de alguna inestabilidad o ruptura del lazo social.

Como residente, recuerdo que uno anotaba en la historia clínica, paciente con pérdida de la realidad, es un elemento psicopatológico que utilizábamos para definir al psicótico. Es frecuente con ellos una ruptura del lazo social o, diríamos, el desanudamiento de su condición de poder dar cuenta de su propio cuerpo; en el esquizofrénico, puede tener su mano a distancia, se le cae el estómago, hay una dificultad de asumir o integrar su propio cuerpo; o de poder regular la afectividad en una manía; o vemos la caída depresiva o melancólica; o la errancia sin orientación del sujeto psicótico; o de la justificación delirante de muchos pasajes al acto. Todo esto era lo que se llamaba pérdida de realidad.

El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, nos llamó la atención sobre esto punto en 1924 cuando escribió La pérdida de la realidad en la neurosis o en la psicosis y, sólo quiero transmitirles la idea de que tampoco a través de eso se puede establecer un límite entre locura y normalidad. Freud en ese texto nos muestra como también el neurótico distorsiona la realidad, vean como cualquier pareja de neuróticos tienen en el centro el malentendido, pero si yo te dije, pero es que tú no me explicaste bien; si hubiese sólo una realidad no habría malentendido, cada cual interpreta con su propio fantasma.

No podemos entonces basarnos en este concepto de pérdida de la realidad para diferenciar una estructura psicótica de una neurótica; tenemos muchos estados histéricos graves que distorsionan la realidad, no hay nada más impactante que ver un obsesivo compulsivo severo distorsionando la realidad. Es muy importante para mi formación tratar de pesquisar con estos psiquiatras de principios del siglo XIX la base de la locura, les menciono sólo algunos, Naser, Kraepelin, Dupré, Jaspers y De Clérambault, quienes dejaron de lado la descripción fenomenológica que atiborraba la nosología porque si, José Fernando Velásquez describía un caso clínico particular, ya eso se llamaba la psicosis Velásquez. Ustedes van a encontrar en la historia de la psiquiatría sobre todo en la infantil por lo menos veinte tipo de psicosis. Estos autores dejaron de lado lo descriptivo y fueron a buscar cuál es la molécula de la psicosis, algo que ellos mismos, el mismo Kraepelin llamaba el fenómeno elemental.

Me da pesar que la psiquiatría ha dejado de hablar en términos de fenómeno elemental, los psicoanalistas son quienes trabajan actualmente este concepto, rescatándolo y haciéndolo vigente. La interrogación es cuál es el fenómeno elemental en la psicosis, independientemente que un sujeto delire con Dios, con el fin del mundo o con cualquier otra cosa. Clérambault, Jaspers y Kraepelin se interrogaron por el fenómeno elemental en la psicosis, insisto, punto fundamental de intersección entre la psiquiatría y el psicoanálisis.

Un sujeto vive una experiencia x o y, una experiencia descrita como contingente, algo le sucedió sin tener aviso ni preparación; ese sujeto no puede dar cuenta de lo que pasa, su subjetividad permanece suspendida en un estado que se traduce como perplejidad. Luego de cierto tiempo, ese estado de perplejidad desaparece y algo toma su lugar, que puede ser del orden de una certeza delirante o de un fenómeno alucinatorio o de un trastorno del cuerpo. Ese llamado de atención clínica, de una observación clínica, lo podemos seguir encontrando en nuestros psicóticos, es más, lo debemos seguir buscando y pesquisando en nuestros sujetos psicóticos, eso es lo que de alguna manera soporta el diagnóstico, de que ahí hay una psicosis. Por ejemplo, el sujeto experimenta algo, no sabe por qué ese carro rojo que pasó lo deja sin poder formular ninguna interpretación, pero sabe que tiene que ver con él, le concierne, y luego, en ese vacío el sujeto comienza a sentirse perseguido.

Un muchacho de trece o catorce años, su hermana viaja a Venezuela a radicarse, para él, algo está sucediendo, no sabe qué pero el presiente que algo va a suceder; solamente tres cuatro o cinco días después, formula ¿será que se va a morir mi hermana? o ¿será que me voy a morir yo? y empieza en una angustia desbordada que da cuenta de lo que es un desencadenamiento. Con este ejemplo y con ayuda de los autores mencionados, quiero señalar que en lugar de decir que hay una psicosis alucinatoria crónica o un delirio de tal cosa… hay que buscar, tal como lo hicieron ellos, cuál es la molécula de la condición de la psicosis.

En su texto de Contribuciones a la historia del movimiento psicoanalítico, Freud escribe, “para mí lo importante no es interpretar los síntomas” – ojo, está hablando en el inicio de su teoría, los psicoanalistas no interpretamos los síntomas; para Freud el interés era el mecanismo psíquico de la contracción de la enfermedad que lo encontró en dos conceptos que había estudiado en la histeria, la libido y la identificación. También se preguntó qué pasa con la libido de un esquizofrénico que se puede quedar encerrado en su cuarto meses enteros sin ninguna respuesta, ni al correo, ni a una muchacha bonita, ni a que dejó sus compañeros de grupo, sino que puede petrificarse, qué se hizo esa libido, es la pregunta freudiana.

Luego vino una segunda propuesta freudiana, retomada exhaustivamente por Jacques Lacan, quien trabajó a partir de los aportes de Roman Jakobson, lingüista fundamental de principios del siglo XX. Freud y Lacan van a estudiar el lenguaje del psicótico. Lacan llamó la atención sobre esta serie de hechos, las palabras de los sujetos psicóticos no remiten de manera clara de qué sujeto se trata cuando nos hablan. Si ustedes escuchan a un paciente psicótico, uno tiene que adivinar de quién está hablando, puede cambiar, digamos, de personaje, no se sabe cuál es el sujeto de la oración, el uso de las frases es problemático, hay intercambio de pronombres personales, hay transitivismo pronominal. Todo esto implica un esfuerzo para el clínico que escuche, ya sea psiquiatra o psicoanalista. El uso que hace el sujeto psicótico del lenguaje puede ser un uso privado, a su manera, no es el uso de todos, encontramos el neologismo. Hay dificultad en el sujeto para interpretar, lo vemos sobre todo en la clínica con niños, ellos pueden repetir una propaganda, pero no son capaces de interpretar; o repiten un chiste y se ríen por copia, pero no es que ellos capturen el malentendido y el sinsentido, no hacen uso de la metáfora, algunas palabras tienen un peso real para ellos, una palabra puede parasitar todo su discurso, y volverse lo que Lacan llamaba una palabra impuesta, en ese sentido el discurso deja de ser universal, se vuelve un discurso muy singular.

Esta vía condujo a Freud a identificar ese mecanismo, tan importante para los psicoanalistas, que llamó verwerfung, traducido como rechazo; rechazo de un conector fundamental para que haya un uso del lenguaje discursivo corriente, posteriormente llamado por Lacan forclusión de un significante primordial, palabra que adquiere un valor fundamental. Forclusión es un término tomado del campo jurídico, la culpabilidad de alguien termina en el momento en que el juez dictamina, “eso ya es cosa juzgada”, por así decir, ese delito ya prescribió, o ya fue juzgado y esa situación jurídica precluye, ya no puede juzgarse de nuevo, hay un tiempo para judicializar o responsabilizar a ese sujeto de algo. Para Lacan hay un momento de estructuración del lenguaje en lo que todo se ordena a partir de un significante fundamental, si ese significante no se da, ese sujeto no lo va a adquirir y será un psicótico. Por eso un psicoanalista no le puede ofrecer a un psicótico volverlo neurótico, consideramos que hay una cuestión estructural que forcluyó, que precluyó, ya se estableció así, a un edificio diseñado para tres pisos no le puedo poner siete, se cae, porque el diseño estructural precluyó en el momento que lo construí, ya después no lo puedo modificar, lo mismo que Lacan habla de la estructuración psíquica, hay una manera de estructurarse en un momento dado que no se va a modificar más adelante.

Me parece que toda esta búsqueda del fenómeno elemental que enriqueció enormemente la clínica psiquiátrica y psicoanalítica fue detenida por el uso de psicofármacos en los años cincuenta. La psiquiatría cambió y dejó de ser la misma, el sujeto ya no fue escuchado sino controlado, la práctica se modificó y tomó otro rumbo absolutamente distinto. No hubo nuevos aportes clínicos de la psiquiatría, casi puedo decir que la parte de la fundamentación de la clínica psiquiátrica terminó en la medida que se le dio lugar a los psicofármacos – no digo, ojo, que no usemos psicofármacos. Lo importante es que si usamos el psicofármaco sea el efecto de una intensa labor clínica para elegir, para discernir, a veces para retrasar un poco el uso del fármaco; pero nos hemos vuelto demasiado pragmáticos en el discurso social que nos empuja y borra nuestra esencia clínica. El psicoanálisis convoca a rescatar la parte clínica; hoy la nosología psiquiátrica del DSM y el CIE-10 ha excluido la palabra psicosis, ha quedado reducida a un adjetivo: el trastorno psicótico breve, el trastorno psicótico compartido o el trastorno psicótico debido a enfermedad médica o inducido por fármacos. Estas son las únicas tres situaciones nosológicas en las que la palabra psicosis está incluida, el resto ya no está. Pero ocurre algo, no sé si aquí en México sucede lo que en Colombia, entre colegas nos remitimos algún paciente, hacemos interconsultas, nos apoyamos en colegas para medicar un paciente, en el discurso está José Fernando te remito a este psicótico, en el discurso del psiquiatra todavía prevalece y está vigente nombrar a un sujeto como psicótico. Pero ahora transcribimos un diagnóstico al lenguaje CIE-10 o al lenguaje DSM, aunque en nuestro discurso todavía está vigente la caracterización del psicótico.

Otro punto de intersección entre la psiquiatría y psicoanálisis es el concepto de desarrollo y degeneración. Resulta bien importante relacionar estos dos conceptos sobre todo para clínicos que trabajen con niños. Todo esto nació en la época de la Ilustración, recuerden que durante el siglo XVII y XVIII se pretendía elevar el nivel de funcionamiento de todos los seres humanos orientados y dirigidos bajo el modelo del europeo, diríamos, ilustrado; en efecto, a todos los pueblos colonizados había que desarrollarlos, a todos los sordomudos había que integrarlos, a los analfabetas había que educarlos, fue la época en la que nació la pedagogía y las terapias auditivas. Hay un texto muy bello para quienes trabajan la psiquiatría con niños, El salvaje de Aveyron de Jean Itard, es el encuentro en la en los bosques de Francia de un niño salvaje, también llamado un niño lobo. La ilustración decía aquí tenemos al ser humano en su estado virgen, la sociedad no lo ha corrompido pero no habla, se hace popó, come al estilo animal; se lo llevan a Pinel, quien dice que se trata de un degenerado, porque la cultura no lo ha desarrollado. Luego se lo entregan a Itard – no sé si lo conocen, él es el fundador de la terapia del lenguaje del niño sordomudo. Él intento educar a este niño salvaje; pero no pudo, era un autista.

Con esto les muestro todo el empuje y la fuerza de esta época para lograr que todos llegaran a un punto de desarrollo, no solamente los enfermos, los discapacitados, sino también los pueblos. Pretendían que el pensamiento se transformara en ilustrado o científico. En efecto, hay una consecuencia fundamental de esta época que se establece con la noción de las etapas de desarrollo como forma de explicación de la cultura. Kahlbaum, un psiquiatra prestigioso, concebía las parafrenias, o esquizofrenias, como enfermedades mentales que aparecen en conexión con uno de los grandes períodos de mutación del desarrollo biológico y se manifiestan por una regresión rápida. Ojo con la palabra regresión, se las subrayo, el psicoanálisis no introdujo la palabra regresión, sino la psiquiatría bastantes años antes que Freud. Para la psiquiatría, la locura obedecía a una regresión o a una fijación en una etapa del desarrollo – también el psicoanálisis se impregnó de esta corriente ilustrada que pretendía dar cuenta de la locura y la psiquiatría actual todavía conserva algo de esto. El DSM en el primer capítulo escribe cosas tales como los trastornos profundos del desarrollo para el autismo o para el síndrome de Asperger, etc. El psicoanálisis se dedicó bastante a esto, recuerden a Abraham, Melanie klein, Margaret Mahler con todos sus etapas, estadios esquizo-paranoico melancólico-depresivo. Freud también, mediante la noción de éxtasis de la identificación narcisista. Todas estas corrientes nacieron precisamente de un tronco común en la Ilustración que impregnó tanto a la psiquiatría como al psicoanálisis.

Por otro lado, el punto de intersección no solamente es la detención en una estadio del desarrollo sino también lo hallamos en el término degeneración. A finales del siglo XVIII, Griesinger, casi el padre de la psiquiatría alemana, hizo la diferencia a los estados de psicosis como explicación de lo que eran individuos que corrompen su pensamiento y su comportamiento hasta llegar a ser incapaces de guiarse a sí mismos de acuerdo a los sentimientos naturales. Así, degenerados y corruptos fueron palabras que nombraron a los psicóticos en el discurso común. De ahí, las dos grandes escuelas de la psiquiatría del siglo XIX, la alemana y la francesa, investigaron en qué consistía la llamada degeneración de aquellos en quienes no se encontraban lesiones orgánicas, ni por tumores, ni por sífilis, entonces explicaban esa degeneración por las costumbres, los excesos, las pasiones, la falta de educación, las relaciones afectivas, el alcohol. Muchos de nosotros todavía para referirnos al papá del psicótico decimos que no cumple una función, diríamos, nos referimos al papá o a la mamá para calificarlo por su manera de transmitir algo al niño, de alguna manera en esos términos va implícito el concepto de degeneración, ese niño es producto de una degeneración.

Los alemanes fueron quienes más estudiaron el par locura y costumbres; mientras que los franceses se enfocaron por el lado de las degeneraciones orgánicas, pusieron el énfasis en las intoxicaciones crónicas, y explicaban la locura mediante la intoxicación o influencias hereditarias. Durante el siglo XIX, Séglas y Kahlbaum enarbolaron sus tesis en contra de la teoría de la degeneración, afirmaban que la teoría de la degeneración no explica la parafrenia o la paranoia, mostraron que eran gente brillante en su mayoría, con un promedio intelectual mayor al común, distinguiendo que la anomalía en ellos se encontraba en una área muy específica de su vida social, no puede hablarse entonces de degeneración. Séglas se refería al paranoico así: es aquel alienado que en medio de las innumerables ideas de la inteligencia puede concebir, no ofrece más que un pequeño nudo de anomalías, conserva su actividad normal, puede ocuparse de cosas ordinarias de la vida, incluso puede ser brillante socialmente. Piensen ustedes en Cantor, Hölderlin, Pessoa o Wittgenstein ¡cómo hablar de ellos de degeneración!

Otra intersección entre ambas disciplinas se produce en el campo del delirio en el campo del autismo, pues, nos hemos nutrido mutuamente. Para conversar sugiero pensar en aquello que en común podemos ofrecerle a los sujetos psicóticos ¿cuál es la concepción que soporta nuestro quehacer con ellos? Creo que de todos modos parte de una base, que es auxiliar, que el sufrimiento de ese sujeto nos obliga, nos implica, nos compromete; aunque sugiera sólo acompañarle. Pero si nuestra concepción de la psicosis es negativa en tanto déficit o discapacidad o en el sentido de que son organismos enfermos o víctimas de tales condiciones sociales, la única función de quien va a acompañar a ese sujeto psicótico será impedir que sus manifestaciones emerjan, y tratarán al máximo de normalizarlo. Esto nos obliga a una consideración ética, la pregunta por el loco implica ¿dónde están sus capacidades?, ¿dónde están sus habilidades? ¿dónde está su rasgo singular de hacerse a un lazo social? Porque son también seres potencialmente subjetivables, aún el autista más autista.

Les comparto mi experiencia cuando estaba en el segundo año de residencia, comencé a tratar a un autista de cuatro años y sin saber cómo abordarlo, lo cité con una periodicidad de una vez por semana y esperé a ver qué se producía en el encuentro con ese niño. Presenté el caso del niño en un ateneo con los psiquiatras de todo el departamento, mostrando la posibilidad y las variaciones que había presentado este niño durante los seis meses que había estado en el dispositivo. Los maestros me dijeron, cómo es posible que un psiquiatra de final de siglo veinte ofrezca eso, usted no le va a enseñar a hablar a ese niño, con ese niño no hay nada que hacer, lo único que tiene la psiquiatría para ofrecerle es medicarlo. La experiencia me regaló la posibilidad de acompañar a ese sujeto hasta los veintidós años. Hoy en día tiene su noviazgo, es profesional, está inserto en un lazo social. Insisto, es la apuesta por dar cuenta de que hay una subjetivación posible, no estoy diciendo que se normalizó, no estoy diciendo que se neurotizó; existen dificultades para ello, existen dificultades en algunas cosas que para él son imposibles, es un perfeccionista. Lo fundamental es ofertar la posibilidad de una subjetivación, esa es la apuesta ética que las dos disciplinas debemos tener en cuenta. Porque si los tratamos como organismo enfermo, los convertimos irremediablemente en un organismo enfermo, en objeto de Otro y la posibilidad de subjetivación será poco probable. Antes bien, el acompañamiento con los sujetos psicóticos nos enseña el esfuerzo inaudito y singular que hace cada uno para lograr al máximo el uso de sus capacidades. Joyce da cuenta de eso, de un arduo trabajo de inserción en el discurso humano, en la cultura y como él decía, su producción tendrá ocupados a los universitarios por más de cien años.

Lo más grave para el psiquiatra o para el psicoanalista es considerar que ahí hay algo irremediable, el loco es alguien por el que nada se puede hacer, y es ahí desde donde apresuramos una formulación farmacológica parece que cualquiera que sea el fenómeno o la gravedad del mismo, bien sea el delirio, o en un caso de un niño que iba detrás del fogón de su mamá y se hacia popó, él mismo decía León Eduardo el popó no se hace aquí, aunque suene grave, hay que brindar la posibilidad de que algo de la construcción del sujeto sea posible.

El enemigo tanto del psiquiatra como el del psicoanalista es el loco definitivo, el loco incurable es algo catastrófico para el ejercicio nuestra profesión. El propósito con ellos es saber usar, estar atento para saber cuáles son los recursos con los que el sujeto mismo trabaja para producirse algo de su estabilización. Puede ser el ritual estereotipado, puede ser el manejo de su cuerpo tatuado de arriba abajo, pueden ser todas estar formas de vinculación como órdenes de hierro, los llamado nemos. Pero ahí establecen un lazo social, hay un lazo social posible. Lo fundamental no es lo fenomenológico, antes bien es ver la estructura y acompañar al sujeto. Es muy importante como psicoanalista y como psiquiatra saber y buscar qué es lo que desencadena la psicosis, en esos puntos de desencadenamiento el sujeto deja de ser él mismo, y es muy importante no solamente para pesquisar si es psicótico y que se desencadenó a los catorce años cuando murió el papá; o como en Schreber cuando no pudo tener hijos, el padre decía que a través de él iba a fundar una nueva raza. Lo importante no solamente es constatar qué es el desencadenamiento, sino reconocer en qué condiciones de puede producir otro desencadenamiento para evitarlo; ubicar cuáles son las coordenadas del desencadenamiento en la crisis, y eso es posible sólo implicando al sujeto, no con las descripciones de los padres. Sólo si el sujeto se implica podrá constituir con sus recursos formas de estabilización.

Una manera de saber hacer con la lengua inglesa, una forma de satisfacción, en Joyce, que le daba la estabilización que no le daba ningún otra forma de lazo social, Nora, su esposa tenía que estar a su lado permanentemente. Así muchos psicóticos tienen que estar al lado de, son formas de estabilización. Los adolescentes, Lacan en el seminario tres decía, necesitan un doble, un espejo para poder seguir, un argumento, un guión para seguir al compañerito, para saber como hacer con las mujeres, para saber como se acuesta uno con una mujer, por ejemplo. Hay que detectar cuáles son las formas de estabilización del sujeto psicótico, no sólo las farmacológicas. Es necesario reconocer que la oferta de psicofármacos genera una demanda geométrica de esos fármacos, hoy empiezo con una (…), una monoterapia, pero al cabo de diez años ya es el triconjugado, una combinatoria de estrategia 1, estrategia 2 , etc. Se ve en esos casos que la única oferta que se les ha dado es la oferta puramente farmacológica.

Para terminar, la ética del acto empuja a no renunciar a buscar en medio de esa situación difícil, cualquier que sea, al menos una posibilidad, hasta ese momento inadvertida; aunque esa posibilidad sea ínfima. Sólo hay éticas y quienes acompañan al loco o al psicótico día tras día confrontados a las apariencias de lo imposible, no deben dejar ofertar una posibilidad al menos. Para hacerlo deberá tener muchas capacidades para discernir esas posibilidades mínimas de lo posible. Lo que nos convoca con los psicóticos, no es tanto en este momento, creo yo, ni al psiquiatra ni al psicoanalista, un canto de victoria, sino más bien nos convoca un trabajo consagrado en el uno por uno y a largo plazo.

Bien, conversemos.

Pregunta: ¿…es el autismo una estructura o una pre-estructura? y ¿qué se le puede ofrecer al autista?

J.F. Velásquez: El autismo no fue creación de los diagnósticos modernos, no fue …quienes lo plantearon fueron los psiquiatras del siglo XIX, antes ya les decía que el autismo era un rasgo que encontraban en todas las psicosis, ojo, el autismo en todas las psicosis, por ejemplo, la autorreferencia como una forma de autismo, (…), refería a la autofilia, Bleuler antes que Camel, con todos los aportes, recibidos a través de Jung de Freud comprimió ese autoerotismo y lo volvió autismo, quitó el erotismo de esa definición y propuso autismo. Desde ahí empieza a reconocerse como uno de los signos clínicos comunes a todas las psicosis, desde ahí es que formulo mi respuesta a su pregunta. Lo que vemos en la clínica del llamado autista es la prevalencia de ese fenómeno clínico, pero todavía no sabemos a qué tipo de psicosis obedece. Podría decirse que este muchacho autista que yo he acompañado es un esquizofrénico, pero en principio se presentó como autista, pero he acompañado a otros pacientes que hablan más bien de una paranoia. En esto hay un debate incluso dentro del psicoanálisis. Para unos autores es una estructura distinta, para otros es una preestructura, como los Lefort, para Eric Laurent y otros que se dedican al trabajo con niños, se trata de una prevalencia de un fenómeno que todavía no ha mostrado su tipología; cuál va a ser la tipología de esa psicosis. Es preciso insistir que ese concepto como tal fue Bleuler quien lo propuso como una de las cuatro características de las esquizofrenias, pero presente en todas las psicosis y presente como fenómeno desde el siglo XIX.

Fecha: 09/03/2012
Modalidad: Presencial
Lugar: Hospital Psiquiátrico infantil Juan N. Navarro, Auditorio Matilde Rodríguez Cabo

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2010 Archivo Conferencias y Mesas redondas

La ciencia, el psicoanálisis y la época

La ciencia, el psicoanálisis y la época

Juan Fernando Pérez

Agradezco la invitación de la Nueva Escuela Lacaniana, Delegación-México para trabajar con ustedes durante estos días en la ciudad. Se ha preparado un interesante programa de actividades, en lo cual seguramente muchos de ustedes van a participar. Igualmente destaco que me siento muy honrado, y además muy contento, con la invitación del profesor Alberto Constante a nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México puesto que, desde siempre (al menos desde que era un estudiante universitario en Colombia), la UNAM ha sido una referencia primordial para los estudiantes colombianos y por ello siempre tuve el deseo de conocerla, de participar de su vida académica. Hoy me encuentro muy satisfecho de realizar, ya después de muchos años, este viejo anhelo, por lo cual estoy muy agradecido con el profesor Constante y con la UNAM. Espero tengamos un diálogo amable y productivo para todos.

Me comentaban hace pocos minutos que el contexto del trabajo de la Facultad de Filosofía dirigido por el profesor Constante tiene como denominación Reflexiones marginales. Es un nombre que me resulta muy sugestivo, y el cual me permite inscribir en él las consideraciones que voy a proponer. Éstas tienen que ver, en última instancia, con la observación que hizo Faride Herrán en su presentación acerca de si el psicoanálisis, especialmente a partir de los desarrollos de Lacan, se puede considerar o no como una ciencia. Aunque no voy a desarrollar sino implícitamente este tema, voy a decir desde ya que Lacan va a tomar distancia sobre la perspectiva de hacer del psicoanálisis una ciencia, y espero proponer algunos elementos que puedan precisar esa cierta marginalidad, si se me permite la palabra, respecto a la ciencia que Lacan le asigna al psicoanálisis. Esto, a diferencia de Freud, quien sí creía que con el psicoanálisis estaba en la vía de la construcción de una ciencia de lo llamado psíquico. De todas maneras, con Lacan hay diversos hechos que producen lo que llamamos (con una palabreja quizás un poco extraña, pero que pertenece al vocabulario castellano)un semblante de ciencia, o si se quiere una apariencia de ciencia. En ocasiones, el psicoanálisis adquiere con Lacan una cierta apariencia de matematización de sus conceptos y con ello muestra que también en Lacan hay alguna aspiración a una cierta cientificidad; en efecto, esto parecería aproximar al psicoanálisis a la ciencia. Es un asunto complejo. Haré algunas anotaciones al respecto, pero quisiera abordar el problema desde otra perspectiva al de la apariencia de ciencia del psicoanálisis.

Voy a tomar como punto de partida una tesis que seguramente es bien conocida por ustedes, una tesis esencial para nuestro tiempo; es una tesis de Heidegger que tiene posibilidades de múltiples desarrollos. Como ustedes saben, Heidegger define la época actual como la época de la ciencia. Permítanme recordarles algunas ideas al respecto.

Aquella es una definición que en un sentido es simple y precisa y la cual ninguna persona sensata la consideraría hoy como impropia o disparatada. Y Heidegger avanza desde allí para señalar que la época actual no solo es la época de la ciencia, sino que, hablando con propiedad, es la época de la técnica, de la técnica científica. Este hecho ha sido objeto de controversias en diversos campos, pero tiene una fuerza y evidencia tales que, a mi juicio, es difícil sustraerse a ella, a las implicaciones que la misma invita a pensar. Aunque Heidegger la formula antes de la revolución tecnológica que introduce la informática en la actualidad, si admitiésemos que tenía vigencia antes de este suceso, hoy adquiere a mi juicio el carácter de evidencia del todo contundente. Así pues, a pesar de las diferencias que algunos sostienen sobre la significación de esa proposición, creo que resulta claro que, si fuese necesario pensar la esencia de la época, pensar a nuestro tiempo, con Heidegger se nos impone reconocer que ésta la define la técnica y en particular la técnica científica.

Nuestras vidas se hayan regidas de tal manera por la técnica que cualquier falla importante, o aun más, un colapso de ésta, introduciría en la actualidad un caos en la vida de la humanidad en su conjunto. Pienso en el fenómeno de la internet, aparecido públicamente hace no más de quince años; si suponemos que la internet hoy colapsara por alguna circunstancia (idea para nada descabellada), desconcertaría de tal manera el funcionamiento del mundo que ni siquiera alcanzamos a imaginar cómo éste continuaría su andar. Tal vez sepan que asesores del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica trabajan con inquietud frente a la posibilidad de que la red se sature, por ejemplo, y consideran ya la posibilidad de crear lo que llaman la internet dos. Y también hay fuerzas políticas importantes en nuestro tiempo que proponen, verbo y gracia, la restricción en los usos de la red e inclusive, la adscripción del manejo de la red a controles estatales, políticos y comerciales; o sea, una coacción a la libertad que hoy existe en la red. Ello muestra bien que la técnica no es simplemente una herramienta, que se pueda usar o dejar a voluntad, como algunos afirman que es lo propio de la técnica. La técnica hoy orienta lo cotidiano, lo fundamental y lo nimio del mundo de los humanos. Basta circular por las calles de México para saber que cualquier inconveniente de la técnica incide de modo inmediato en nuestras vidas y, por lo tanto, resulta indispensable situarla en el centro de la época.

Ahora bien, la tesis de Heidegger con relación a la técnica, no sólo permite reconocer su presencia en la vida contemporánea, sino también declarar que ello no se produce sin consecuencias, más allá del uso inmediato de la misma. Es decir, que no hay una tal neutralidad en ella ni que es un asunto que simplemente usemos a partir de nuestras necesidades, como se hace con el destornillador que tenemos guardado en casa. Se trata de un hecho con efectos que van más allá de lo visible en la vida de los humanos; la mayor parte de tales efectos, ignorados por el hombre corriente, y aun por muchos hombres ilustrados. En ese sentido pues, coloco esta proposición como telón de fondo si se quiere, para reflexionar un poco qué implica que la época sea la época de la técnica y cómo situar el lugar del psicoanálisis con relación a la ciencia y a la época actual.

Creo que una parte de la importancia de la proposición de Heidegger resulta de haber dado un paso más allá, al situar la época no solamente como la época de la ciencia, sino como la época de la técnica científica, como lo acabo de destacar. En otras palabras, señaló que no es lo mismo la ciencia que la técnica; y esta diferencia conviene destacarla, pues no resulta clara para todos. Con frecuencia, por ejemplo, se confunde a los técnicos con los científicos; aquellos incluso aparecen para muchos como la mejor caracterización de lo que es el científico. Hay allí entonces un punto de reflexión: hay que tener en cuenta que existe un paso entre la ciencia y la técnica, punto a tener en cuenta cuando nos referimos a la naturaleza de la época. Para abreviar, evoco de nuevo a Heidegger y señalo sumariamente algo al respecto: aquellos que no se ocupan de la investigación (científica) tienen escasa relación con la ciencia a pesar de que se refieran y procedan de ella; esa ausencia de relación se refiere a que su posición ante el saber no está definida por la producción de éste sino por la mera manipulación de sus conclusiones. Y esa es una diferencia esencial. Avancemos desde allí un poco más.

Hay un segundo hecho implícito en el paso que da Heidegger, que retomo en función de esa diferencia entre la ciencia y la técnica. La aparición de la técnica en el campo de la vida cotidiana de los humanos conlleva consecuencias que van más allá de los propósitos inmediatos de aquella, consistente en proponer soluciones prácticas a los diferentes asuntos propios del acontecer humano. Esas consecuencias tendrían que ver con lo que se puede llamar el orden del pensar. Se trata de la forma en la cual el sujeto se ubica ante el mundo, de las relaciones, prioridades y omisiones que éste pueda sostener en un momento determinado frente a sucesos de importancia para su existencia. Veamos.

Hay que destacar que para el sujeto la técnica no solo es una forma de proveerle de útiles, artefactos y procedimientos que eventualmente le solucionen problemas prácticos, sino que, es una forma de definir la verdad; para ese sujeto (y probablemente también para el de otras épocas), la técnica pues es aquello que lo orienta en su relación con la verdad. No de extrañar entonces que la técnica llegue a tener adoradores y que sus productos lleguen a sacralizarse. Que sea aquello que defina en qué consiste lo verdadero, implica que es algo que le señala jerarquías, prioridades, criterios para elegir y decidir. Es posible considerar este punto a partir de algunas observaciones de hechos cotidianos.

Un ejemplo simple es el de la publicidad de las cremas dentales; es posible ver en muchos spots, como se dice, la significación de la técnica científica a través de los signos que se utilizan en ella: así, en tales spots siempre hay una bata blanca en quien promueve el producto; o siempre se escuchan frases tales como “está científicamente demostrado”. Etc. Se puede entonces reconocer allí, de una manera muy clara, que la técnica científica ocupa el lugar de la verdad. Es un hecho simple y revelador. Veamos algo un poco más complejo.

Se sabe que la técnica científica se refiere a las más diversas prácticas imaginables. Así, en el acto médico se busca pensar y actuar sobre la naturaleza de la enfermedad y en esa perspectiva el mismo siempre ha permitido genuinas reflexiones sobre lo que ello implica. Con la técnica de hoy se presenta la tendencia a obturar la reflexión, y aun (hecho sorprendente) al médico mismo, en la medida en que cada vez más son los datos del laboratorio y los protocolos los que definen en qué consiste lo que el enfermo padece, y cómo se debe proceder ante una situación específica. El médico, que tradicionalmente era un sujeto que debía extraer datos, elaborar hipótesis, considerar alternativas, tomar decisiones, etc., hoy tiende a sustituir todo ello por lo que le aporta la técnica, es decir el laboratorio y los protocolos preestablecidos. En gran medida se va convirtiendo en un simple mediador entre el enfermo y la técnica, de la cual, en muchos casos y cada vez más, ha llegado a ser un agente ciego y obediente.

Y es necesario recordar que el sujeto humano tropieza en su existencia, tarde o temprano con la enfermedad, lo cual implica, de una u otra forma, una pregunta acerca de su lugar en el mundo, por el tipo de relaciones que dispone, por su futuro. Al abordar los interrogantes que esto impone solo a través de la técnica (y téngase en cuenta que con frecuencia lo hace de un modo eficaz, lo cual fortalece la posición de la técnica en la práctica médica), el enfermo queda sustraído de aquello que le permitió tradicionalmente orientarse frente a su padecimiento: el diálogo con el médico. Éste, hoy tiende simplemente a reproducir, sin más, la sentencia que le entrega la técnica y así se rompe lo que fue una parte esencial del acto terapéutico, la relación médico-paciente y la significación de la figura del médico, el cual es cada vez más un sujeto anónimo y fugaz para el paciente. Tiende entonces a clausurarse un tipo de reflexión necesaria, tanto para el enfermo como para el médico, acerca de lo que implica la enfermedad y la muerte, para ser sustituida por sentencias generales, estereotipadas, propuestas como protocolos preestablecidos “para todos”. Y así la técnica adquiere progresivamente, por esa misma razón, el estatuto de ser la fuente de la verdad en lo relativo a la enfermedad y la muerte, lo cual ya es sobre asuntos cruciales de la existencia. Y lo anterior tiende a ser válido en campos distintos a los de la medicina, como bien se sabe.

Destaco que no pretendo satanizar, como se dice, la técnica. Si hago un énfasis en algunas de sus consecuencias problemáticas es por cuanto los discursos de la época tienden a referirse a ella solo en términos apologéticos. No obstante reconozco igualmente su importancia y su valor. Pero debo, en la lógica del razonamiento que propongo, destacar aspectos de la técnica que normalmente no se tienen en cuenta sino en ámbitos restringidos, marginales si se quiere.

Estamos en la obligación de pensar cómo la técnica dispensa sus conclusiones, ya que éstas, como lo indiqué, se transforman en la verdad de lo cotidiano o aun, como vimos, de lo menos cotidiano. Ahora bien, este punto concierne directamente al lugar del psicoanálisis en la época, y sobre el cual llamo su atención, en la medida que hay allí un asunto en juego que es necesario que consideremos. Me refiero a que aquello que se le reclama ante todo de la técnica es su eficacia, lo cual es obvio, ya que es para eso que se le crea, para que resuelva los problemas que de otra manera resulta difícil o imposible.

En tanto el psicoanálisis constituye ante todo una práctica (aun cuando sea también un campo que permite la reflexión acerca de la singularidad humana, acerca del sujeto humano como tal; pero dicha reflexión, lo subrayo, depende de esa práctica), ¿cómo debe el psicoanálisis situarse frente al problema de la eficacia? Al respecto es necesario decir en primer lugar que no siempre los analistas, o aquellos que se interesan por el psicoanálisis (a pesar de Freud o de Lacan en lo relativo a este punto), han subrayado siempre del psicoanálisis su carácter de práctica. Al contrario muchos reducen el psicoanálisis a un mero ejercicio intelectual. Veamos algo de importancia a partir de este punto que acabo de señalar.

Seguramente ustedes conocen diversos hechos relativos a la inmensa erudición de Freud y de Lacan, lo cual les permitió hablar con propiedad de muchos campos de la vida. Sin embargo, para no pocos interesados en el psicoanálisis eso ha supuesto que se puede reducir el psicoanálisis a ser una especie de mera reflexión sobre problemas literarios, sociológicos, filosóficos o de otra naturaleza, sin que importe mucho la práctica analítica, el carácter de práctica que es el psicoanálisis. Si bien, es mi concepto, todos esos saberes le interesan muy profundamente al psicoanálisis, le conciernen finalmente en tanto su razón de ser es la práctica, la llamada práctica clínica; ello en tanto su propósito es el trabajo con algo concreto y específico, en tanto espera producir efectos sobre aquel que lo moviliza, el sujeto.

Y aquí es necesario no olvidar un punto y disponerse a entretejerlo con lo que vengo señalando: me refiero a la intolerancia generalizada de la época acerca de la naturaleza y lugar del sujeto, como un efecto de la primacía de la técnica científica. Y no se trata de algo que sólo se expresa en hechos circunstanciales del discurrir diario. Nuestro tiempo, producto justamente de la eficacia de la técnica, ha impuesto la exigencia de soluciones inmediatas a cualquier requerimiento o dificultad que se nos presente, y si esas soluciones no se producen de modo inmediato, nos resulta intolerable el hecho, lo cual conlleva efectos múltiples en nuestra existencia. En ese orden de ideas, cabría preguntarnos ¿qué lugar puede ocupar el psicoanálisis como una práctica clínica en una época en la dominan la prisa, el resultado inmediato y el imperio de la eficacia simple? Aclaro que, en principio, cuando hablo de eficacia me refiero especialmente a la obtención de resultados deseados acerca de un problema, resultados relativamente inmediatos a través de un procedimiento cualquiera.

Entonces cabe preguntarse, ¿qué lugar hay en la época para una práctica que ante todo se define por la exigencia de que el sujeto tenga una posición ética frente a su existencia y, por lo tanto, que busca que éste pueda introducir, en sus relaciones con la vida y con los otros, una espera ante su goce? ¿Qué significación pueda tener el psicoanálisis como práctica en una época en la cual el imperio de la técnica nos hace intolerable detenernos a reflexionar sobre nuestra subjetividad?

A partir de lo señalado propongo considerar un hecho de la manera más puntual que sea posible. Lacan lo enuncia bajo un término específico que subyace en lo que he planteado: la ciencia y la técnica, por razones de estructura, tal vez reconocibles en lo que he mostrado, básicamente forcluyen al sujeto. Es decir, la ciencia y su técnica prescinden del sujeto en su discurso, lo cual Lacan lo denomina como la forclusión del sujeto. En su lugar se interesa solo por los acontecimientos que sean susceptibles de ser reconocidos bajo la denominada objetividad. Hay que decir que la técnica radicaliza esta proposición. O sea que, si bien la ciencia en su discurso más primigenio, más puro y para constituirse como tal, requiere la supresión del sujeto y que eso está en el abc del discurso de la ciencia, en la técnica la posición, de hecho, se radicaliza.

La técnica lleva este principio aún más lejos y lo convierte en un acontecimiento regular y cotidiano, debido, lo repito, a que la técnica de suyo consiste en el establecimiento y uso de procedimientos definidos a fin de resolver los problemas prácticos, propios de la existencia, y a su intento de universalización, sin interesarle el sujeto que la ejerza; se trata es de la estandarización de la solución lo que necesariamente implica borrar toda singularidad; basta que el agente de la técnica disponga del conocimiento del procedimiento y sobre el instrumento que se usa. Se trata pues de un asunto de información y no de una implicación subjetiva.

Seguramente conocen de una forma u otra el hecho. Éste ha sido explorado de maneras muy diversas, por ejemplo, por la literatura y el cine, entre otros. Recordarán textos de ciencia ficción en los cuales se configuran mundos definidos a partir de una tiranía extrema de la técnica; se exploran allí mundos en el cuales lo esencial es que el sujeto como tal se someta, es decir que sea simplemente un individuo posible de sumarse a muchos sin diferenciarse de éstos. Muchos de ustedes conocerán esa fantasía extraordinaria de Aldous Huxley que es El mundo feliz, donde se puede reconocer el hecho de manera muy categórica; o tantas otras llevadas al cine. Y es posible ver en esas ficciones lo que de modo muy preciso Lacan señala: que aquello que desaparece de lo simbólico reaparece en lo real, bajo otras formas; como angustia o como síntomas. En ese sentido, recordarán ciertas películas de Kubrick. O aquella extraordinaria película llamada Gattaca. En ésta se puede reconocer muy claramente la forclusión del sujeto, su relación con la posición básica de la ciencia y de la técnica y sus implicaciones para todos. Y el psicoanálisis sitúa el hecho como un efecto de lo más esencial de nuestro tiempo. Es por ello que interesa definir la esencia de la época y reconocer sus perspectivas.

Ahora bien, he venido subrayando la importancia y lugar de la subjetividad y del sujeto; en ese orden de ideas tratemos ahora de precisar, al menos desde el psicoanálisis, con Lacan, qué se entiende por sujeto. Hay que decir que para el efecto es esencial la filosofía (señalo de paso que comentaba con el profesor Alberto Constante antes de iniciar esta exposición, que las relaciones del psicoanálisis y la filosofía son densas y complejas; son de amor y desamor; en fin, esa es la naturaleza misma del amor), si bien en Freud encontramos proposiciones muy negativas frente a la filosofía, y aún en Lacan. De todas maneras es necesario señalar que la filosofía es un campo necesario a la hora de encarar temas como éste. La pregunta acerca de cómo concebir al sujeto es en primer lugar una pregunta de raigambre filosófica; de hecho, Lacan (quien es el responsable que usemos este término en psicoanálisis) quiso apoyarse en la filosofía griega para el efecto y toma un problema como base para hacerlo, el cual viene desde los griegos y llega hasta nuestro tiempo. Se trata de situar el concepto de sujeto a partir de una diferencia esencial. Me refiero a lo que en términos filosóficos se llama lo universal, el cual se diferencia esencialmente de lo particular.

Allí subrayo que ningún tipo de relación con las cosas y con el mundo que se efectúe en forma, digamos, racional, a través del lenguaje, la podemos concebir sin la distinción, implícita o explícita, entre lo universal y lo particular. Esa pareja de conceptos, que ha sido desarrollada y elaborada en todas las épocas, adquiere una relevancia para nosotros a partir, por ejemplo, del trabajo de algunos lógicos contemporáneos como Quine y Hintikka, quienes reconocen una incompletud esencial en esa pareja, ya que no sólo se trata de una díada que opone lo universal a lo particular, sino que allí hay que agregar lo singular. Esto, presente de tiempo atrás en la filosofía, sin embargo (y no por casualidad) tuvo la tendencia a ser reducido a una díada, identificando muchas veces lo singular con lo particular. Lacan va a subrayar con fuerza esa distinción, la importancia de concebir este problema bajo un ternario y no como una díada. Así pues consideremos la tríada universal, particular, singular, en la perspectiva de hacer avanzar en la comprensión de qué es el sujeto y cuál es su lugar en el mundo contemporáneo.

Resulta evidente que la ciencia se interesa esencialmente en producir sentencias universales; su vocación es esa, la obtención de universales, esto es, producir un saber que valga para todos los casos. Un universal lo consideramos entonces como un conjunto definido, en el cual sus propiedades valen para todos los elementos que hacen parte de ese conjunto; y al científico le corresponde entonces producir sentencias que tengan el valor de recubrir todos los casos que conforman ese conjunto. Cuando lo consigue hay un acto científico, el cual a su vez permite darle un lugar a lo particular. Tomemos un ejemplo; el caso de la gripe que no hace mucho padeció México en especial. La gripe aparece en un momento determinado como algo que no encaja en los universales conocidos, aquellos que se conocían sobre los virus de las gripes conocidas. Los científicos advirtieron que ese virus al no ingresar en ningún universal, implicaba que estaba fuera del campo conocido por la ciencia. Al surgir varios casos del mismo tipo se advierte que hay un nuevo universal, un tipo distinto de virus que, además (y esto no es anecdótico), es necesario nombrar. Al hacerlo aparece entonces un nuevo universal: el universo que incluye todos los casos de la gripe AH1N1. Y recordamos, no sin inquietud, que en este caso, la llamada gripe española estaba detrás, en la fantasmagoría de los científicos; éstos la transformaron en principio en la “gripe mexicana”. Sabemos las consecuencias que eso tuvo. Nombrar un conjunto desconocido es pues acto necesario e importante en la construcción de un universal y ello es un asunto que, como en este caso, puede traer consecuencias inmediatas en la vida colectiva.

¿Qué sucede cuando se logra construir un universal?, por ejemplo, el universal gripe AH1N1: que todos los casos que de ahora en adelante se conozcan con tales características, por pertenecer a ese universo, serán casos particulares de ese universo. En términos de teoría de conjuntos, se trata de los elementos que conforman un conjunto. Es eso lo que se designa como lo particular. Y añado aquí algo esencial: ese campo de lo particular es propiamente hablando el campo de la técnica. La aplicación de la técnica no es otra cosa que la referencia, caso por caso, a diversas situaciones a partir del saber que procura un universal. Se reconoce así la relación entre la ciencia y la técnica como una relación íntima, en la medida que de la una se derivan las posibilidades de la otra.

Ahora bien, Lacan subraya que los universales no recubren todo lo existente, en especial en el orden humano donde existe un no todo que es necesario considerar. El no todo que queda por fuera de lo universal y que por tanto tampoco es particular, es lo que llamamos lo singular. Podríamos ver esto en un caso específico si miráramos en detalle por ejemplo lo sucedido con la gripe AH1N1. Por más esfuerzos que se hagan para reducir el mundo a lo particular y lo universal, por más esfuerzo que hagamos por incluir allí todas las diferencias, en especial con la categoría de lo particular, habrá siempre algo más, que llamamos singular, que no es posible contenerlo en ningún universo. Y lo singular es el espacio del sujeto. Es allí donde se reconoce una condición necesaria para el psicoanálisis en la época, en eso marginal del sujeto.

Es lo singular aquello que permite saber, por ejemplo, que el compañero que está al lado nuestro, si bien comparte muchos componentes con nosotros, tiene elementos singulares que no admiten ninguna posibilidad de situarlos, si se es riguroso, en ningún universo. Cuando se dice, por ejemplo, “Soy un estudiante de filosofía”, “Soy mexicano”, “Soy hombre”, “Soy mujer”, “Yo soy”… estoy diciendo cuál es mi particularidad. Y apelar a los universales que nos definen para considerar qué soy, desde luego permite definir algo acerca de lo que soy; sin embargo, conquistar lo singular de sí implica algo más que apelar a los universales que usualmente nos definen. Es hacía eso que se dirige el psicoanálisis. Y, es necesario decirlo, hay una voluntad de la época que hace que aquello que soy, en tanto ser singular, sea rechazado. Eso es lo que, hablando con propiedad, Lacan y Freud llamaron lo inconsciente.

Lo inconsciente constituye (dicho en los términos convencionales de la ciencia) el problema de investigación del acto analítico. El psicoanálisis pretende decir algo sobre el sujeto, y para el efecto se dirige a eso que es lo singular de cada uno, lo cual, como puede entreverse a partir de lo dicho, es lo inconsciente, en tanto nuestras relaciones conscientes con la vida se definen más bien a partir de lo particular y de lo universal. Sin embargo hay algo que allí queda por fuera y es el sujeto del inconsciente.

Señalo entonces que el psicoanálisis, tanto como teoría y como práctica, es un campo que se construye a partir de una relación marginal con la época, lo que espero que se pueda reconocer en lo que he expuesto. En otras palabras, me parece que lo que estoy haciendo es una reflexión sobre la marginalidad (extraterritorialidad decía Lacan) del psicoanálisis con relación a la época. Ésta no es voluntaria, sino que es una marginalidad estructural, debida a la naturaleza del saber y de la práctica que el psicoanálisis propone. Nuestro objetivo, y si se quiere también, nuestro combate, tanto como analistas como desde instituciones como la NEL, concierne entonces a darle la posibilidad a aquello que finalmente nos caracteriza a los humanos, esto es, que la singularidad del sujeto tenga un espacio en nuestro mundo y en nuestro tiempo.

Teniendo en cuenta que dentro de la temática propuesta para esta exposición hay muchos otros temas, como algunos de los que mencionó Faride, podríamos ir un poco más allá y abordar el problema de la matematización y lo que ello comporta al psicoanálisis y a su relación con la ciencia. Y hay muchos otros problemas desde luego referidos a la naturaleza del psicoanálisis y sus relaciones con la ciencia y la ética. Abordaré uno de ellos para terminar.

Me referiré a un tema fundamental de nuestro tiempo, donde se inscriben las fantasías más socorridas de la época. Me refiero a las neurociencias. Lo haré tratando de mantener el espíritu de la reflexión que he propuesto, que es de orden cuasi filosófico. Señalo para el efecto una tesis sin la cual no resulta posible, a mi modo de ver, considerar cuál es el lugar del psicoanálisis con relación a la ciencia contemporánea.

Sabrán que hoy se produce en el mundo una investigación casi frenética, monumental, la cual se hace desde el punto de vista de las neurociencias. El hecho lo ilustra bien lo siguiente. Se celebró recientemente en Chicago un congreso de neurocientíficos; estos eran personas que celebraban congresos modestos hasta hace poco, congresos que convocaban a lo sumo dos o tres mil interesados. Hoy a un congreso de neurociencias asisten más de cuarenta o cincuenta mil participantes. El congreso en Chicago, que convocó ese número de inscritos, muestra algo que conviene intentar preguntarse: ¿por qué hoy se produce una explosión tal en el interés por las neurociencias? Detrás de esto, considero, hay la promesa de una realización tecnológica de fantasías ancestrales de la humanidad, que es conveniente señalar.

Como ustedes quizás lo sepan las investigaciones sobre el cerebro tenían dos límites importantes; la investigación más importante se hacía a partir del estudio de algunos de los fenómenos cerebrales que eran aprehendidos mediante estudios de casos de patologías específicas. Si se trataba del estudio neurocientífico del lenguaje, éste se apoyaba en estudios de las afasias por ejemplo, como base para la formulación de hipótesis y para señalar tesis acerca de la relación entre el sistema nervioso y el lenguaje. Los grandes avances científicos que se produjeron desde el siglo XIX hasta más o menos los años 70, tuvieron que ver con el estudio de este tipo de patologías. Esto era en cierto sentido una limitante para la investigación. Y el otro gran campo para estudiar estos fenómenos del sistema nervioso, eran los animales. Como resultado teníamos entonces que las conclusiones neurológicas se derivaban esencialmente en los animales y en los enfermos. Ustedes podrán imaginar las sospechas que ello despertaba. Pero se produjo un avance tecnológico hace unos veinte años que permitió ampliar el campo de estudios en neurociencias a los humanos normales y con ello sobreviene la gran explosión que señalaba a través de la ampliación en los interesados en las neurociencias. Es el descubrimiento de la resonancia magnética. Este hallazgo permitió ver ahora el funcionamiento directo del cerebro, imposible antes. Ya no solo se estudia el cerebro a través de enfermos o animales sino de humanos sanos, lo cual le otorga mayor extensión a los resultados que se obtengan y con ello se abre la idea de conocer plenamente al hombre tal como es. De ahí emergió la idea de que al observar el cerebro funcionando, de verlo en acción en su forma más normal, ello nos daría la posibilidad de ver en acción el funcionamiento de lo que tradicionalmente se llamó el alma. El electroencefalograma era antes un recurso de investigación tímido frente a las técnicas actuales, si bien aun se sigue usando el EEG, por razones que no entro a examinar. Es decir, con los nuevos avances tecnológicos, se fantasea que podremos asistir a ver, literalmente, el pensamiento por ejemplo, y con ello se ha producido la ilusión de obtener una solución múltiple a tantos enigmas que los hombres se han planteado acerca del funcionamiento de lo llamado mental. La asistencia multitudinaria a los congresos de neurociencias no es una casualidad. Hay allí una fantasía subyacente la cual sin embargo, lo destaco, requiere de soluciones filosóficas. Propongo por tanto lo siguiente: cuando se ve el funcionamiento del cerebro ¿se ve qué?, ¿se ve algo que llamamos una condición necesaria para el funcionamiento del sujeto?, o ¿se ve el funcionamiento del sujeto como tal?

Hay psicoanalistas hoy que trabajan desde la perspectiva según la cual las investigaciones de las neurociencias van a producir el encuentro entre el psicoanálisis y la ciencia. En ese campo es posible hallar notables investigadores, como Eric Kandel, quien recibió el Premio Nobel de Medicina en el año 2000, en especial por sus estudios sobre la memoria (el problema de la memoria es fundamental por muchas razones y Kandel ha hecho avanzar la comprensión científica del problema, también con el recurso al psicoanálisis al proponer el estudio de las funciones cerebrales a partir de las teorías psicoanalíticas de la memoria). Y no son fantasías de una persona aislada.

Para examinar lo anterior planteo que esclarezcamos ante todo lo siguiente: cuando hablamos de ese tipo de investigaciones estamos estudiando, en términos de la ciencia, de la física, la materia. La materia es indispensable para el funcionamiento del sujeto, pero entonces interrogamos: ¿la materia es idéntica a lo real? ¿Lo real es idéntico a lo material? Aún más, ¿lo real como lo material es algo idéntico a lo que llamamos lo existente? Y si fuese necesario definir lo existente ¿tendríamos que hacerlo idéntico a lo observable a través de los sentidos? Hay allí una equivalencia compleja y decisiva: lo real se presenta como idéntico a lo material e idéntico a lo existente e idéntico a lo observable. Lo anterior permitiría suponer que mediante la investigación actual, con la resonancia magnética, será posible capturar ¿qué? ¿Lo real de lo mental? Tal vez si, si lo real fuese lo material. ¿O más bien la cuestión es otra? ¿Acaso es que hay algo del orden de lo real que, sin ser metafísico, o con mayor precisión, sin ser sobrenatural, sin ser material, es pues real y es lo que define eso que llamamos lo humano? ¿Se trata de algo que no es del orden del ver sino del escuchar?

Observen que, de acuerdo con esto, la tesis que se constituye así es que para el psicoanalista lacaniano, la ciencia si bien estudia lo material no necesariamente por ello estudia lo real del sujeto, con lo cual afirmamos que hay un campo de lo real que, sin ser sobrenatural, escapa a la ciencia, al menos a aquella que reduce lo real a lo material. Y allí interviene lo que definíamos antes como lo singular. Insisto, la época actual obtura el lugar a eso real que es lo singular. Observen además que es la singularidad lo que define lo real; observen que lo singular es lo real. Lo es mucho más propiamente que lo universal como tiende a afirmarlo la ciencia y la técnica. Lo real no puede reducirse solo a la materia. Con ello doy una base para situar cómo se sitúa a mi modo de ver el psicoanálisis ante la investigación científica más reconocida hoy, la cual no parecería que pudiera ilusionarse con el acceso a lo real de lo humano a partir del mero estudio de la materialidad cerebral.

No debo abusar de su paciencia para enlazar más precisamente los diferentes aspectos a los que me he referido, pero quizás con lo señalado sea posible hacerlo cada uno de ustedes.

Con esto termino y agradezco su amable atención y su amable invitación.

Notas
* Psicoanalista en Medellín. AME de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Miembro del Consejo de la AMP-América. Profesor Titular de la Universidad de Antioquia, Medellín. Autor de artículos y textos difundidos en América Latina, EE UU, España y Francia.

Fecha: 19/02/2010
Modalidad: Presencial
Lugar: Facultad de Filosofía y Letras UNAM

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2020 Archivo Conferencias y Mesas redondas

El patriarcado en cuestión y la pluralización de la madre

El patriarcado en cuestión y la pluralización de la madre
Consecuencias en la clínica psicoanalítica con niños

Conferencia Pública

Invitada Internacional: Silvia Salman (EOL, AMP)

El patriarcado como forma de organización social es algo que concierne a lo humano desde tiempos remotos. La figura del padre como asiento del poder y de la autoridad, ha estructurado los lazos en la familia, en la política, en las sociedades y en la cultura toda. Sin embargo, hace tiempo que asistimos a un cuestionamiento del patriarcado, lo que no quiere decir desaparición del padre sino más bien, diversos modos de presentarse que producen síntomas aún…

Los manejos ilimitados de la ciencia apoyados en el avance irrefrenable del discurso capitalista han visto y seguirán viendo nacer hijos sin padre. Emancipar la reproducción del encuentro entre los sexos produce nuevos lugares, nuevas funciones y también lazos inéditos entre múltiples actores. Estos lazos sobrepasan las categorías de discurso que estaban esencialmente apoyadas en el orden simbólico prestablecido por la familia, lo que desemboca fundamentalmente en una pluralización de la madre.

Cuanto más la madre se multiplica: madre biológica, madre simbólica, madre donante, madre portadora, madre adoptiva, entre otras, más el padre se declina.

Los psicoanalistas, lejos de retroceder ante estas evidencias, nos esforzamos en leer las nuevas formas en que los seres hablantes subjetivan los hechos de su vida. Prestamos atención a lo inédito de cada discurso analizante para acompañar a cada uno en el hallazgo de su propia norma. Se trata de una reinvención del psicoanálisis que desafía decididamente al régimen del padre y ello supone también un desafío para el analista mismo.

Silvia Salman

Fecha: 20/03/2020
Horario: 12:00 Hrs
Modalidad: Presencial
Lugar: Auditorio Jorge Carpizo. Coordinación de Humanidades U.N.A.M.
Circuito de la Cueva. Zona Cultural Ciudad Universitaria

 

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2019 Archivo Conferencias y Mesas redondas

Entre tímidos y desvergonzados…

Entre tímidos y desvergonzados. La vergüenza en la época contemporánea

Conferencia Internacional

Alejandro Reinoso

La vergüenza es un afecto central en la vida psíquica pues tiene una conexión directa con el Otro y con el funcionamiento del fantasma, y, en consecuencia, con el goce. El empuje moderno y el discurso de las ciencias insisten en que la normalidad y mayor autonomía consistirían en destituirla para alcanzar mayor libertad. ¿es así?, ¿qué dice el psicoanálisis de esto?

En términos de la vida social, ¿cuáles son las modalidades epocales de la vergüenza?, ¿qué relación tiene la vergüenza con la inhibición, la timidez o con los llamados cuadros evitativos?, y, por otra parte, ¿qué lugar tiene este afecto en el sinvergüenza contemporáneo y en las perversiones?

Un psicoanálisis tiene incidencias en la vergüenza del sujeto y los finales de análisis muestran que éste no es sin un cierto tipo de pudor.

*Analista Practicante en Santiago de Chile. Miembro de la AMP, NEL y SLP.

AE en ejercicio de la Escuela Una (2019-2021).
Académico en la Escuela de Psicología. P. Universidad Católica de Chile. Dr. en Ciencias Sociales, Universidad Gregoriana de Roma

Fecha: 08/11/2019
Horario: 12:00 Hrs
Modalidad: Presencial
Lugar: Sede NEL-CDMX

Categorías
2019 Archivo Conferencias y Mesas redondas

Extimidad migrante, una aproximación desde el psicoanálisis

Extimidad migrante, una aproximación desde el psicoanálisis

Noches abiertas

Manuel Montalbán Peregrín

El mundo que nos ha tocado vivir está atravesado por complejos retos que exigen análisis críticos que trasciendan aproximaciones superficiales o teleológicas.

La consumación de un progreso inaudito (heredero, eso sí, de los avances de al menos tres siglos atrás, pero acelerado en las últimas décadas), con un insistente deseo por parte de la tecnociencia de tocar lo real, ha desatado una cadena de consecuencias todavía difícilmente imaginables. La globalización aproxima, pero también homogeniza expresiones políticas, económicas, sociales, culturales, etc., fortaleciendo modelos de pensamiento hegemónicos con escasa porosidad para planteamientos alternativos.

Es en este contexto, se precipitan las migraciones como un fenómeno global contemporáneo en la última década, tomando la expresión de crisis migratorias con graves derivaciones en esferas diversas, desde las relaciones internacionales a la mera dignidad e integridad física en juego de las personas migrantes. Las causas actuales de las grandes movilizaciones migratorias apuntan fundamentalmente a razones económicas, de seguridad y calidad de vida en la subsistencia cotidiana en los países de origen, los conflictos bélicos, en muchas ocasiones endémicos, que castigan regiones como oriente medio y el África subsahariana, persecuciones por raza, religión, opción sexual, etc.

Últimamente, Europa y México y su frontera con EEUU son los territorios protagonistas del drama migratorio, y de la escasez, también, de respuestas constructivas, y verosímiles, al respecto.

Se trata, como decimos, de un hecho complejo con múltiples niveles de análisis, que, en una lectura experiencial, testimonial, conlleva siempre un largo periplo de inseguridad, temor, angustia, situaciones traumáticas, y en demasiadas ocasiones muerte, y olvido.

El psicoanálisis no tiene respuesta para todos los retos sociales, por supuesto, pero Freud y Lacan nos han ofrecido recursos suficientes para que nuestra voz pueda unirse y hacerse un espacio en el debate contemporáneo. El psicoanálisis puede contribuir, y en ese empeño estamos, a través de distintas iniciativas, foros, movida Zadig, etc., a

superar ciertos callejones sin salida. El psicoanalista-ciudadano tiene herramientas para deconstruir la foto-fija del opinador profesional.

Entendemos que el psicoanalista lacaniano es un interlocutor especial porque no fundamenta su aporte en el universo de las opiniones, sino más bien en el aggiornamiento de interrogantes esenciales, teniendo siempre presentes el legado freudiano y la enseñanza de Jacques Lacan. Una apertura advertida al malestar contemporáneo de la cultura, sin caer en la deshistorización y la desimbolización reinantes.

*Manuel Montalbán Peregrín, miembro ELP y AMP, profesor de antropología social de la Universidad de Málaga, docencia en relaciones interculturales Iberoamérica-Asia, responsable del Observatorio Psi de la ELP-CF.

Fecha: 16/10/2019
Horario: 19:30 Hrs
Modalidad: Presencial
Lugar: Sede NEL-CDMX

 

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2019 Archivo Conferencias y Mesas redondas

El sueño y el ombligo del análisis

El sueño y el ombligo del análisis

Conferencia Internacional

Fabián Naparstek

Psicoanalista en Buenos Aires, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL), Analista de la Escuela (AE) período 2002-2005

Autor y compilador en numerosas publicaciones, entre otros «Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo», «Entre Síntoma y Semblante, matrimonio o divorcio».

Profesor Titular de la asignatura Psicopatología Cátedra I de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Profesor adjunto a cargo de la asignatura Clínica de las Toxicomanías y el Alcoholismo. Director de la Carrera de Especialización en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica del Colegio de Psicólogos de la Ciudad de La Plata. Docente en la Maestría en Clínica Psicoanalítica, Universidad Nacional de San Martín, IDAES, ICDEBA.

Fecha: 10/10/2019
Horario: 19:30 Hrs
Modalidad: Presencial
Lugar: Sede NEL-CDMX

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2019 Archivo Conferencias y Mesas redondas

Entre causa y consentimiento Por Gerardo Arenas

Entre causa y consentimiento

Conferencia Internacional

Gerardo Arenas

Ante el potencial infinito de la cadena significante, surge la cuestión de la causa, el punto de origen del que podremos derivar una serie de consecuencias. Conceptos como la insondable decisión del ser y la elección de neurosis precisan de esta articulación que nos lleva desmitificar el papel del Otro en los avatares de la historia propia. Ya en 1946 Jacques Lacan nos conminaba a buscar la causalidad psíquica ante una psiquiatría que insistía en ubicar a la psicosis como un déficit orgánico, tal empuje es continuado al día de hoy por el paradigma “neuro” que invade el mercado. Gerardo Arenas nos invita a interrogar las relaciones “Entre causa y consentimiento” profundizando de este modo algunos de los conceptos más importantes de la clínica lacaniana y su uso en la actualidad.

 

Psicoanalista, miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, es docente de la Maestría en Clínica Psicoanalítica de la Universidad Nacional de San Martín y Director del Seminario Internacional Itaipú. Autor de «Estructura lógica de la interpretación», «En busca de lo singular», La flecha de Eros», «Los 11 Unos del 19 más uno», «Sobre la tumba de Freud», «Pasos hacia una economía de los goces», «La mujer de Dios» y «Ombligos», compiló además varios libros y tradujo numerosas obras de Jacques Lacan, Jacques-Alain Miller y otros. 

 

Fecha: 07/09/2019
Horario: 12:00 Hrs
Modalidad: Presencial
Lugar: Sede NEL-CDMX

 

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2018 Archivo Conferencias y Mesas redondas

«Locura materna…Un goce ilimitado, hoy»

"Locura materna...Un goce ilimitado, hoy"

Conferencia Internacional

Conferencia impartida por Gisela Cordio

Algunas aproximaciones dirigidas a pensar lo que puede estar en juego en aquellos casos donde es lo inesperado lo que sorprende a una mujer ante el nacimiento de un hijo, y su relación con un partenaire al que otorgó, sin saberlo, un lugar determinante.

Gisela Cordido, Psiquiatra y Analista Practicante, miembro de la NEL y de la AMP. Miembro del Consejo Asociativo de la Sede Caracas. Coordinadora del Centro de Investigación y Docencia, CID-Caracas. Ha sido coordinadora de los dispositivos de atención de la Sede Caracas (PATVI, PAU, CAPSI, PAU, CPA). Coordinadora de la Presentación de Enfermos del Hospital Universitario de Caracas, HUC, donde ejerce funciones docentes y de atención como psicoanalista en la cátedra de psiquiatría.

Fecha: 03/09/2018
Horario: 19:30 Hrs
Modalidad: Presencial
Lugar: Sede NEL-CDMX